En Defensa de la Fe


Domingo 12 del Tiempo Ordinario Ciclo A 2017

Te comparto la reflexión correspondiente al Domingo 12 del  Tiempo Ordinario Ciclo A 2017, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.



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Nota acerca de la fecha: En el 2017, corresponde al Domingo 25 de Junio.



Vencer el miedo, mantenernos firmes en la fe, ser fieles a Dios y a su proyecto, realizar la misión, vivir en la gracia son los puntos clave del mensaje de la liturgia de este domingo.



“Buscad al Señor, y vivirá vuestro corazón. Que el Señor escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos”“Buscad al Señor, y vivirá vuestro corazón. Que el Señor escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos”


Veamos:


Jeremías 20,10-13

Libró la vida del pobre de manos de los impíos

 

Dijo Jeremías: "Oía el cuchicheo de la gente: "Pavor en torno; delatadlo, vamos a delatarlo." Mis amigos acechaban mi traspié: "a ver si se deja seducir, y lo abatiremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él." Pero el Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo. Se avergonzarán de su fracaso con sonrojo eterno que no se olvidará. Señor de los ejércitos, que examinas al justo y sondeas lo íntimo del corazón, que yo vea la venganza que tomas de ellos, porque a ti encomendé mi causa. Cantad al Señor, alabad al Señor, que libró la vida del pobre de manos de los impíos."

 

 

Algunos comentarios

 

Fortaleza y persistencia: Se requiere fortaleza y persistencia en el cumplimiento de la misión. No hay misión fácil. En la historia humana toda misión, todo proyecto de bondad y de construcción está expuesto sea a pervertirse internamente sea a sufrir el ataque de fuerzas opuestas.  El caso de Jeremías es uno de muchos. Sin embargo, el profeta no cae en la desesperación. Sabe en quien ha confiado, se apoya en Dios, en su fidelidad… Por eso se repite internamente: ‘El Señor está conmigo’. Como Jeremías, también nosotros podemos permanecer fieles y seguir adelantando el proyecto propuesto por Dios, la misión.  

 

La presencia del mal en el mundo: Hay fuerzas contrarias a Dios, es decir, fuerzas contrarias al amor, poderes destructivos que buscan acallar las voces de quienes trabajan por la verdad y la justicia. La lucha contra el mal es uno de los ejes que atraviesa toda la narración bíblica.  Al igual que Jeremías, cada persona experimenta – en su vida – los embates del mal. Sí, la maldad se hace presente en el mundo, porque hay personas, organizaciones y estructuras que han optado por ella, que se han dejado habitar por el mal y se ponen a su servicio.

 

Pero también existe el amor, que impulsa a hacer el bien. El evangelista Lucas (en el libro de los Hechos de los Apóstoles) nos recuerda que Jesús pasó por este mundo haciendo el bien: “Ustedes saben que Dios llenó de poder y del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret, y que Jesús anduvo haciendo bien y sanando a todos los que sufrían bajo el poder del diablo. Esto pudo hacerlo porque Dios estaba con Él, (Hechos 10, 38). Si Lucas escribe esto es para animar a los cristianos a no bajar la guardia y para recordarles cuál es la tarea del cristiano: ‘dejarse habitar por Dios y pasar por el mundo haciendo el bien’. El mal presente en el mundo no debe desanimarnos ni hacernos caer en una actitud pesimista. Dios está con nosotros y hay gente de bien en acción, aunque no se le haga mucha propaganda.     

 

Hay cierta distancia entre Jeremías y Jesús: En la época de Jeremías no se había llegado al nivel de maduración de la experiencia espiritual a la que Jesús llegó. Se tenía una percepción distinta de Dios. Para el creyente cristiano de hoy sería impensable pensar en un Jesús que dijese en la cruz: ‘Padre, que yo vea tu venganza sobre todas estas personas que me han hecho daño’. Al contrario, en Jesús los sentimientos de misericordia y de perdón superan el deseo de venganza, pues Él sabe que ella sólo generará más violencia, mayor dolor y agudizará el nivel de degradación. Por eso su oración es “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34). Por alguna razón Pablo escribió: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Filipenses 2, 5ss)  ¿Nos preocupamos por que sean los sentimientos de Jesús los que guíen nuestra vida?  

 


Romanos 5,12-15

No hay proporción entre el delito y el don

 

Hermanos: Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron. Pero, aunque antes de la Ley había pecado en el mundo, el pecado no se imputaba porque no había Ley. A pesar de eso, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con una transgresión como la de Adán, que era figura del que había de venir. Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por la transgresión de uno murieron todos, mucho más, la gracia otorgada por Dios, el don de la gracia que correspondía a un solo hombre, Jesucristo, sobró para la multitud.

 

 

Algunos comentarios

 

El mal está presente en el mundo, pero ¿cómo y por dónde entró? Pablo aborda el tema con contundencia: “Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte”. Pero, inmediatamente, plantea el remedio: también por otro hombre (Jesús) entró al mundo la gracia (es decir, la presencia amorosa y transformadora de Dios). La gracia, que nos capacita para el bien, se reveló en Cristo Jesús y tiene la capacidad de extenderse a toda la humanidad, pero para que esto suceda es necesario que dicha humanidad (y cada persona en particular) coopere: “…el don de la gracia que correspondía a un solo hombre, Jesucristo, sobró para la multitud”

 

En conclusión, tanto el mal como el bien necesitan del ser humano para operar en este mundo. Por eso cada persona debe optar. ¿Cuál es tu opción? ¿Al servicio de qué o de quién estás?

