En Defensa de la Fe


Domingo 33 del Tiempo Ordinario Ciclo C 2016

Te comparto la reflexión correspondiente al Domingo 33 del  Tiempo Ordinario Ciclo C 2016, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.



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Nota acerca de la fecha: En el 2016, corresponde al Domingo 13 de Noviembre.





Estamos acercándonos al final del año litúrgico y las lecturas escogidas para esta etapa del camino nos invitan a reflexionar sobre la meta de nuestro caminar espiritual. Con frecuencia, en la vida cotidiana, en el desarrollo de un proyecto, en la vida familiar, en la vida laboral, etc., nos preguntamos ¿para dónde vamos?

 

Esta pregunta la podemos retomar desde un horizonte aún más radical, el de la vida humana, el de nuestra vida personal… el de la fe.  A fin de cuentas, pasamos por este mundo algunos años (no sabemos de antemano cuántos), pero ¿para dónde vamos? ¿Cuál es nuestra meta última? Desde la perspectiva de la fe, nuestra meta es Dios mismo, la comunión plena con Él, pues es en este estado de comunión en el que nuestra vida logrará su sentido pleno.

 

Al proponernos este tema, la liturgia nos invita a avivar nuestra conciencia y nuestra fe, advirtiéndonos que el buen caminante no sólo debe optar por el buen camino y disfrutar ‘la caminada’, sino que también debe tener presente la meta, pues en tantos meandros con que nos enfrentamos históricamente, podemos perder el rumbo. Notemos que la noción de camino (aplicada a la vida) está ligada tanto al punto de partida como al proceso del recorrido y al punto de llegada, pero el camino no es lineal.

 

Tener una meta significa tener un norte, poder dar una dirección a la vida, disponer de unos valores que sirven de ‘faros’ y vivir alimentados por la esperanza de ‘llegar’ a ella. La esperanza es fundamental en el camino de la fe. 

 

  • 1.       ¿Tienes claro el camino que has escogido?  Se llama Jesucristo.

 

  • 2.      ¿Te esfuerzas por ser fiel a este camino?

 

  • 3.      ¿Tienes en cuenta la relación entre meta y proceso?

 

  • 4.      ¿Eres una persona habitada por la esperanza cristiana?

 

 

¿Qué nos queda…? Reavivar el compromiso con Dios y, desde allí, asumir la responsabilidad de construir un mundo mejor.¿Qué nos queda…? Reavivar el compromiso con Dios y, desde allí, asumir la responsabilidad de construir un mundo mejor.




Malaquías 3, 19-20a

Os iluminará un sol de justicia

 

Mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir -dice el Señor de los ejércitos-, y no quedará de ellos ni rama ni raíz. Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas.

 

 

La primera lectura nos habla de una comunidad que ha caído en el desánimo, que está desesperanzada y siente que Dios la ha abandonado. En este contexto, Dios envía su mensajero para recordarles que hay una meta, que debe seguir caminando, que no hay que dejar morir la esperanza. El mensajero de Dios anuncia la cercana intervención de Dios que liberará a su pueblo de la opresión. Dios hará nacer el ‘sol de justicia’ que trae la salvación.

 

Algunos puntos clave de esta lectura:

 

  • 1.       El día del Señor vendrá. No hay que desanimarse ni ‘tirar la toalla’.

 

  • 2.       Los soberbios y los malvados no resistirán la manifestación de Dios.

 

  • 3.      Para los justos Dios traerá su salvación.

 

Recordemos que el nombre Malaquías significa (mi mensajero). Eso es lo que cada creyente debe llegar a ser: un mensajero de Dios.

 

Sabemos que Malaquías fue un profeta que vivió en la época del post-exilio babilónico, es decir, hacia el siglo V a.C.  El pueblo de Israel se encontraba en plena etapa de reconstrucción. El templo ya había sido reconstruido, pero faltaban muchas cosas por hacer. Buena parte del pueblo continuaba desanimada, pues las antiguas promesas de Dios no se habían cumplido y muchos habían entrado en un estado de apatía religiosa, de olvido de Dios, de desconfianza y escepticismo.

 

Quizá a muchos creyentes de hoy les pase lo mismo. La consecuencia a nivel social no se hacía esperar: cuando Dios desaparece de la conciencia humana y de la convivencia, cualquier cosa vale y las injusticias se multiplican. En este contexto, el profeta actúa decididamente y llama a todos a la responsabilidad y al avivamiento de la fe en Dios y de la esperanza.

