En Defensa de la Fe


El Infierno sí existe - parte 3

Dudar del infierno es dudar de la Palabra infalible de Dios; es escuchar el lenguaje de los libertinos en lugar de la doctrina infalible de la Iglesia. La Iglesia enseña que hay un infierno; un libertino te dice que no lo hay: ¿y tú prefieres creer a un libertino?





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Capítulo 5 - La verdad sobre el Infierno - parte 3

Dudar del infierno es dudar de la Palabra infalible de Dios; es escuchar el lenguaje de los libertinos en lugar de la doctrina infalible de la Iglesia. La Iglesia enseña que hay un infierno; un libertino te dice que no lo hay: ¿y tú prefieres creer a un libertino?


En la Antigüedad un honorable romano, Emiliano Scaurus, fue acusado por un tal Varo, un hombre sin fe y sin honor. Obligado a demostrar su inocencia, Scaurus dirigió estas pocas palabras al pueblo: "Romanos, conocéis a Varo y me conocéis a mí: ahora, Varo dice que soy culpable del crimen del que me acusa, y yo protesto que soy inocente; Varo dice que sí, y yo digo que no: ¿a quién debemos creer?" El pueblo aplaudió y el acusador quedó desacreditado.


La razón natural confirma el dogma del infierno. Un hombre impío se jactaba de no creer en el infierno. Entre los que le escucharon había un hombre sensato, modesto, pero que sintió que debía cerrar la boca del necio hablador.


Le hizo una sencilla pregunta: "Señor -dijo-, los reyes de la tierra tienen cárceles para castigar a sus súbditos rebeldes; ¿cómo es posible que Dios, el Rey del universo, no tenga cárcel para los que ofenden su majestad?” Le opuso la luz de su propia razón, que proclama que si los reyes tienen cárceles, Dios debe tener un infierno.


El impío que niega el infierno es como el ladrón que niega la prisión. Un ladrón fue amenazado en el tribunal con ir la cárcel. El insensato respondió: "No hay tribunal, no hay prisión." Todavía estaba hablando cuando un funcionario judicial le puso las manos encima y lo arrastró ante el juez.


Esta es la imagen del impío que tiene la osadía de negar el infierno: llegará un día en que, sorprendido por la justicia divina, se verá precipitado en el abismo que ha negado obstinadamente, y se verá obligado a reconocer su terrible realidad.


El impío que niega el infierno, se parece al avestruz de África. Esta estúpida ave, cuando es perseguida por los cazadores, entierra la cabeza en la arena y, al quedarse quieta, se cree a salvo de todo peligro, porque ya no ve al enemigo. Pero pronto la flecha que lo atravesó vino a desengañarla.


Así, absorto, inmerso en las cosas terrenales, el pecador se persuade de que no tiene nada que temer del infierno, hasta el día en que la muerte le golpea y le muestra, mediante una triste experiencia, lo equivocado que estaba.


La verdad del infierno se revela tan claramente que la herejía nunca la negó. Los protestantes, que han demolido casi todos los dogmas, no se atrevieron a tocar éste. Esto es lo que llevó a una señora católica a hacer la siguiente ingeniosa pregunta. Dos ministros protestantes le pidieron que se pasara al campo de la Reforma [Protestante].


Ella les contestó: "Señores, en verdad han hecho una hermosa reforma: han abolido el ayuno, la confesión y el purgatorio. Desgraciadamente se han quedado con el infierno. Nieguen el infierno, y entonces seré uno de vosotros." Sí, librepensadores, quitad el infierno, y luego pedidnos que nos unamos a vosotros. Pero sepan que decir "no creo en él" no es suficiente para eliminarlo…


¿No es la locura más inconcebible confiar en un "quizás" a riesgo de caer en el infierno? Un día dos impíos entraron en la celda de un anacoreta. Cuando vieron sus instrumentos de penitencia, le preguntaron por qué llevaba una vida tan austera. – “Es para merecer el paraíso", respondió.


– “Buen padre", dijeron sonriendo, "¡te vas a extrañar si no hay nada después de la muerte!" “Caballeros, les replicó el santo, mirándoles con compasión, "¡Uds. se extrañarán pero de otra manera, si es que hay algo!”





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