En Defensa de la Fe


Domingo 31 del Tiempo Ordinario Ciclo C 2016

Te comparto la reflexión correspondiente al Domingo 31 del  Tiempo Ordinario Ciclo C 2016, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.



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Nota acerca de la fecha: En el 2016, corresponde al Domingo 30 de Octubre.


La Iglesia no debe transformarse en un club de pretendidos perfectos, que se arrogan el derecho de juzgar, rechazar y hasta condenar a quienes – según sus criterios – no cumplen los requisitos.

 

Desde la lógica del Evangelio las cosas son diferentes: “No he venido a buscar a los justos sino a los pecadores”, dijo Jesús.

 

En realidad, la Iglesia es una comunidad de pecadores en proceso de conversión que se comprometen – en el seguimiento de Cristo – a poner su vida al servicio del Reino de Dios, en la esperanza de llegar, un día, al encuentro definitivo y pleno con Dios, pero también de provocar una transformación positiva en el mundo.

 

Desde la lógica bíblica, el objetivo no es destruir al opresor, al pecador, sino lograr su transformación.

 

De lo que se trata es de acabar con la opresión, con las relaciones de poder en clave de dominación/sometimiento.  Esta lógica la encontramos tanto en la primera lectura como (y sobre todo) en el relato del Evangelio.

 

La mirada de Dios nos invita a descubrir en las lecturas de este día varias cosas:

 

  • 1.      Que el amor es una fuerza transformadora.

 

  • 2.      Que debemos evitar ‘etiquetar’ a las personas, y en lugar de ello, abrir espacios, experiencias y posibilidades de cambio.

 

  • 3.      Que la pretensión de Dios es rescatar no destruir ni condenar (eso es lo que subyace al concepto teológico de ‘salvación’).

 

  • 4.      Que el proceso de transformación al que nos invita Jesús debe guardar un lugar especial para los pobres, los excluidos y los sufrientes de este mundo.

 

Estos 4 puntos ya nos plantean un exigente proyecto de vida y son claves para purificar nuestra manera de comprender la experiencia de fe cristiana.




“El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”“El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”




Sabiduría 11, 22-12,2

Te compadeces, Señor, de todos, porque amas a todos los seres

 

Señor, el mundo entero es ante ti como grano de arena en la balanza, como gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra. Pero te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. Y ¿cómo subsistirían las cosas, si tú no lo hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia, si tú no las hubieses llamado? Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida. Todos llevan tu soplo incorruptible. Por eso, corriges poco a poco a los que caen, les recuerdas su pecado y los reprendes, para que se conviertan y crean en ti, Señor.

 

 

Recordemos que el libro de Sabiduría (del Antiguo Testamento) se redactó hacia la primera mitad del siglo I a.C., es decir, poco antes del nacimiento de Jesucristo.  Su autor fue un judío de lengua griega que vivía en la dispersión (diáspora), muy seguramente en Alejandría.  Aunque usa conceptos de tipo helénico, el autor pretende llamar a la comunidad judía a rescatar la riqueza de las tradiciones judías y de la sabiduría religiosa que se desprende del judaísmo.  Con ello se busca responder a un fenómeno complejo: la cultura helénica amenazaba con devorar (cultural y religiosamente hablando) las poblaciones judías de la diáspora.

 

La tesis teológica fundamental es la siguiente: La verdadera sabiduría proviene de Dios y sólo Él (Jahvéh) conduce a la felicidad plena. Todavía en esta época, la reflexión teológica, funciona bajo el esquema premio (para los justos) y castigo (para los injustos).  Pero se requiere, por parte del ser humano, no sólo la búsqueda de la sabiduría, sino un trabajo de purificación de la experiencia de fe, pues – con facilidad – se puede caer en formas idolátricas, disfrazadas de espiritualidad.

 

Hay que tener cuidado.  Por eso, el autor insiste que el mayor pecado es el de idolatría (darle el lugar de Dios a otras realidades, desvirtuar el rostro de Dios, confundir la relación con Dios con una religiosidad desligada del amor, de la justicia, de la verdad y de la coherencia de vida).

 

En la lectura propuesta, el autor insiste en la benevolencia de Dios. La reflexión teológica que hace el autor es interesante porque plantea varios elementos que justifican su postura:

 

  • 1.      Dios no es sólo Dios de Israel, es también Dios de toda la humanidad.  Su grandeza y su amor desbordan los límites de cualquier cultura y pueblo. Su amor llega a todas las criaturas.

 

  • 2.      La misericordia de Dios se expresa a través de su paciencia y tolerancia con todos los seres humanos (y no sólo con el pueblo de Israel).

