En Defensa de la Fe


Domingo 12 del Tiempo Ordinario Ciclo C

Te comparto la reflexión correspondiente al Domingo 12 del  Tiempo Ordinario Ciclo C, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.



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Nota acerca de la fecha: En el 2016, corresponde al Domingo 19 de Junio.



¿Quién es Jesús de Nazaret? La liturgia de este domingo orienta nuestra atención hacia esta pregunta fundamental. La gran afirmación de la fe cristiana (que está plasmada en los textos del Nuevo Testamento) es que este Jesús es el Mesías de Dios, el Cristo de Dios, el Hijo de Dios, el Salvador de la humanidad. Si no fuera ésta la identidad de Jesús, entonces ¿para qué seguirlo? ¿Qué sentido tendría creer en Él? ¿Cómo justificar la fe en Él?

 

Pero, porque Él es quien es, y porque su identidad es esta, su vida tiene impacto en el creyente y el creyente puede arriesgar la pregunta por el sentido de la existencia desde la comunión con Él.

 

Atención a este punto: de nada nos serviría saber que Jesús es el Mesías, el Cristo, el Hijo de Dios y el Salvador si no entramos en comunión con Él. Las ideas no nos salvan, lo que nos sumerge en una experiencia de salvación es una relación viva con Dios, una relación amorosa con la persona de Jesucristo.  De hecho, en los evangelios encontramos un relato en el que Jesús, yendo de camino con sus discípulos, les hace una pregunta, que no es de carácter teórico, sino existencial, vital. Él les pregunta: Ustedes (que son mis seguidores, mis discípulos) ¿Quién dicen que soy yo? La pregunta sigue siendo actual.

 

¿Tú qué responderías?



Zacarías 12,10-11; 13,1

Llegarán días en que derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de súplica; y ellos mirarán hacia mí. En cuanto al que ellos traspasaron, se lamentarán por Él como por un hijo único y lo llorarán amargamente como se llora al primogénito.  Aquel día, habrá un gran lamento en Jerusalén, como el lamento de Hadad Rimón, en la llanura de Meguido.  Aquel día, habrá una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, a fin de lavar el pecado y la impureza.

 


Algunas reflexiones


Esta primera lectura n
os habla de un profeta, que- por la donación de su vida- trajo la conversión y purificación de su pueblo.  Este profeta nos hace entender que el camino del amor y de la donación no es un camino de fracaso, sino de realización, aun cuando -desde los criterios humanos del interés, el enriquecimiento y la eficiencia- esto parezca una locura.  El camino de la entrega y del servicio a los demás es un camino de realización que nos introduce en una vida nueva.   Muchos siglos más tarde, el autor del evangelio de san Juan, identificará la figura de este profeta misterioso con el propio Jesucristo.

 

El profeta Zacarías actuó en Jerusalén, después del exilio, y tuvo un papel clave en la época de la reconstrucción del templo de Jerusalén, hacia el siglo VI a.C. Pero, en realidad, este libro es el fruto del aporte de varios autores que actuaron en varias épocas, en un lapso de tiempo que va desde el siglo VI hasta el siglo II a.C. 

 

En el texto, el profeta anuncia la efusión de un espíritu de piedad y de oración suplicante sobre la casa de David y los habitantes de Jerusalén.  Este espíritu es una disposición interior de las personas. Se trata de un espíritu capaz de poner a la gente a “girar en la órbita de Dios” y provocar una transformación interior. Esta actitud de orientación hacia Dios, de confianza en Él y de reconocimiento de lo que Él es y hace en nuestra vida es lo que debe desarrollarse y fortalecerse en nosotros. Si no se desarrolla en nosotros esta actitud, ¿cómo pensar en una nueva evangelización? 

 

Para vivir una auténtica experiencia espiritual hay que mirar, pero no basta con mirar. Mirarán hacia mí –anuncia el profeta -. Hay que mirar reconociendo y este reconocimiento nos debe llevar a la adoración, pero también al cambio, a la adopción de un estilo de vida que corresponda a esta experiencia.

