En Defensa de la Fe


Segundo Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo A 2017

Te comparto la reflexión correspondiente al Segundo Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo A 2017, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.



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Nota acerca de la fecha: En el 2017, corresponde al Domingo 15 de Enero.



Usamos con frecuencia la palabra vocación. Decimos de alguien que tiene o no tiene vocación para algo. Afirmamos que todos los humanos tenemos la vocación de ser felices. Es importante detenernos a meditar en esta palabra, entre otras cosas, porque san Pablo en una de sus cartas nos dice que debemos conducirnos de acuerdo a la vocación que hemos recibido y, además, porque en muchos documentos de la Iglesia se nos dice que la vocación del cristiano es ser santo.

 

La palabra vocación viene de la lengua latina y significa llamado. En el horizonte de la fe cristiana, la vocación (el llamado) se sitúa dentro del proyecto amoroso y salvífico de Dios. Es Dios quien nos llama (por algo o para algo). Así las cosas, el llamado está ligado a la Voluntad de Dios (condensada en la frase: Dios quiere que todas las personas se salven y lleguen al conocimiento de la verdad).

 

Dios nos llama porque nos ama y, movido por amor, sale a nuestro encuentro para compartir con nosotros, para unirse a nosotros, para entrar en comunión con nosotros.  De lo anterior resulta que Dios nos llama para que participemos de su proyecto de salvación, para ser “luz del mundo y sal de la tierra”, para pasar por este mundo “haciendo el bien”, para luchar contra el mal que desfigura la humanidad y la creación entera, para ser testigos vivos de Jesucristo en el mundo.



“La experiencia espiritual nos transforma en servidores de otros”“La experiencia espiritual nos transforma en servidores de otros”




Isaías 49, 3. 5-6

Te hago luz de las naciones, para que seas mi salvación

 

El Señor me dijo: "Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso." Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel -tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza-: "Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra."

 

 

Esta lectura nos habla de un misterioso siervo de Dios. No sabemos si el autor del texto se refiere a un profeta, al hijo de un rey de la época o al mismo pueblo de Israel. En todo caso este siervo es presentado como un auténtico interlocutor de Dios, con una identidad muy clara. De este siervo nos interesan varios rasgos subrayados por el autor (cada creyente puede aplicarse estos rasgos y – desde ellos – examinar su experiencia de fe):

 

  • 1.     Es llamado (vocacionado) por Dios.

 

  • 2.     Fue llamado para ser signo de Dios en el mundo.

 

  • 3.     Su vida está ligada a todos los pueblos, pues su servicio consiste en conducir a todos los pueblos hacia Dios.

 

  • 4.     Es Dios quien lo ha ido formando.

 

  • 5.     Dios es su fuerza. Reconoce su debilidad y sus límites, pero se apoya en Dios.

 

  • 6.     Debe ser luz para los pueblos, para los demás.

 

Este texto (que es parte del segundo canto del Siervo de Dios) fue retomado por los cristianos, para dar testimonio de quién era Jesús de Nazaret. Para los cristianos Jesús es el verdadero y perfecto Siervo de Dios y se constituye en modelo para quienes deseen acercarse a Dios y entrar en comunión con Él.

 

El texto que meditamos corresponde al conjunto que ha sido denominado por los especialistas en el estudio de la Biblia como Deutero-Isaías (capítulos 40 a 55 del libro de Isaías). Seguramente se trató de un profeta que vivió en la época del y postexilio babilónico (recordemos que el antiguo pueblo de Israel fue deportado a Babilonia – al menos una gran parte de él- entre el 587 y el 536 a.C.). Posteriormente, con la decadencia del imperio babilónico y el auge del imperio persa, el rey Ciro permitió que los pueblos extranjeros que habían sido deportados por Babilonia pudieran volver, si así lo deseaban, a sus lugares de origen. Muchos Israelitas volvieron a su tierra (otros se quedaron definitivamente en Babilonia). En todo caso, el mensaje de este profeta post-exílico es un mensaje de esperanza y de consuelo.

 

Al leer estos capítulos (40 a 55 del libro de Isaías) nos damos cuenta de la presencia de cuatro cantos o poemas que hablan de este Siervo a quien Dios confía una misión. Claro, parece interesante ser llamado por Dios para una misión, pero resulta que los textos subrayan que esta misión incluye un ingrediente ineludible, el sufrimiento (la pasión). El profeta será incomprendido, acosado, perseguido, ultrajado. Pero de este servicio (con sufrimiento incluido) brotará la salvación, la redención, la liberación del pueblo.   Al final, este Siervo (servidor) de Dios será exaltado, recompensado y reconocido (pero no llegará a esta etapa de gloria sin haber pasado por el dolor).

 

¿Qué nos queda de este texto?

 

  • 1.     Aprender a ser conscientes del amor de Dios, de su elección y de su llamado, de su presencia.

 

  • 2.     Interesarnos por la misión (o misiones) que podemos realizar a lo largo de nuestra vida.