 

En el texto se habla del ‘Día del Señor’, es decir, el día del juicio. En ese momento de la historia religiosa de Israel, se creía que Dios iba a intervenir en la historia humana y destruiría el mal y la opresión, acabaría con el pecado y haría triunfar el bien. La imagen usada para hablar de este juicio y de esta acción de Dios es el fuego (realidad que tiene – simultáneamente – mucho poder purificador y alto poder destructivo). Recordemos que se trata de imágenes que no deben ser tomadas literalmente, sino interpretadas (Esta misma observación vale para el lenguaje usado en el texto del evangelio).

 

Este concepto (’El día del Señor’) aparece abundantemente en la literatura profética de la Biblia (en Amós, Sofonías y Joel), y está ligado a la justicia de Dios y a la llegada de la salvación definitiva. En realidad, el texto es un llamado a la esperanza, llamado que se hace más necesario en tiempos de crisis, de dificultad y de incertidumbre. ¿No estamos, acaso, en un mundo lleno de problemas e incertidumbres?

 

¿Qué nos queda de esta lectura?

 

  • 1.       Aprender a aceptar la incertidumbre y mantener la serenidad y  la esperanza en medio de ella.

 

  • 2.      Reavivar el compromiso con Dios y, desde allí, asumir la responsabilidad de construir un mundo mejor.

 

  • 3.      Entender la fe como una experiencia que reclama vigilancia y discernimiento constantes.

 

  • 4.      Evitar hacer un uso fundamentalista de estos textos, tomando literalmente la expresión ‘día del Señor’ (= juicio) para infundir miedo en lugar de esperanza.

 


 

II Tesalonicenses 3, 7-12

El que no trabaja, que no coma

 

Hermanos: Ya sabéis cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo: no vivimos entre vosotros sin trabajar, nadie nos dio de balde el pan que comimos, sino que trabajamos y nos cansamos día y noche, a fin de no ser carga para nadie. No es que no tuviésemos derecho para hacerlo, pero quisimos daros un ejemplo que imitar. Cuando vivimos con vosotros os lo mandamos: el que no trabaja, que no coma. Porque nos hemos enterado de que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada. Pues a esos les mandamos y recomendamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con tranquilidad para ganarse el pan.

 

 

La segunda lectura nos recuerda que – mientras estemos en este mundo – debemos evitar la tentación de instalarnos y de acomodarnos. Es necesario ‘caminar’, moverse, permanecer activos. Aunque el cuerpo se canse, el espíritu deberá permanecer en movimiento y despierto. 

 

Recordemos que el autor de la carta se dirige a una comunidad cristiana que se esfuerza por vivir con entusiasmo su fe en Cristo, pero que espera la parusía (es decir, la segunda venida de Cristo, pero ya en su gloria) como algo inminente. Ante esto, algunos cristianos tienden a quedarse en actitud pasiva, esperando que Cristo llegue, pero sin asumir sus responsabilidades. El autor insiste en que no es esta la manera de esperar. La esperanza cristiana debe ser activa, no excluye la acción y, además, la acción debe ser responsable.

 

¿Qué nos queda de este texto?

 

  • 1.       El sentido activo de la esperanza cristiana. Esperar no es cruzarse de brazos, sino vivir responsablemente cada día, sin perder de vista la meta.

 

  • 2.      Entender que la fe no debe ser comprendida como una evasión del mundo, sino como un acto permanente de ‘responsabilización’.

 

  • 3.      Entender que la fe no debe reducirse a ritos vacíos, sino que se trata de un estilo de vida que abarca todas las dimensiones de la existencia y todos los campos de acción en que nos encontramos. 

 

  • 4.      Descubrir el valor del trabajo en la vida humana y estar atentos contra el peligro de la ociosidad.

 

En las comunidades cristianas, en los grupos, en los movimientos, etc., encontramos – con alguna frecuencia – personas que hablan mucho y hacen muy poco; personas que son especialistas en mandar (están pendientes que otros hagan), pero que no se mueven. Esta carta es una extraordinaria catequesis para privilegiar el compromiso: ‘obras son amores y no buenas razones’.

 



Lucas 21, 5-19

Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas

 

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: "Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido." Ellos le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?" Él contesto: "Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: "Yo soy", o bien: "El momento está cerca; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida." Luego les dijo: "Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas."

