En Defensa de la Fe


El Purgatorio - Ventajas de la devoción a las almas - Gratitud de las almas - Regreso de un sacerdote exiliado - Favores temporales - El Padre Munford y el impresor William Freyssen

Si así son las alegrías que se experimentan al retornar a la patria terrenal luego del exilio, ¡cómo no serán las alegrías al entrar en el Cielo, la verdadera Patria de nuestras almas!  ¿Y cómo podríamos entonces sorprendernos ante la gratitud de las benditas almas, una vez que las hemos ayudado a entrar en la Patria Celestial?





Si así son las alegrías que se experimentan al retornar a la patria terrenal luego del exilio, ¡cómo no serán las alegrías al entrar en el Cielo, la verdadera Patria de nuestras almas!Si así son las alegrías que se experimentan al retornar a la patria terrenal luego del exilio, ¡cómo no serán las alegrías al entrar en el Cielo, la verdadera Patria de nuestras almas! ¿Y cómo podríamos entonces sorprendernos ante la gratitud de las benditas almas, una vez que las hemos ayudado a entrar en la Patria Celestial?





SEGUNDA PARTE



Capítulo 46 - Ventajas – Gratitud de las almas - Regreso de un sacerdote exiliado - Favores temporales - El Padre Munford y el impresor William Freyssen

Para comprender la gratitud de las almas, debemos tener una noción más clara del beneficio que reciben de sus benefactores.

 

Deberíamos entender lo que es entrar en el Cielo. ¿Quién nos podrá describir, dice el abad Louvet, las alegrías de esta Hora Bendita? Imaginemos la felicidad de un exiliado que regresa por fin a su patria.

 

En la época del terror, un pobre sacerdote de la Vendée había estado entre los famosos ahogados de Carrier. Habiendo escapado milagrosamente de la muerte, tuvo que huir del país para salvar su vida. Cuando se restableció la paz en la Iglesia y en Francia, se apresuró a volver a su querida parroquia.

 

Aquel día el pueblo estaba de fiesta, todos los feligreses habían acudido a recibir a su párroco y Padre. Las campanas repicaban alegremente en el viejo campanario y la iglesia estaba engalanada como en el día de las grandes solemnidades.

 

El anciano avanzó sonriente en medio de sus hijos espirituales; pero cuando las puertas del lugar santo se abrieron ante él, cuando vio de nuevo aquel Altar que tanto había alegrado los días de su juventud, su corazón se rompió dentro de su pecho. Estaba demasiado débil para soportar tanta alegría.

 

Con voz temblorosa entonó el Te Deum, pero fue el Nunc dimittis de su vida sacerdotal, Cayó moribundo a los pies del Altar. El exiliado no había tenido fuerzas suficientes para soportar las alegrías del regreso.

 

Si así son las alegrías que se experimentan al retornar a la patria terrenal luego del exilio, ¡cómo no serán las alegrías al entrar en el Cielo, la verdadera Patria de nuestras almas!  ¿Y cómo podríamos entonces sorprendernos ante la gratitud de las benditas almas, una vez que las hemos ayudado a entrar en la Patria Celestial?

 

El Padre Santiago Munford, de la Compañía de Jesús, nacido en Inglaterra en 1605, y quien combatió durante cuarenta años por la causa de la Iglesia en ese país - entregado a la herejía - había escrito una notable obra acerca del Purgatorio. En Colonia, encargó su impresión a William Freyssen, un conocido editor católico.

 

Este libro se difundió ampliamente, hizo un gran bien a las almas, y el editor Freyssen fue uno de los que más se benefició del mismo.

 

Esto es lo que Freyssen escribió al Padre Munford en 1649.

 

“Le escribo Padre, para informarle de la doble y milagrosa curación de mi hijo y de mi esposa.  Durante los días de fiesta en los que mi tienda estaba cerrada, me puse a leer el libro que usted me encomendó imprimir, <<Sobre la misericordia que se debe tener para con las almas del Purgatorio>>.

 

Todavía estaba inmerso en mi lectura, cuando me informaron que mi pequeño hijo, de cuatro años, estaba sufriendo los primeros síntomas de una grave enfermedad.  Dicha enfermedad se agravó rápidamente, los médicos no daban esperanzas y ya se estaba pensando en hacer los preparativos para su funeral.

 

Se me ocurrió que podría salvarlo haciendo un voto en favor de las almas del Purgatorio. Entonces me fui para la iglesia temprano en la mañana y rogué fervientemente a Dios que se apiadara de mí, comprometiéndome a distribuir gratuitamente cien ejemplares de su libro entre los clérigos y religiosos, con el fin de recordarles el celo que deben tener hacia los miembros de la Iglesia Purgante, junto con las mejores prácticas para cumplir con este deber.

 

Confieso que estaba lleno de esperanza. Cuando volví a casa encontré al niño en mejores condiciones.  Ya pedía comida, aunque llevaba varios días sin poder tragar una sola gota de líquido.

 

Al día siguiente su recuperación era completa. Se levantó, salió a pasear y comió tan bien como si nunca hubiese estado enfermo.

 

Lleno de gratitud, yo no tenía nada más urgente que hacer que cumplir con mi promesa: me dirigí al Colegio de la Compañía y pedí a vuestros Padres que aceptaran mis cien ejemplares; que se quedaran con los que quisieran y que distribuyeran los demás a las comunidades y eclesiásticos que conocieran, para que las almas purgantes, mis benefactoras, se vieran aliviadas con nuevos sufragios.

 

Tres semanas después me ocurrió otra calamidad, no menos grave.  Mi mujer, de camino a casa, se vio repentinamente atacada por un temblor tan violento en todos sus miembros, que la tiró al suelo y le quitó toda sensibilidad.

 

Pronto perdió el apetito e incluso el habla.  En vano se utilizaron todos los remedios; la enfermedad tan solo empeoró y toda esperanza parecía perdida. Su confesor, al verla en ese estado, me dio palabras de consuelo y paternalmente me exhortó a resignarme a la Voluntad de Dios.

 

En lo que a mí respecta, después de la experiencia que había tenido en cuanto a la protección de las benditas almas del Purgatorio, me negué a perder la esperanza.  Entonces, volví a la misma iglesia. Postrado ante el Altar del Santísimo Sacramento, renové mis súplicas con el mayor fervor posible: <<Dios mío, exclamé; Tu Misericordia no tiene medida. En nombre de esta Bondad Infinita, no permitas que la curación de mi hijo se pague con la muerte de mi esposa>>.

 

Entonces me comprometí a distribuir doscientos ejemplares de su libro, con el fin de obtener para las almas purgantes numerosos sufragios. Al mismo tiempo, rogué a las almas que habían sido liberadas anteriormente que unieran sus oraciones a las que aún permanecían en el Purgatorio.

 

Después de orar de esta manera y de regreso a casa, vi a mis sirvientes correr a mi encuentro. Habían venido a decirme que mi querida esposa había experimentado una notable mejoría: la fiebre delirante había cesado y había recupero su habla.  Corrí a ver con mis propios ojos. Todo era cierto. Le ofrecí a ella algo de comida y la tomó con apetito.  Al poco tiempo, estaba tan recuperada que vino a la iglesia conmigo para dar gracias al Dios de Toda Misericordia.

 

Su Reverencia puede dar plena fe de este relato. Yo le ruego que me ayude a agradecer a Nuestro Señor por este doble milagro".







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