 

  • 3.     No olvidarnos que toda la humanidad forma una sola familia y que –aunque a veces nos cueste percibirlo – nuestra vida está ligada a todos, a muchos, comenzando por la gente que nos rodea.

 

  • 4.     La convicción de que la experiencia espiritual nos transforma en servidores de otros. No se trata de una experiencia que nos conduzca al encierro estéril, al aislamiento, al egoísmo.  Los otros aparecen siempre como interpelación. El mundo aparece como responsabilidad. 

 

  • 5.     Comprender que el llamado (vocación) no es algo que atañe sólo a unos pocos (desafortunadamente así nos lo hace pensar una visión reduccionista del concepto ‘vocación’). Desde el punto de vista teológico, todo ser humano es llamado (‘vocacionado’) para algo.

 

  • 6.     La necesidad de asumir que la vida está, también, habitada por el sufrimiento. Hay que contar con él.

 


 

Juan 1, 29-34

Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo

En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia Él, exclamó: "Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: "Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo." Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel." Y Juan dio testimonio diciendo: "He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre Él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre Él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo." Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios."

 

 

El evangelista Juan nos presenta a Jesús como Aquel que ha recibido la gran vocación de ser el Mesías. El evangelista lo presenta a través de la boca de Juan (El Bautista) como ‘El Cordero de Dios’. Recordemos que el cordero hace referencia (en el Antiguo Testamento) a la liberación del pueblo de Israel de la opresión padecida en Egipto. Por tanto, al afirmar que Jesús es el Cordero de Dios, lo que se quiere decir es que es el Liberador, aquel que Dios ha enviado para sacar a la humanidad de las esclavitudes que la subyugan y la desfiguran. 

 

¿Qué aspectos podemos destacar de esta lectura del evangelio de Juan?

 

  • 1.     Recibir – como el Bautista- a Jesús que viene a nuestro encuentro.

 

  • 2.     Reconocer a Jesucristo como el liberador auténtico, el Cristo de Dios, el Cordero capaz de vencer el pecado que desfigura la historia humana, el Hijo de Dios.

 

  • 3.     Servir –como Juan- de precursores de Jesús: aquellos que preparan el terreno para que Jesús llegue a la vida de otros.

 

  • 4.     Meditar no sólo en la acción del Espíritu Santo en Jesús, sino en cada uno de los creyentes.

 

  • 5.     Ser conscientes de la dimensión de pecado que puede destruir nuestra vida.

 

El texto propuesto hace parte de la sección introductoria del evangelio. El punto central del texto es el problema de la identidad de Jesús. El relato está construido con el propósito de afirmar la identidad teológica de Jesús de Nazaret. Él es – según Juan, el evangelista que escribe- El Mesías, el Cristo, el Hijo de Dios, el Liberador. En el relato, Juan BAUTISTA ejerce un rol especial. Es él quien tiene la misión de presentar a Jesús y de orientar a otros hacia Él.

 

La expresión CORDERO DE DIOS, evoca, por un lado, la imagen del Siervo de Dios (ver primera lectura), que como ‘cordero llevado al matadero’ carga sobre sí los pecados del pueblo (Is 52,13-53,12). Por otro, evoca la imagen del cordero pascual, que simboliza la acción liberadora de Dios en favor del pueblo de Israel (Ex 12, 1-28).

 

Notemos que la palabra PECADO aparece en singular, para designar aquella fuerza destructora que oprime a la humanidad. Ese gran pecado, en el evangelio de Juan, parece ser la actitud de rechazo que el ser humano hace ante la propuesta de salvación divina revelada en Jesucristo.  Por eso el evangelista ha dicho, desde el comienzo del evangelio, que ‘la luz vino al mundo, pero los hombres no la recibieron’. 

 

La afirmación HIJO DE DIOS completa la presentación que Juan hace de Jesús. La insistencia en esta filiación no está en la dimensión biológica, sino en la relación de intimidad y comunión perfecta entre Jesús (HIJO) y Dios (PADRE). Esta intimidad plena es la que nos hace comprender que Jesús haya recibido la plenitud del Espíritu divino y esté permanentemente habitado por Él. Este Espíritu es el gran don que Jesús tiene para comunicar a todos los que creen en Él.  Con la alusión a la presencia plena del Espíritu Santo en Jesús se sugiere que en Jesús está la vida plena (como lo afirma el prólogo del evangelio joánico).

 

En definitiva, el texto nos conduce al Deutero-Isaías donde el Siervo aparece como el elegido de Dios, sobre quien desciende el Espíritu para realizar, de manera perfecta y fiel, la misión. Apoyados en Jesús y unidos a Él estamos, pues, invitados a abrazar nuestra vocación, asumir nuestra misión y, guiados por el Espíritu Santo, vivirla amorosa y generosamente.  Esta es la propuesta de la liturgia de esta semana.




I Corintios 1, 1-3

La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesús sean con vosotros

 

Yo, Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano, escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a los consagrados por Cristo Jesús, a los santos que Él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor de ellos y nuestro. La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros.

