En Defensa de la Fe


Domingo 22 del Tiempo Ordinario Ciclo A 2017

Te comparto la reflexión correspondiente al Domingo 22 del  Tiempo Ordinario Ciclo A 2017, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.



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Nota acerca de la fecha: En el 2017, corresponde al Domingo 3 de Septiembre.



Hacer misión, ir de misión, estar en misión.  Es un lenguaje que usamos frecuentemente en la Iglesia.

 

En realidad, la misión se refiere a la tarea que realizamos – mientras pasamos por este mundo – en nombre de Dios, impulsados por Dios, enviados por Jesús.

 

La misión compromete a todo creyente cristiano. No es que unas personas en la Iglesia, tengan misión y otras no. Todos ‘vamos montados en la barca’.

 

La Biblia está llena de enviados de Dios, de misioneros (cada uno en su tiempo, en su contexto, con su tarea específica): Abraham formando un pueblo; Moisés, sacando al pueblo de la esclavitud y llevándolo a la Tierra Prometida; Josué, organizando la entrada en dicha tierra; David, esforzándose por gobernar al pueblo; Amós, denunciando la corrupción de la monarquía y de las clases privilegiadas del pueblo; María y José, asumiendo la tarea compleja de ser los padres de Jesús; Jesús inaugurando y haciendo, con su vida, presente el Reino de Dios; los apóstoles anunciando al resucitado Jesús y dando forma inicial a la Iglesia… Y un largo etcétera del que hacemos parte nosotros.

 

Pero en el ejercicio de la misión se mezclan la alegría y el sufrimiento. La alegría de estar con Dios, de servirle, de aportar al mundo para su transformación. Pero también, el sufrimiento que se deriva de las resistencias, sinsabores, incomprensiones, persecuciones y maltratos por causa del encargo misionero.



“El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”“El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”



Jeremías 20,7-9

La Palabra del Señor se volvió oprobio para mí

 

Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste. Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar: "Violencia", proclamando: "Destrucción". La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: "No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre"; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo, y no podía.

 

 

Algunas reflexiones

 

Jeremías fue uno de estos personajes misioneros de que hablamos antes. Fue un alegre servidor de Dios, pero también un misionero sufriente, que tuvo que afrontar el conflicto, la incomprensión y la persecución.

 

Recordemos que la misión del profeta Jeremías se desarrolló en torno a la experiencia del exilio que vivió el antiguo pueblo de Israel. Fue un momento doloroso que puso en crisis no solo la constitución del pueblo como nación, la permanencia de sus instituciones y la posesión de la tierra (que el pueblo interpretaba como ‘prometida por Dios’), sino que puso en crisis la misma fe en Dios y la continuidad de la alianza de amor y fe que Dios había pactado con él.  

 

En el texto propuesto, el profeta nos comparte el conflicto interno que vivió: Por un lado, la experiencia de la seducción amorosa de Dios que lo eligió para ser profeta, que lo fortaleció para la misión, que lo acompañó en el ejercicio de su tarea. Por otro, el sufrimiento por las burlas de todos; sufrimiento al ver que Dios era rechazado por su pueblo; sufrimiento al percibir que la misma palabra de Dios (que él anuncia) es despreciada y rechazada. El sufrimiento fue tal que Jeremías pensó y deseo abandonar la misión: Me dije: "No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre".

 

Pero la Palabra de Dios que lo habitaba fue más fuerte que su debilidad y lo impulsó, en medio del sufrimiento, a continuar el camino.  El profeta Jeremías es una evidencia que – cuando el amor a Dios es intenso – puede más esta ‘alianza amorosa’ que la búsqueda de la propia seguridad y el propio bienestar. La Palabra de Dios actuó en el profeta como un fuego abrasador que lo mantuvo siempre alerta en el cumplimiento de su misión.

 

Todos los misioneros auténticos pasan por esta experiencia. También el Papa, en sus visitas vive esto, incluso al interior de la propia Iglesia.



Romanos 12,1-2

Presentad vuestros cuerpos como hostia viva

 

Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable. Y no os acomodéis a este mundo. Al contrario, transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

 

 

Algunas reflexiones

 

Tenemos aquí una de las más lindas exhortaciones de san Pablo. Es un llamado profundo para vivir – de manera auténtica – la fe cristiana:

 

  •         Plantea la vida cristiana como un culto. El culto no se reduce sólo a la liturgia que se desarrolla dentro del templo. El culto a Dios es la vida en su totalidad.

 

  •         La palabra cuerpos equivale en este texto a vida (a existencia). Traduciríamos así: Os exhorto, hermanos, a presentar vuestras vidas como hostia viva, santa, agradable a Dios.