 

 

El texto del evangelio nos quiere ayudar a entender que la Iglesia deberá recorrer – en la historia – un camino y que, en ese recorrido, deberá realizar una tarea (o misión) que se le ha encomendado. Y que, además, deberá mantenerse fiel hasta que se produzca la parusía (la segunda venida de Cristo, en su gloria).

 

De esta venida nadie sabe ni el día ni la hora, por eso lo que se pide a la Iglesia (y a cada discípulo de Jesús en ella) es que permanezca fiel hasta el final.  La misión de la Iglesia no es otra sino la transformación del mundo a través del evangelio (o mejor, de la vivencia del evangelio), de modo que el Reino de Dios (es decir, su presencia amorosa y transformadora) se haga acontecimiento en la historia humana.

 

Claro, esta misión estará expuesta a riesgos, a dificultades, a problemas, a contradicciones… Es por eso que se requiere lucidez para perseverar.

 

 Recordemos que el texto del evangelio nos sitúa ya al final de la misión de Jesús. Jesús ha llegado a Jerusalén, en compañía de sus discípulos. Allí, las enseñanzas de Jesús adquieren un tono muy particular: habla de lo definitivo, de lo último, de la meta, de lo que debe ser esencial.  Por eso estos discursos son llamados escatológicos (de la palabra griega ESKHATOS, que significa ‘lo último’).

 

Jesús se encuentra en el atrio del Templo de Jerusalén. Recordemos que este templo fue destruido y reconstruido varias veces. En tiempo de Jesús fue reconstruido por el rey Herodes y, seguramente, les había quedado muy bello. Por eso la gente hace alusión a los adornos del templo, a su belleza. Pero Jesús coloca las cosas en su sitio: Sí, el templo es muy bello, pero todo esto pasa, se acaba. Hay algo más profundo, esencial, valioso, definitivo, que no debe ser olvidado.

 

Recordemos que – en ciertas corrientes judías – el templo sería el  lugar en el que irrumpiría la salvación definitiva de Dios. Al templo llegaría gente de todos los pueblos, de todas las naciones para escuchar la sabiduría de Dios y para tener acceso a la salvación.  Pero – el evangelista – a través del texto – deja claro que el pueblo de Israel rechazó esta oferta de salvación que Dios le hizo en Jesús.  En este sentido, ya el templo ha dejado de ser lo que se pensaba, y la buena noticia (= evangelio) que Jesús vino a traer, dejará Jerusalén y saldrá al encuentro de todos los pueblos (es lo que sucede con la evangelización confiada a la Iglesia).

 

Entonces, el relato lo que busca es ubicarnos en el tiempo y la misión de la Iglesia. Las cosas no serán fáciles:

 

  • 1.       Aparecerán falsos mesías.

 

  • 2.      Aparecerán falsos profetas que confundirán a la gente.

 

  • 3.      Vendrán etapas de crisis.

 

  • 4.      Se requerirá serenidad, lucidez, inteligencia espiritual.

 

  • 5.      Habrá que saber discernir y esperar.

 

  • 6.      Mientras se espera, habrá que seguir viviendo con responsabilidad y fidelidad el Reino de Dios.

 

En todo este proceso – advierte Jesús – los creyentes no estarán solos. Contarán con la asistencia de Dios, con su Espíritu. Con esta seguridad, los creyentes podrán hacer su camino, enfrentar el mal,  soportar el sufrimiento y la prueba.

 

¿Qué nos queda de este texto?

 

  • 1.       Lo que parece fundamental en el mensaje no es tanto el discurso sobre el fin del mundo, sino el recorrido que debemos hacer antes de que ese fin llegue. El acento está puesto en la manera en que debemos vivir.

 

  • 2.      La confianza en que el camino de la fe no nos lleva a un callejón sin salida, a un sin-sentido, sino a la realización plena en Dios.

 

  • 3.      La importancia de introducir – en el camino que hacemos – la esperanza. Sin ella no podremos sortear las dificultades. 

 

Esta es la propuesta que Jesús nos hace. La respuesta depende de cada uno.

 

 

Terminemos nuestra reflexión orando con el…

 



Salmo 98

El Señor llega para regir los pueblos con rectitud.

 

Tañed la cítara para el Señor, suenen los instrumentos: con clarines y al son de trompetas, aclamad al Rey y Señor. R.

 

Retumbe el mar y cuanto contiene, la tierra y cuantos la habitan; aplaudan los ríos, aclamen los montes al Señor, que llega para regir la tierra. R.

 

Regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud. R.




 

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