En Defensa de la Fe


Domingo 30 del Tiempo Ordinario Ciclo B

Te comparto la reflexión correspondiente al Domingo 30 del  Tiempo Ordinario Ciclo B, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.



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Nota acerca de la fecha: En el 2015, corresponde al Domingo 25 de Octubre.



¿Quién no desea alcanzar la vida verdadera? Pero ¿Qué es la vida verdadera? O, mejor, ¿Cómo construirla? ¿Cómo alcanzarla? Según la propuesta de Dios, el ser humano llega a la vida verdadera entrando en comunión con su Hijo Jesucristo, es decir:

 

  • Aprendiendo a reconocer la presencia amorosa de Dios en la propia vida,


  • Aprendiendo a amar como Él ama,


  • Aprendiendo a responder a su llamado,


  • Aprendiendo a salir del conformismo,


  • Aprendiendo a servir a la manera de Jesús.


  • Aprendiendo a convivir y a compartir con los demás.




Jeremías 31, 7-9

Guiaré entre consuelos a los ciegos y cojos

 

Así dice el Señor: "Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos: proclamad, alabad y decid: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. Mirad que yo os traeré del país del norte, os congregaré de los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos: los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito."

 

 

Algunas reflexiones

 

La lectura está tomada del libro del profeta Jeremías. Jeremías nació en Anatot, hacia el año 650 a. C., y ejerció su misión como profeta, en el reino de Judá, desde el año 627 a.C., hasta después de la destrucción del templo de Jerusalén a manos de los babilonios (hacia el año 586 a.C.).

 

Jeremías desarrolló su misión en varias etapas, veamos:

 

PRIMERA ETAPA: durante el reinado de Josías, que fue un rey que se esforzó por defender la identidad política y religiosa del antiguo pueblo de Israel. Para hacerlo organizó una profunda reforma religiosa, destinada a eliminar del reino los cultos a dioses extranjeros. En este período, Jeremías lanzó al pueblo un urgente llamado a la conversión. El pueblo debía permanecer fiel a Dios y vivir seriamente la alianza.

 

SEGUNDA ETAPA: Hacia el año 609 a. C., Josías es asesinado en combate contras los egipcios y el reinado es asumido por Joaquín, que reinará hasta el año 597 a.C. Este tiempo es de inestabilidad y de grandes desgracias para el pueblo. Jeremías criticó duramente  las injusticias sociales que brotaban de las malas políticas del monarca y de su corte. Criticó también la infidelidad religiosa y las alianzas políticas que revelaban que los políticos ponían más fe en sus estrategias (y componendas) que en Dios. En este contexto, Jeremías denuncia la actitud de Judá (el pueblo) y del rey Joaquim e interpreta la amenaza de invasión babilónica como consecuencia de los pecados cometidos. Es un castigo de Dios por la infidelidad de su pueblo. En esta etapa Jeremías es incomprendido en su misión y perseguido. 

 

TERCERA ETAPA: Joaquín sale de la escena política y el trono queda en manos del rey Sedecías (587 a.C.) Algunos años después de haber comenzado su reinado, Sedecías vuelve a buscar alianzas con el imperio Egipcio. Esto genera la ira del imperio babilónico. Recordemos que Jeremías no está de acuerdo con que se confíe más en los poderes de este mundo que en Dios. Jeremías vuelve a denunciar esta actitud, pero no es escuchado. Hacia el año 587 a.C., el rey babilonio Nabucodonosor sitia a Jerusalén. Jeremías anuncia la inminente destrucción de la ciudad (Jer 32, 2-5) y por ello es acusado de traidor y encarcelado (Jer 37,11-16; Jer 38, 11-13). Efectivamente, Nabucodonosor somete a Jerusalén, invade el país, destruye el templo y deporta una buena parte de la población a Babilonia (año 586 a.C.) En esta situación el pueblo llora su desagracia: “Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión…” (Sión es Jerusalén).

 

No sabemos con seguridad el contexto en que apareció este mensaje (el del texto propuesto en esta lectura). Algunos lo sitúan en la primera etapa de la misión de Jeremías. Otros  sitúan este mensaje en la tercera etapa, durante el proceso de invasión-deportación babilónica. Esta postura parece ser la más verosímil, porque es la época en que Jeremías comienza a reflexionar sobre una nueva intervención de Dios, que inaugurará un tiempo nuevo para el pueblo. En medio de la catástrofe Jeremías anuncia que Dios actuará nuevamente y hará posible un  nuevo comienzo, pues Dios quiere hacer una nueva alianza con Israel.