 

Lo curioso de este texto es que al que mirarán es al profeta sufriente, al profeta martirizado. Por eso, este texto fue aplicado – siglos más tarde – a Jesús de Nazaret: Jesús es Aquel a quien las autoridades judías de aquella época traspasaron (es decir, torturaron y asesinaron). Pero en este Jesús crucificado podemos – al contemplarlo - descubrir el AMOR de Dios.  El profeta sufriente de que se habla en el texto aparece como un enviado divino, que es rechazado.

 

¿Quién fue este personaje? En realidad no lo sabemos. Hay conjeturas. Algunos lo identifican con el rey Josías (un rey piadoso de Israel, que fue asesinado en Meguido en combate contra los egipcios [II Reyes 23, 29-30]). Otros identifican a esta figura misteriosa con el sacerdote Onías III (II Macabeos 4,34). Otros lo identifican con Simón Macabeo (I Macabeos 16,11-17). Otros dicen que se trata de un profeta que ha quedado en el anonimato. Pero esto tiene ya poca importancia, pues de lo que se trata es de quedarnos con lo sustancial del mensaje que se nos quiere transmitir: se trata de un mártir inocente y de un martirio por el que el pueblo debe responder.

 

Este texto sirvió a los seguidores de Jesús de Nazaret para expresar la identidad teológica de Jesús. Jesús es el Hijo de Dios, el profeta de los últimos tiempos, enviado por Dios y que – siendo inocente y justo – fue rechazado y condenado al suplicio de la muerte.

 

Notemos, que en muchos pasajes del Nuevo Testamento (y en la teología cristiana posterior) el uso de los Textos del Antiguo Testamento fue clave para poder explicitar la fe cristiana. La figura de este profeta martirizado es muy cercana también a la figura del siervo de Dios sufriente, de que nos habla el profeta Isaías en su libro.  Lo esencial del mensaje es que la contemplación de esta injusticia y la reflexión sobre ella, llevará al pueblo a un proceso de toma de conciencia, de arrepentimiento y de purificación, es decir, será la base de un proceso interior de conversión. Es a esto a lo que los creyentes cristianos estamos llamados al contemplar al crucificado Jesucristo (Juan 19, 37). 

 

Esta figura del justo perseguido y ‘eliminado’ debe hacernos pensar en todo las personas íntegras, que luchan por un mundo mejor, que trabajan por la paz y la justicia, pero que – incomprendidos- terminan siendo rechazados, perseguidos y/o eliminados. Ahora bien, la lógica de perseguir al justo no debe hacernos caer en una actitud pesimista y desesperanzada. Dios está a su lado y lo rescata… Como lo hizo con el justo Jesús al resucitarlo.

 

Al ser bautizados, los cristianos hemos sido constituidos profetas, pero poco se nos ha insistido en esta dimensión de nuestra identidad creyente. Es necesario retomarla y sacar las consecuencias. No hacerlo nos ha llevado a un cristianismo demasiado cómodo. 

 

 

Gálatas 3, 26-29

Todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, ya que todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús. Y si ustedes pertenecen a Cristo, entonces son descendientes de Abraham, herederos en virtud de la promesa.

 

 

Algunas reflexiones

 

La segunda lectura nos insiste en que el cristiano, para serlo realmente, deberá “revestirse” de Jesús: interiorizar y hacer propios sus sentimientos, sus valores, sus deseos… Y esto sólo es posible a través de una íntima experiencia de comunión amorosa con Jesús.

 

Al intentar revestirnos de Jesús descubrimos que hay una incompatibilidad entre este “revestimiento” y el egoísmo, el orgullo y la autosuficiencia. La experiencia de esa incompatibilidad conscientemente vivida lleva a la persona (al creyente) a hacer opciones: “No se puede servir a dos señores, porque se terminará traicionando a uno de ellos”.

 

Recordemos que la Carta a los Gálatas aborda (entre otros) el problema de si Jesucristo es suficiente para llegar a la salvación o son necesarias las obras de la ley mosaica. Pablo sostiene que Cristo es suficiente para acceder a la salvación.

