En Defensa de la Fe


El Purgatorio - Alivio para las almas – La oración - Hermano Corrado d'Offida - El anzuelo de oro y el hilo de plata

El caritativo religioso continuó sus oraciones y repitió cien veces la oración dominical. Entonces, con una voz de indecible alegría, el difunto le dijo: "Os doy gracias de parte de Dios, oh amado Padre: estoy completamente liberado; he aquí que voy al Reino de los Cielos".

 

Este hecho nos demuestra cuán efectivas son las oraciones más pequeñas, las súplicas más cortas para aliviar los sufrimientos de las pobres almas.








El Hermano repitió cien veces la misma oración. Entonces, el difunto exclama: Os doy gracias de parte de Dios, oh amado Padre. Estoy completamente liberado; he aquí que voy al Reino de los Cielos.El caritativo religioso continuó sus oraciones y repitió cien veces la oración dominical. Entonces, con una voz de indecible alegría, el difunto le dijo: "Os doy gracias de parte de Dios, oh amado Padre: estoy completamente liberado; he aquí que voy al Reino de los Cielos". Este hecho nos demuestra cuán efectivas son las oraciones más pequeñas, las súplicas más cortas para aliviar los sufrimientos de las pobres almas.




SEGUNDA PARTE



Capítulo 21 - Alivio para las almas – La oración - Hermano Corrado d'Offida - El anzuelo de oro y el hilo de plata

Después del Santo Sacrificio de la Misa, tenemos un buen número de medios secundarios para aliviar a las almas, los cuales son igualmente eficaces cuando se utilizan con espíritu de fe y fervor.

 

En primer lugar está la oración, la oración en todas sus formas.

 

Los anales de la Orden Seráfica hablan con admiración del Hermano Corrado d'Offida, uno de los primeros discípulos de San Francisco. Se distinguió por un espíritu de oración y Caridad que contribuyó en gran medida a la edificación de sus hermanos.

 

Entre ellos había uno, todavía joven, cuya conducta suelta y turbulenta perturbaba a la santa comunidad; pero gracias a las oraciones y a las caritativas exhortaciones de Corrado, se corrigió completamente y se convirtió en un modelo de comportamiento.

 

Poco después de esta feliz conversión, él murió, y sus Hermanos ofrecieron los sufragios ordinarios por su alma.

 

No habían pasado muchos días, cuando el hermano Corrado, estando en oración ante el Altar, oyó una voz que le pedía la ayuda de sus oraciones. – “¿Quién eres tú?”, dijo el siervo de Dios. – “Soy -respondió la voz- el alma del joven religioso al que le ayudasteis de la mejor forma a recuperar el fervor”. – “¿Pero acaso no tuviste una Muerte Santa? ¿Todavía tienes tanta necesidad de oración?" - "Mi muerte fue en efecto  buena y me salvé de la Condenación Eterna; pero a causa de mis pecados anteriores, los cuales no tuve tiempo de expiar, estoy sufriendo los castigos más rigurosos, y os ruego que no me neguéis la ayuda de vuestras oraciones".

 

Inmediatamente el buen Hermano Corrado se inclinó ante el Sagrario y rezó un Padre Nuestro seguido del Requiem aeternam. “Oh, mi buen Padre -exclamó la aparición-, ¡qué refrescante es para mí vuestra oración! ¡Oh, cómo me alivia! Por favor, continuad”.

 

- Corrado repitió con devoción las mismas oraciones. “Padre amado, dijo el alma, ¡os imploro, que la hagáis de nuevo! ¡Otra vez! ¡Siento tanto alivio cuando rezáis!”

 

- El caritativo religioso continuó sus oraciones con nuevo fervor, y repitió cien veces la oración dominical.

 

Entonces, con una voz de indecible alegría, el difunto le dijo: "Os doy gracias de parte de Dios, oh amado Padre: estoy completamente liberado; he aquí que voy al Reino de los Cielos".

 

Podemos ver en el ejemplo anterior cuán efectivas son las oraciones más pequeñas, las súplicas más cortas para aliviar los sufrimientos de las pobres almas.

 

Leí en alguna parte -dice el Padre Rossignoli- que un santo obispo, arrebatado en el espíritu, vio a un niño que, con un anzuelo de oro y un hilo de plata, sacaba de un pozo a una mujer que se ahogaba. - Después de su oración, mientras se dirigía a la iglesia, vio a este mismo niño arrodillado, rezando sobre una tumba en el cementerio.

 

“¿Qué haces ahí, amiguito?", le preguntó. "Rezo -respondió el niño- el Padre Nuestro y el Ave María por el alma de mi madre, cuyo cuerpo yace en este lugar”.

 

- El prelado comprendió enseguida que Dios había querido mostrarle la eficacia de la oración más sencilla; supo que el alma de esta madre acababa de ser liberada, que el anzuelo de oro era el Padre Nuestro, y que el Ave María era el hilo de plata de esta línea mística.






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