 

En esta primera lectura, el profeta nos permite descubrir que, aún en los momentos más dramáticos de la historia, Dios está presente, amando y acompañando al pueblo en su proceso de liberación y de crecimiento.  Dios continúa haciendo lo mismo hoy con toda la humanidad.

 

Algunos aspectos que pueden ayudarnos a meditar a partir de este texto:

 

  • 1.Dios no es insensible ante el sufrimiento humano. Dios acompaña la vida de cada uno y nuestra tarea es saber reconocer su presencia amorosa y providente. ¿He percibido la presencia de Dios en mi vida? ¿Cuál ha sido mi respuesta?

 

  • 2.Dios es “como” un padre/madre y su gran preocupación es el bien de sus hijos e hijas. El gran deseo de Dios es la realización de la humanidad. ¿Procuro responder a Dios cuidando de mi crecimiento y realización y contribuyendo al crecimiento y realización de los demás?


  • 3.En la perspectiva de Jeremías, la acción salvadora de Dios se extiende a todos, pero de modo especial a quienes se encuentran en situación de sufrimiento, de fragilidad, de necesidad. Todos ellos están simbolizados en los cojos y ciegos de que habla la lectura. ¿Cuál es el lugar que ocupan los sufrientes y los necesitados en mi vida?


  • 4.El texto es un llamado a la esperanza y a la confianza en Dios. También es una invitación a reconocer las limitaciones y trampas de los poderes de este mundo.  Algunas veces nos vemos tentados a dejarnos arrastrar por el pesimismo. Sin embargo, tanto la palabra del profeta como la praxis de Jesús nos invitan a confiar y a hacer nuestro propio esfuerzo. Las dos cosas son importantes e inseparables. Por eso en la Biblia permanentemente resuena la frase: “No tengas miedo”.  ¿Qué puedo decir de mi confianza en Jesucristo? ¿Cuáles son mis miedos?




Hebreos 5, 1-6

Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec

 

Hermanos: Todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y está constituido a favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. A causa de ellas, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo. Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón. Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino que la recibió de quien le dijo: "Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy", o, como dice otro pasaje de la Escritura: "Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec."

 

 

Algunas reflexiones

 

Continuamos la lectura de la carta a los Hebreos, que – en realidad – es un gran sermón destinado a algunas comunidades cristinas que se encuentran en situación difícil, expuestas a diversos peligros y que necesitan ser reanimadas en la fe.  El objetivo del autor es ayudar a estos cristianos a revitalizar su compromiso con Cristo. ¿Necesitamos también nosotros de este reavivamiento? 

 

El autor de la carta presenta a Jesucristo como el sumo sacerdote querido por Dios. Jesús es Aquel que Dios envió al mundo para conducir a los hombres a la comunión y a la reconciliación con Dios. Pero el autor de la carta no se queda allí. Afirma que Jesucristo es un sacerdote diferente. Su sacerdocio supera el sacerdocio tal como se concebía en el Antiguo Testamento. Por eso es necesario que los discípulos crean en Él, escuchen su palabra y la pongan en práctica. Atención a estos tres momentos: creer, escuchar, practicar.

 

El texto de hoy nos invita a reflexionar sobre algunos puntos claves:

 

  • 1.Dios Padre envió a su Hijo al mundo con la misión de invitar a todos a integrar la comunidad nueva, la humanidad nueva, que deberá ser un “pueblo sacerdotal”, en Jesús. ¿Tenemos conciencia de esta dimensión sacerdotal de nuestro ser cristiano? ¿Tenemos claridad respecto de la diferencia y complementariedad entre sacerdocio común de los fieles (todos los bautizados) y sacerdocio ministerial (los presbíteros)?


  • 2.El cristiano (que es miembro de Cristo y del pueblo sacerdotal) debe hacer de su vida un continuo sacrificio de alabanza, de entrega a Dios y a los hermanos, en el amor. ¿Vivo esta entrega a Dios y este servicio al prójimo? ¿Cómo viven estas dos realidades los ministros de la iglesia?


  • 3.Jesús es el sacerdote fiel y misericordioso que envió Dios al mundo para transformar los corazones de los hombres y para conducir la humanidad hacia Dios. El itinerario espiritual que estoy viviendo en la iglesia ¿está provocando en mí una transformación en mi manera de ser, de sentir, de pensar y de actuar?