 

  • 3.      La sabiduría de Dios desborda el alcance de las sabidurías humanas, que siempre serán limitadas y reflejarán puntos de vista parciales y no comprensiones absolutas y acabadas.

 

  • 4.      Dios busca siempre rescatar y perdonar. Somos los seres humanos los que proyectamos en Dios nuestra sed de venganza y de destrucción.

 

  • 5.      El perdón es una experiencia profundamente liberadora.

 

  • 6.       Todos los seres humanos llevan dentro el espíritu de Dios (es lo que el autor llama el ‘soplo de vida’), por eso todo ser humano es capaz de trascender, de vivir la experiencia espiritual.

   

De hecho, el autor presenta a Dios como aquel ser personal, benevolente y tolerante, que – en la lógica de la misericordia – busca al ser humano para que se convierta. El tema tiene consecuencias prácticas profundas, pues – en teología bíblica y en espiritualidad – hay una, premisa fundamental: el creyente termina pareciéndose a aquel Dios en que cree y con el cual vive en relación.

 

Pero si la imagen que el creyente tiene de Dios está distorsionada, entonces, la experiencia religiosa también se distorsiona.  Muchas veces, percibimos ciertos males y se los atribuimos a Dios (decimos: ‘’son castigo de Dios”) o creemos que para amarnos, Dios exige de nosotros sacrificios degradantes (como subir de rodillas un monte). No debemos olvidar que estas son construcciones nuestras, que fabricamos a partir de nuestras percepciones e interpretaciones. Recordemos que el objetivo de Dios no es castigar y destruir, sino rescatar y abrir posibilidades de transformación.





II Tesalonicenses 1, 11-2, 2

Que Cristo sea glorificado en vosotros, y vosotros en Él

 

Hermanos: Pedimos continuamente a Dios que os considere dignos de vuestra vocación, para que con su fuerza os permita cumplir buenos deseos y la tarea de la fe; para que Jesús, nuestro Señor, sea glorificado en vosotros, y vosotros en Él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo. Os rogamos, hermanos, a propósito de la venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión con Él, que no perdáis fácilmente la cabeza ni os alarméis por supuestas revelaciones, dichos o cartas nuestras, como si afirmásemos que el día del Señor está encima.

 

 

San Pablo, en Tesalónica, logró fundar una comunidad cristiana entusiasta y fervorosa, formada por gente pagana (es decir, no israelita) que se había convertido al cristianismo. Pero a Pablo le llegan noticias de que por Tesalónica habían pasado unos judíos que hostilizaban la comunidad y habían provocado un clima tenso en el que la fe en Cristo corría peligro.  En este contexto Pablo envía a Timoteo a Tesalónica para mediar en esta situación, orientar y animar a los cristianos. Cuando Timoteo vuelve al encuentro con Pablo le trae noticias alentadoras. Motivado por estas noticias Pablo escribe esta carta que meditamos:

 

  • Los cristianos de Tesalónica estaban esforzándose por vivir con entusiasmo la fe en Jesús. ¿Puedo decir que vivo la fe en Cristo con entusiasmo?

 

  • Pero persistían algunas inquietudes de tipo doctrinal, relacionada con la segunda venida de Cristo, en su gloria (lo que se llama en teología cristiana la PARUSÍA). Es lo que corresponde, en el texto, a la expresión “El día del Señor”. ¿Qué inquietudes doctrinales me habitan? ¿Qué estoy haciendo para aclararlas?

 

  • San Pablo aconseja a los cristianos a permanecer fieles a Cristo y al evangelio por Él predicado, de tal manera que la vida de ellos sea un verdadero signo de Jesús. Por eso los invita a que su vida sea digna de la vocación que han recibido.  ¿Llevo una vida digna de la vocación cristiana que recibí en el bautismo?

 

El texto insiste en la necesidad de que la acción de Dios y la acción del creyente se integren y haya unidad entre ellas. No basta con la buena voluntad y las buenas intenciones del creyente; es necesario que Dios acompañe sus esfuerzos.

 

Pero, no basta sólo con confiar plenamente en Dios (y cruzarse de brazos esperando que Él lo haga todo). Hay que hacer la propia parte. Por eso se afirma en teología cristiana que Dios no nos salva sin nosotros.

 

La segunda parte del texto se centra en el tema del ‘día del Señor’. Con su postura Pablo pretende desautorizar a aquellos predicadores que aparecieron diciendo que la segunda venida de Cristo acontecería en un tiempo muy próximo.