 

  •         Hay un llamado clave: estar atentos, vigilantes, en constante discernimiento, pues – en el paso por este mundo, podemos enredarnos y optar por lo que no es Dios. Por eso Pablo dice: Y no os acomodéis a este mundo.

 

Queda claro que el verdadero culto no se reduce a ritos externos sino que procede de una vida recta, de un esfuerzo permanente por encarnar los valores de la justicia, la verdad, el respeto, la solidaridad. Es en esto que consiste la verdadera conversión a Dios.

 

¿Entiendo la vida – en su totalidad – como el culto que debo dar a Dios? ¿Cómo entiendo la liturgia que celebro en el templo? ¿En qué cosas podría decir que me he estado ‘acomodando al mundo presente’?



Mateo 16,21-27

El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo

 

En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: "¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte." Jesús se volvió y dijo a Pedro: "Fuera de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios." Entonces dijo a sus discípulos: "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta."

 

 

Algunas reflexiones

 

El texto del evangelio que se nos propone hoy es, en realidad, una hermosa catequesis sobre lo que significa ser discípulo de Jesús.

 

Lo que el texto nos quiere advertir es que si decidimos seguir a Jesús – además de la promesa de salvación y realización plena – es necesario contar con una dimensión de sufrimiento, pues – al igual que ocurre con el Maestro Jesús – la vida del discípulo estará atravesada por la ‘cruz’, es decir, por la pasión propia de la entrega, el esfuerzo, las contradicciones, los conflictos que se provocan por las posturas que hay que tomar frente a lo que sucede. El seguidor de Jesús es portador del Reino (de unos valores) y la no-negociabilidad de estos valores lo hará entrar en conflicto o lo llevará a provocar conflicto.

 

Por eso, el núcleo principal de este pasaje del evangelio es el primer anuncio de la pasión. Los discípulos, representados en el texto por Pedro, no han comprendido esta dimensión ‘sufriente’ del discipulado con Jesús. Ellos están convencidos del mesianismo de Jesús, pero se han quedado solo en la parte gozosa, gloriosa…

 

Algunos de ellos han llegado, incluso, a concebir este mesianismo de Jesús como un proyecto específicamente político.   Jesús rechaza este reduccionismo y muestra que tanto la voluntad de Dios como su manera de comprender el Reino de Dios son muy distantes de lo que los discípulos piensan.   Es en este sentido que Pedro aparece como instrumento de Satanás (el Engañador): la postura de Pedro (y de los discípulos) no es una ayuda, sino un obstáculo para la misión. Por eso la fuerte expresión "Fuera de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios."

 

¿Qué queda de manifiesto? Que, en este momento del camino, los discípulos aún no tienen las cosas claras; deben lograr una mejor comprensión del proyecto de Jesús, y, deben esforzarse aún más para poder alcanzar la madurez que se espera del seguidor de Jesús. ¿No nos estará pasando esto a nosotros? ¿Hemos alcanzado ya la madurez en la fe requerida para ser auténticos testigos del Evangelio?  ¿La visita del Papa puede ayudarnos a ‘dar un paso más’?

 

La tarea que brota del texto es revisar nuestra experiencia de seguimiento, examinar si nuestra comprensión del Reino de Dios es adecuada, evaluar nuestro grado de ‘maduración’ en la fe y, con la clara conciencia de nuestra debilidad y pequeñez, seguir caminando tras las huellas de Jesús, para seguir madurando.

   

Notemos que, en este mismo episodio, Jesús se dirige a todos los discípulos para señalarles con claridad el camino. Y en este camino hay que contar con la cruz: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará.”  No hay verdadero discipulado si no se asume el mismo camino del Maestro.

 

La tentación de vivir un cristianismo light está siempre presente, es decir un cristianismo cómodo, sin problemas, sin conflictos, a la medida de nuestros gustos. Pero la invitación que Jesús nos hace a tomar la cruz nos desacomoda y, en no pocos casos, nos incomoda.  ¿Estamos dispuestos(as) a vivir estos desacomodamientos, estos desplazamientos internos y externos?

 

 

Terminemos nuestra reflexión orando con el…

 


Salmo 63

Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.

 

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, / mi alma está sedienta de ti; / mi carne tiene ansia de ti, / como tierra reseca, agostada, sin agua. R.

 

¡Cómo te contemplaba en el santuario / viendo tu fuerza y tu gloria! / Tu gracia vale más que la vida, / te alabarán mis labios. R.

 

Toda mi vida te bendeciré / y alzaré las manos invocándote. / Me saciaré como de enjundia y de manteca, / y mis labios te alabarán jubilosos. R.

 

Porque fuiste mi auxilio, / y a la sombra de tus alas canto con júbilo; / mi alma está unida a ti, / y tu diestra me sostiene. R.



 

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