  • 4.Lo que se pide a los discípulos es que crean en Jesús, que escuchen atentamente su palabra (su enseñanza) y  que, interiorizándola, la transformen en acción.  ¿He sacado el tiempo necesario para conocer, meditar, interiorizar y hacer vida la enseñanza de Jesús?


  • 5.Hay dos frases claves en el texto:

 

  •            a)      Todo sumo sacerdote es escogido de entre los hombres… para ofrecer dones y sacrificios por los pecados: El sacerdocio (tanto el común de los fieles como el ejercido por los presbíteros) es para el servicio de todos. No es ni un poder ni una manera de asegurarse la vida.


  •            b)      El sacerdote puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades: El sacerdocio que ejercemos desde nuestra identidad bautismal acontece en y a través de nuestra condición humana, de nuestra fragilidad humana. La Iglesia no es una comunidad de perfectos, sino una comunidad de pecadores en conversión.




Marcos 10, 46-52

Maestro, haz que pueda ver.

 

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y una gran multitud, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: "Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí." Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: "Hijo de David, ten compasión de mí." Jesús se detuvo y dijo: "Llamadlo." Llamaron al ciego, diciéndole: "Ánimo, levántate, que te llama." Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: "¿Qué quieres que haga por ti?" El ciego le contestó: "Maestro, que pueda ver." Jesús le dijo: "Anda, tu fe te ha curado." Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

 

 

Algunas reflexiones

 

Estamos – según el evangelio de Marcos- en la última etapa del viaje de Jesús (con sus discípulos)  hacia Jerusalén. Recordemos que Marcos nos narra un viaje, pero lo que sucede en el viaje es una experiencia de educación y de transformación interior (espiritual).

 

En Jerusalén, Jesús tendrá que afrontar la prueba final de su misión: la entrega de la propia vida.  Jerusalén es el lugar de la pasión y de la muerte.

 

Recordemos también que  durante el camino Jesús ha percibido – en diversas ocasiones – que los discípulos se aferran a sus ideas y proyectos egoístas, a falsas ideas de Dios y a deseos de poder (esos discípulos somos nosotros). En realidad, han caminado un buen tiempo con Jesús, pero no han madurado mucho. No han entendido que el camino del Reino de Dios pasa por el don de la vida (la cruz). 

 

El episodio narrado en el texto de hoy sucede en la ciudad de Jericó (faltan más o menos 30 kilómetros para llegar a Jerusalén).  Marcos pone en el centro de la escena a un mendigo ciego llamado Bartimeo. Recordemos que los ciegos hacían parte del grupo de excluidos de la época, pues las deficiencias físicas eran consideradas, según la mentalidad religiosa y cultural de la época, el resultado de un pecado grave. Se pensaba, entonces, que como consecuencia de este pecado Dios castigaba al pecador con una enfermedad, según la gravedad de la culpa. Con frecuencia hay mucha distancia entre lo que el ser humano piensa de Dios y la manera en que Dios siente y actúa. En este orden de ideas, la ceguera es considerada como el resultado de un pecado especialmente grave, pues ella impide al hombre leer, estudiar y predicar la Ley Mosaica, la Torá (la mujer no contaba, pues estaba excluida de dicha posibilidad).  Por tanto, los ciegos no podían servir de testigos en los casos judiciales ni participar en las ceremonias litúrgicas del templo.

 

Marcos construye esta hermosa catequesis para los lectores de su evangelio, usando el encuentro de Jesús con Bartimeo.  La figura del ciego es interesante porque ella puede tener – en el relato – varios significados:

 

  • a.Este ciego (=pecador) que Jesús encuentra en el camino (=la vida) puede ser cada uno de sus discípulos.  Somos nosotros. Nos encontramos con Jesús, queremos llegar a la plenitud de su vida, de su amor, de su entrega (=Jerusalén), pero sufrimos de ceguera. Hay muchas cosas que aún no vemos porque nos falta madurar y otras que no queremos ver (nos hacemos los “ciegos”).


  • b.El ciego puede simbolizar a los representantes de la teología judía de la época, que estaba  mal enfocada y más lista a condenar que a rescatar. Estos ciegos –llevados por esta teología miope – no perciben que la misericordia de Dios es mayor que cualquier pecado y más profunda que las elucubraciones teológicas que los especialistas hacen. La teología debe servir para aclarar, para transformar, para abrir posibilidades y no para cerrar caminos. 