 

Este anuncio de la inminencia de la segunda venida de Cristo provocó – en su momento - perturbaciones y tensiones en la comunidad (Algunos pensaban: Si el Señor glorioso ya va a venir y va a ser el fin de los tiempos, ¿para qué me preocupo por el futuro, por la sociedad, por el mundo? ¿No será mejor cruzarme de brazos y esperar que las cosas sucedan y ya…?)

 

Pablo, replanteando esta postura dirá: no sabemos cuándo sucederá esto... Lo que debemos hacer es vivir preparados, vivir responsablemente el evangelio, llevar una vida digna de nuestra vocación.

 

¿No es esto valido también para todos nosotros?

 

Tenemos – a través de esta lectura – algunos puntos para nuestra reflexión:

 

  • 1.      ¿Qué es lo debe ser lo característico de la vida cristiana?

 

  • 2.      ¿Estoy viviendo con entusiasmo mi experiencia de fe en Cristo Jesús?

 

  • 3.      ¿Cómo discierno los signos de la presencia de Dios en mi vida?

 

  • 4.      ¿Tengo consciencia de que la salvación reclama un trabajo de unión entre el esfuerzo de Dios y mi propio esfuerzo?




Lucas 19, 1-10

El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido

 

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: "Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa. “Él bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: "Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador." Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: "Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más." Jesús le contestó: "Hoy ha sido la salvación de esta casa; también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido."

 

 

Jericó era, en la época de Jesús- un bello oasis a orillas del Mar Muerto.  Era una ciudad próspera, con bellos jardines y palacios (la administración romana había invertido una buena cantidad de dinero en construcciones: palacios y vías).  Circulaba dinero y eso explica la presencia de un eficiente sistema de recolección de impuestos (por ello la presencia de los publicanos y de este jefe de publicanos que era Zaqueo).  Estos publicanos (recolectores de impuestos) eran detestados; se los veía como colaboracionistas (del imperio) y traidores (del pueblo judío) y por tanto no merecían la salvación de Dios.

 

En no pocos casos, estos publicanos se enriquecían de forma inmoral, seguramente esto hacía que fuesen vistos por los judíos como despreciables, pequeños, ‘de baja estatura’. 

 

Lo interesante es que este hombre tiene un interés particular: ver a Jesús. Este “ver” puede quedarse en la mera curiosidad o por el contrario convertirse en una búsqueda existencial profunda.

 

También puede sucedernos a nosotros. Vale la pena preguntarnos:

 

¿Tengo interés en ver a Jesús, en conocerlo? ¿De dónde surge este interés? ¿Qué busco en Jesús? ¿Estoy dispuesto a ir más allá de la mera curiosidad?

 

Lo cierto es que no basta con ver a Jesús de lejos, con mirarlo, con leerlo en un libro… Eso es todavía muy distante. Hay que entrar en una relación profunda con Él (hay que bajar del árbol e ir a su encuentro); hay que dejarlo entrar en la propia intimidad (por eso Jesús pide entrar en la casa, que en la Biblia simboliza la intimidad: “No soy digno de que entres en mi casa, pero…”), pues sólo así se puede producir en nosotros una seria transformación (por eso se alude al cambio de Zaqueo, que devuelve lo que ha robado, lo que le ha sacado a otros).

 

Notemos el horizonte desde el que funciona Jesús: aunque es criticado (por meterse con los pecadores) sigue adelante en su proyecto de rescate (de Zaqueo) y entra en su casa.

 

Recordemos que esta opción de Dios por todos y, en particular por los pecadores, es el eje de la reflexión de este domingo.  ¿Qué nos queda de este relato?

 

  • 1.      Jesús nos ofrece la salvación de Dios sin distinción de cultura, clase, raza, religión, etc.

 

  • 2.      Es fundamental revisar nuestra actitud delante de Jesús: ¿Quiero conocerlo? ¿Estoy dispuesto a acercarme a Él?

 

  • 3.      ¿Estoy dispuesto a asumir los cambios de vida o de mi estilo de vida que se desprenden de este encuentro con Jesús?

 

  • 4.       ¿Deseo dejar entrar a Jesús en lo más profundo de mi vida (intimidad = casa)?

 

  • 5.      No hay que perder tiempo, notemos la fuerza de la palabra “HOY” en los labios de Jesús: “Hoy ha entrado la salvación a esta casa”. La palabra “HOY” aparece varias veces en el evangelio de Lucas. ¿Estoy dispuesto a que ese HOY comience ya?

 

 

Terminemos nuestra reflexión orando con el…

 


Salmo 144

Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.

 

Te ensalzaré, Dios mío, mi rey; bendeciré tu nombre por siempre jamás. Día tras día, te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás. R.

 

El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. R.

 

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas. R.

 

El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones. El Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan. R.

 

 

¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?

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