 

El pasaje de la carta, que nos es propuesto en esta liturgia, tiene como contexto la reflexión que Pablo está haciendo sobre el cristiano y la libertad. En la carta, Pablo nos recuerda que “Para ser libres nos libertó Cristo” y que “debemos tener cuidado para no recaer nuevamente en una lógica y en unas prácticas de esclavitud”. Hemos sido revestidos de Jesucristo, entonces nuestra vida debe ir asumiendo una nueva orientación (la orientación que le viene del amor, de la verdad, de la justicia, de la compasión, del servicio). El adecuado uso de la libertad deberá entonces reflejarse en nuestras decisiones y proyectos. 

 

Afirmar que los seguidores de Jesús fueron revestidos de Jesucristo significa que entre los bautizados y Cristo se establece una relación amorosa de comunión. Se trata de vivir con Él una alianza que transforma toda la existencia y la compromete desde sus raíces.

 

Al tomar conciencia de su bautismo, el cristiano asume como propia la existencia de Cristo y busca ser continuador de su proyecto, que es un proyecto radicalmente contrario a las tendencias egoístas y destructivas que están presentes en el mundo. El cristiano se transforma así en antorcha que ilumina, en fermento que provoca transformación en la sociedad. Debemos revisar, para ver si realmente está sucediendo en nosotros, en la Iglesia y en la manera como la Iglesia interactúa con el mundo.

 

¿Estaremos cumpliendo nuestra misión?

 

 

Lucas 9,18-24

Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con Él, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado".  "Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro, tomando la palabra, respondió: "Tú eres el Mesías de Dios". Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie. "El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día". Después dijo a todos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará

 

 

Algunas reflexiones

 

Al encontrarnos con este texto nos encontramos al final de una de las etapas misioneras de Jesús. Jesús ha recorrido la Galilea predicando el Reino de Dios, enseñando, sanando a los enfermos y trabajando por la inclusión de los marginados (Lucas 4, 16-21).  Y, a medida que realiza su misión, va llamando algunos discípulos (los Doce). Con el paso del tiempo se unen otros muchos y se va formando un movimiento en torno al maestro de Nazaret. 

 

Terminada esta etapa de trabajo misionero en Galilea, comienza una etapa decisiva, que apunta hacia Jerusalén (la capital del país y el centro religioso de la nación, pues allí está el Templo y la sede de la institucionalidad religiosa).

 

Los discípulos lo siguen: durante el camino ellos se hacen preguntas, aprenden del maestro y buscan clarificar las expectativas que habitan en su corazón (nosotros vivimos una experiencia parecida, día a día).  Jesús aprovecha no sólo para formarlos, sino para interrogarlos: Ustedes, que son mis discípulos ¿qué dicen de mí? ¿Quién soy yo para Ustedes? ¿Qué pueden decir de mí al mundo? Estas preguntas siguen siendo actuales y pertinentes.

 

El verdadero creyente cristiano no es aquel que habla de Jesús desde lo que otros dicen, sino aquel que ha vivido una experiencia personal de comunión con Él. Por eso está en capacidad de decir quién es Jesús de Nazaret. Notemos que no es una cuestión de libro, sino de experiencia personal.  Así, la liturgia de hoy es una invitación a vivir esta experiencia y a dar una respuesta realmente propia.  ¿Qué puedes decir acerca de Jesús partiendo de tu experiencia personal? 

 

El problema es que al dar nuestra respuesta estamos obligados a comprometernos con ella. Si decimos que para nosotros, Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios, El Salvador, el Maestro, el gran Profeta, el Liberador, etc., entonces estamos obligados a ser consecuentes.  Ahí viene el compromiso cristiano y la coherencia de vida.

 

Algunos aspectos claves a subrayar del texto propuesto:

 

1.   La oración de Jesús: Lucas insiste mucho en este rasgo característico de la vida de Jesús. No hay nada importante en la vida de Jesús que no pase por la oración (Lucas 5,16; 6,12; 9,28-29; 10,21; 11,1; 22,32.40-46; 23,34). Esos diálogos íntimos, amorosos y llenos de confianza de Jesús con Dios Padre son –sin duda- el modelo de las charlas que podemos tener con Él. ¿Cómo es tu oración?