 

Notemos que el ciego de la narración está a la orilla del camino, probablemente pidiendo limosna. El estar sentado (en la simbología bíblica) puede significar acomodación, conformismo, instalación. La limosna es el mecanismo que alimenta su situación de comodidad y dependencia. Este ciego, por definición está privado de la luz. Jesús vino para ser su luz, para dar luz a la vida de este hombre, que – curado- debe pasar a ser luz para otros. Esto es lo que se espera que suceda después del encuentro con Jesús.

 

Curar al ciego (devolverle la capacidad de ver) es devolverle la capacidad de percibir mejor su mundo, de responsabilizarse de su vida, de superar la dependencia, de sacarlo del conformismo en el que está instalado. En el encuentro con Jesús, Bartimeo percibe el sin-sentido de su situación y siente el deseo de entrar en una experiencia nueva, en un nuevo modo de vivir. Esto es lo que debe suceder en nosotros.

 

Bartimeo es consciente de su debilidad y siente que sin la ayuda de Jesús continuará envuelto por las tinieblas de la dependencia. Por eso suplica: “Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí”. Recordemos que el título hijo de David es un título claramente mesiánico. Por lo tanto, Bartimeo reconoce que Jesús es el Mesías liberador que – según las expectativas religiosas de la época – debería venir al mundo para dar vida plena al pueblo de Israel. A ejemplo de Bartimeo, nosotros podemos también tomar conciencia de nuestra situación, de nuestra necesidad, ir al encuentro de Jesús y recibir de Él la misericordia de Dios y la ayuda que estamos necesitando.

 

Llama la atención el hecho de que – en medio de esta situación – algunos reprenden a Bartimeo y quieren silenciarlo. Con frecuencia, en los evangelios, cuando alguien encuentra a Jesús y toma la decisión de cambiar de vida aparecen obstáculos de diversa índole. Esta gente que manda callar a Bartimeo representa a todos aquellos que se especializan en poner obstáculos a quienes quieren dejar su situación de miseria, de esclavitud, de dependencia, para abrazar un  proyecto de liberación, de responsabilización y de compromiso. La narración nos deja claro que Bartimeo fue capaz de superar los obstáculos y de hacer el proceso de transformación apoyado en Jesucristo.

 

Jesús se detuvo y mando llamar a Bartimeo. El mensaje es claro: "Ánimo, levántate, que te llama." Jesús quiere que el encuentro sea personal con cada uno. Este llamado (= vocare = vocación) recuerda otros llamados que Jesús ha hecho en el evangelio de Marcos (Mc 1,16-20; 2,14; 3,13). El llamado pide de Bartimeo una respuesta, una decisión personal: ir al encuentro de Jesús o quedarse en su situación.  Se trata aquí de un proceso:

 

  • 1.Dejar la situación y la actitud de instalación, de conformismo (=tirar la capa),


  • 2.Levantarse, ponerse en pie, dar el salto (=resucitar a una nueva vida),


  • 3.Entrar en contacto personal con Jesús y confiarle el más profundo deseo (=fue al encuentro de Jesús y le dijo:    Quiero ver).

 

Esta es una bella catequesis aplicable a cada lector de esta narración.

 

Jesús propone al ciego una pregunta clave: “¿Qué quieres que haga por ti?” Jesús no se queda en la superficie, el encuentro no puede quedarse en las ramas. Hay que ir a la raíz. Jesús busca la necesidad más acuciante y el deseo más profundo de Bartimeo. El ciego se expresa (¡Qué importante que cada persona encuentre, en la vida -también en la Iglesia- los espacios para expresarse!… Y ser escuchada): “Señor, que vea”.

 

Vale la pena preguntar: ¿estoy dispuesto a cargar con las consecuencias de este poder ver? El evangelista Marcos da a entender, en la narración, que Bartimeo sí está dispuesto, por eso la narración termina contándonos que él – ya curado de su ceguera –se hizo discípulo de Jesús: “Bartimeo recobró la vista y lo seguía por el camino”.   Recordemos que Bartimeo somos cada uno de nosotros, cada bautizado.

 

 

Terminemos nuestra reflexión orando con el…



Salmo 125 (124)

El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.

 

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, / nos parecía soñar: / la boca se nos llenaba de risas,/ la lengua de cantares. R.

 

Hasta los gentiles decían: / "El Señor ha estado grande con ellos." / El Señor ha estado grande con nosotros, / y estamos alegres. R.

 

Que el Señor cambie nuestra suerte, / como los torrentes del Negueb. / Los que sembraban con lágrimas / cosechan entre cantares. R.

 

Al ir, iba llorando, / llevando la semilla: / al volver, vuelve cantando, / trayendo sus gavillas. R.




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