 

 

Esta lectura nos habla, en concreto, de una persona que ha sido llamada por Jesucristo. San Pablo es, pues, un ejemplo, entre muchos, de un ser humano sensible al llamado de Dios y dispuesto a dar una respuesta seria.   Pablo, además, en sus cartas, recuerda a los demás creyentes que son llamados (vocacionados) a la santidad, a vivir ‘a la manera de Jesús’. 

 

Notemos algunos aspectos claves de esta lectura:

 

  • 1.     Pablo se siente apóstol, pero por voluntad de Dios. Se sabe llamado (vocacionado) por Dios para una tarea: hacer que el evangelio de Jesucristo llegue a todos los pueblos.

 

  • 2.     Pablo sabe que su servicio desemboca, en últimas, en la Iglesia. Lo que él hace contribuye para que otros sean santos.

 

  • 3.     Todo esto sucede porque Pablo actúa inspirado y guiado por Dios y porque la comunidad a la que se dirige es dócil a Dios, por eso menciona la Gracia y la Paz de Dios Padre y de Cristo Jesús como el clima en el que se da esta relación entre él y la comunidad. 

 

Recordemos que en el desarrollo de su misión, san Pablo llegó a la ciudad de Corinto (un agitado puerto de la época) y allí permaneció cerca de año y medio (entre el año 50 y el 52). Allí Pablo se consagró a anunciar el evangelio de Jesucristo. Allí fue construyendo un equipo misionero, del que conocemos algunos de sus integrantes: Priscila, Áquila, Silvano, Timoteo.

 

Sin embargo, los conflictos aparecieron. Fue expulsado de la sinagoga y, además, una corriente de cristianos provenientes del judaísmo (los judeocristianos) pretendía imponer a los cristianos surgidos de las naciones no-judías una cantidad de reglas y normas del judaísmo tradicional. Algunos no reconocían la autoridad de Pablo para orientar la comunidad. Por otra parte, algunas divisiones se presentaban en la misma comunidad cristiana de Corinto, provocando la formación de grupos en tensión. Finalmente, algunos casos de inmoralidad se presentaban en la comunidad y esto era contrario al horizonte de vida propuesto a los seguidores de Jesús.

 

El texto que se nos propone es, apenas, el comienzo de la primera carta a los Corintios (la idea es sacar el tiempo para leer la carta en su totalidad).  En el saludo Pablo reivindica su condición de apóstol escogido por Dios, sugiriendo con ello que sí tiene plena autoridad para proclamar el evangelio y para orientar con autoridad a la comunidad en su camino de fe.

 

Aunque los destinatarios originales de la carta eran los cristianos de la ciudad de Corinto del siglo I d.C., el mensaje sigue conservando toda actualidad y puede ayudarnos a meditar hoy.

 

1.     ¿Hay divisiones, hoy, al interior de las comunidades cristianas?  ¿Cómo evitar estas divisiones? ¿Cómo resolver las que ya existen? ¿No reflejan ellas inmadurez humana y superficialidad espiritual?

 

2.     ¿No es, acaso, urgente, meditar sobre el tema de la autoridad al interior de las comunidades y de la Iglesia?

 

  •         ¿Qué es la autoridad?

 

  •         ¿Para qué sirve la autoridad?

 

  •         ¿De qué otras realidades debe estar acompañada la autoridad para ser realmente evangélica?

 

  •         ¿Cuál es su diferencia con el autoritarismo?

 

  •         ¿Cómo se ejerce legítimamente?

 

  •         ¿Qué se espera de las personas a las que se les otorga institucionalmente un cargo ‘de autoridad’ en la Iglesia o en la sociedad civil?

 

3.     ¿Qué es ser apóstol? ¿Cómo podemos ejercer diversas formas de apostolado en la Iglesia?

 

4.     ¿Tenemos – en nuestras comunidades cristianas (por ejemplo, las parroquias)- verdaderos equipos misioneros? ¿Dónde están las Priscilas, los Timoteos, los Silvanos y los Áquilas de hoy?  ¿No debemos – como Pablo – preocuparnos porque el evangelio de Jesucristo llegue a todos?

 

5.     ¿Qué sentido de iglesia tenemos?

 

6.     Si el llamado es a ‘ser santos’ ¿En qué vamos? ¿Qué entendemos por santidad? ¿Qué estamos haciendo para caminar en esa dirección?

 

 

Terminemos nuestra reflexión orando con el salmo 40 (que, por cierto, es un excelente refuerzo de la temática propuesta)…



Salmo 40

Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

 

Yo esperaba con ansia al Señor; / Él se inclinó y escuchó mi grito; / me puso en la boca un cántico nuevo, / un himno a nuestro Dios. R.

 

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, / y, en cambio, me abriste el oído; / no pides sacrificio expiatorio, / entonces yo digo: "Aquí estoy." R.

 

Como está escrito en mi libro: / "Para hacer tu voluntad." / Dios mío, lo quiero, / y llevo tu ley en las entrañas. R.

 

He proclamado tu salvación / ante la gran asamblea; / no he cerrado los labios: / Señor, tú lo sabes. R.



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