 

2.   Lo que se dice de Jesús: Sobre Jesús se dicen muchas cosas, pero es fundamental conocer lo que la Iglesia dice de Jesús y lo que cada creyente (tú y yo) podemos decir de Él desde nuestra experiencia personal. El tema fundamental del texto del evangelio es la identidad (teológica) de Jesús. Recordemos que la época en que vivió Jesús fue para el pueblo judío una época de gran crisis, que generó una enorme expectativa mesiánica. El pueblo añoraba la llegada de ese enviado de Dios, que sería el liberador de las situaciones de sufrimiento y de opresión. Pero – las diversas corrientes socio-religiosas ‘fabricaron’ sus propias versiones de ese Mesías esperado (un doctor de la ley, un militar poderoso, un guerrero rebelde, un monje, etc.). Incluso, aparecieron algunos afirmando que ellos eran el Mesías. ¿Cómo saberlo? Recordemos que incluso algunas personas van a entrevistar a Juan Bautista y le preguntan: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”.  

 

3.   Pedro exclama: Tú eres el mesías de Dios. Esto correspondía a una experiencia personal profunda de Pedro, que respondía a las expectativas religiosas de su pueblo. Esta afirmación ha pasado a ser una verdad de fe para el creyente cristiano, pero es importante que el cristiano la llene de contenido vital.  En realidad, Pedro representa a todos los discípulos, a todos los creyentes. Pedro descubre la profunda relación que hay entre Jesús y Dios. Este descubrimiento es, al mismo tiempo, un don, una revelación: es Dios mismo – a través de su Espíritu – el que hace posible que el creyente capte este profundo misterio.

 

4.   El seguimiento de Jesús, la donación de sí mismo y la cruz: Jesús deja claro a Pedro y a sus discípulos (y a nosotros) que el cumplimiento de la misión y la fidelidad a Dios también tiene una dimensión de sufrimiento. Claro, hay una dimensión de alegría, de realización y de gloria. Pero no se llega a los misterios gloriosos sin pasar por los dolorosos. ¿Tienes conciencia de esto? ¿Lo asumes maduramente en la fe? La cruz y la donación hacen parte de la vida del creyente, que consiste en aceptar el llamado de Jesús y seguirlo. Jesús escucha la respuesta de Pedro y está de acuerdo con ella, pero no es ingenuo. Él sabe que los discípulos también soñaban con un mesías político, poderoso y victorioso, por eso se apresura a aclarar las cosas:

 

  • 1)   Ciertamente es el enviado de Dios, que ha venido para liberar a los hombres, pero no será una liberación política y menos una liberación violenta armada. Será una liberación desde el amor.

 

  • 2)   Jesús no es un enviado que ha venido a reinar en este mundo con los criterios demasiado humanos (a la manera de los reyes políticos). Su reinado es el reinado que se hace en la donación de sí mismo, por eso su trono no será de lujo, sino la cruz.

 

  • 3)   Quien lo quiera seguir deberá aprender a servir (ser para los demás); por eso deberá negarse a sí mismo (es decir, vencer sus tendencias egoístas). Y esto deberá hacerlo todos los días… Tomar la cruz (la responsabilidad, el amor, la misión) todos los días. No se trata de mandar fabricar una cruz (de madera o de lo que sea) para ponerse a cargarla, sino de aprender a amar hasta el extremo y traducirlo, en la vida diaria, en acciones concretas (servicio).

 

Tenemos así, en estas lecturas, un exigente, profundo e interesante proyecto de vida.


¿Estamos dispuestos a asumirlo?


 

Terminemos nuestra reflexión orando con el…



Salmo 62 (61)


Señor, tú eres mi Dios,
yo te busco ardientemente;
mi alma tiene sed de ti,
por ti suspira mi carne
como tierra sedienta, reseca y sin agua.
Sí, yo te contemplé en el Santuario 

para ver tu poder y tu gloria.
Porque tu amor vale más que la vida, 
mis labios te alabarán.
Así te bendeciré mientras viva 
y alzaré mis manos en tu Nombre.
Mi alma quedará saciada 

como con un manjar delicioso, 
y mi boca te alabará 
con júbilo en los labios.
Veo que has sido mi ayuda 
y soy feliz a la sombra de tus alas.
Mi alma está unida a ti y tu mano me sostiene.

 

 

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