 

Además, de lo anterior, en la carta (a los romanos) san Pablo denuncia la falsa creencia de pensar que el mero cumplimiento de las prescripciones religiosas (de la letra de la ley de Moisés) conduce automáticamente a la justicia, a la justificación, a la salvación. Pablo vuelve a ser taxativo: la ejecución de los deberes del culto (como las ofrendas, los baños rituales, los sacrificios, las peregrinaciones, etc.), no garantizan una auténtica experiencia de Dios. Lo único que conduce a una auténtica experiencia de Dios es el amor y el amor se despliega en servicio, en cuidado, en respeto, en construcción de un mundo mejor.

 

No es que las expresiones y manifestaciones piadosas no tengan razón de ser y carezcan de significado. Ellas tiene su valor, pero solamente si se desprenden del amor y si nutren la capacidad de amar. Lo que Pablo hace es, por una parte, denunciar la incapacidad de los mecanismos habituales de la religión (de su tiempo) para brindar a la comunidad humana una auténtica experiencia de fraternidad, esperanza y comunión; y, por otra, invitar a los creyentes en Cristo a no dejarse engañar por el legalismo y el ritualismo e insiste en que la verdadera religión es aquella que nos conduce de Dios hacia el prójimo y del prójimo hacia Dios, mediante la compasión, la misericordia y la solidaridad.

 

Esto es lo que debe suceder al salir de la celebración eucarística. ¿Entendemos así la vida espiritual cristiana? ¿Comprendemos que la Eucaristía debe capacitarnos para esto?




Mateo 10,26-33

No tengáis miedo a los que matan el cuerpo

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: "No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones. Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo."

 

 

Algunos comentarios

 

Jesús nos exhorta a superar el miedo y las adversidades: “No teman” es una frase frecuentemente repetida por Jesús a sus discípulos. Si la repite tanto es porque constató, en sus discípulos, el temor que los invadía: miedo ante lo desconocido, ante la persecución, ante el mal, ante la experiencia del sufrimiento, ante la incomprensión. Recordemos el miedo de Pedro (en los relatos de la pasión) cuando se le asocia con Jesús y ve su vida en peligro: Cuando salió al portal, lo vio otra sirvienta y dijo a los que estaban allí: Este estaba con Jesús el nazareno.  Y otra vez él lo negó con juramento: ¡Yo no conozco a ese hombre! (Mateo 26,71-72). Humanamente hablando, nadie puede sustraerse de la experiencia del miedo, pero allí está Jesús animándonos, diciéndonos: “No temas”.

 

Recordemos que las comunidades cristianas tuvieron que sufrir, en el primer siglo de existencia de la Iglesia, muchas persecuciones. Cuando se escribe el evangelio de Mateo (alrededor del año 80 d.C.) no pocas comunidades cristianas estaban amenazadas. El evangelista recoge las palabras de Jesús y a través de ellas busca alentar la fidelidad de la comunidad. La exhortación sigue siendo actual: podemos dejarnos arrastrar por el miedo; podemos desanimarnos ante tanto mal operando en el mundo.    

 

En efecto, las comunidades cristianas primitivas tuvieron que afrontar la amenaza, que provenía de un clima violento.  Por una parte, las autoridades romanas (que dominaban imperialmente sobre territorios conquistados) y, por otra parte, los rebeldes dispuestos a luchar contra esta dominación. En medio del ‘fuego cruzado’ estaba la comunidad cristiana, que – desde una perspectiva no-violenta – buscaba desarrollarse y consolidarse. El sometimiento a las duras condiciones impuestas por el imperio romano obligaba a las poblaciones de las colonias a pagar fuertes tributos, a celebrar el culto a los dioses del imperio (incluido el emperador, que se tenía por dios).

 

La comunidad cristiana buscaba la construcción de una comunidad humana en la que fuera posible la solidaridad, el respeto por el otro, la distribución equitativa de los recursos, la paz, la fraternidad. Esta sigue siendo todavía la propuesta. ¿Qué tan conscientes estamos de ella? ¿Qué esfuerzos hacemos para adelantar este proyecto?

 

Claro, la propuesta del Reino de Dios no se reduce a un proyecto de sociedad, pues tiene un horizonte y unos objetivos más trascendentes, pero pasa también por la construcción de este mundo. Así nos lo recuerda el Concilio Vaticano II: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia. (Cfr., Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et Spes, No 1).



Terminemos nuestra reflexión orando con el…

 



Salmo 69

Que me escuche tu gran bondad, Señor.

 

Por ti he aguantado afrentas, / la vergüenza cubrió mi rostro. / Soy un extraño para mis hermanos, / un extranjero para los hijos de mi madre; / porque me devora el celo de tu templo, / y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí. R.

 

Pero mi oración se dirige a ti, / Dios mío, el día de tu favor; / que me escuche tu gran bondad, / que tu fidelidad me ayude. / Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia; / por tu gran compasión, vuélvete hacia mí. R.

 

Miradlo, los humildes, y alegraos, / buscad al Señor, y vivirá vuestro corazón. / Que el Señor escucha a sus pobres, / no desprecia a sus cautivos. / Alábenlo el cielo y la tierra, / las aguas y cuanto bulle en ellas. R.

 


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