El joven condenado, considerando su ejecución como una expiación que obtendría el perdón de Dios, subió al cadalso, no solo con resignación, sino con una alegría de verdadero cristiano. Hasta el último instante, incluso bajo el hacha del verdugo, estuvo bendiciendo a Dios e implorando Su Misericordia, para la mayor edificación de la gente que asistía a su muerte. Mientras su cabeza caía, el Padre Caraffa vio su alma elevarse triunfante al Cielo. La familia quería hacer celebrar un gran número de Misas por el descanso de su alma. Sin embargo, el Padre les dijo: "Es superfluo. Más bien debemos dar gracias a Dios y alegrarnos, pues os digo que esta alma ni siquiera tuvo que pasar por el Purgatorio”.
SEGUNDA PARTE
La sexta forma de evitar el Purgatorio es la aceptación humilde y sumisa de la muerte como expiación por nuestros pecados.
Es el acto generoso de hacer sacrificio de la propia vida a Dios, en unión con el sacrificio de Jesucristo en la Cruz.
¿Necesitamos un ejemplo de esta santa entrega de la vida en manos del Creador?
El 2 de diciembre de 1638, el Padre Jorge Aquitano, de la Compañía de Jesús, murió en Brisach, en la orilla derecha del Rin. En dos ocasiones se dedicó al servicio de las víctimas de la peste. Sucedió que en dos períodos diferentes la peste hizo estragos, con tal furia que apenas podía uno acercarse a los enfermos sin verse afectado por el contagio.
Todos huyeron y dejaron a los moribundos a su miserable suerte. Pero el Padre Aquitano, poniendo su vida en las Manos de Dios, se hizo servidor y apóstol de los enfermos: se dedicó por completo a aliviarlos y a administrarles los Sacramentos.
Dios lo preservó durante el primer período. Pero cuando la plaga volvió con fuerza, y el hombre de Dios acudió en ayuda de los enfermos por segunda vez, el Señor aceptó su sacrificio.
En el momento en que yacía en su lecho de muerte, como víctima de su Caridad, le preguntaron si estaba dispuesto a hacer la ofrenda de su vida a Nuestro Señor.
“Oh, respondió lleno de alegría; si tuviese millones que ofrecerle, Él sabe con qué corazón se las daría”.
Comprendemos que tal acto de entrega es de un grandísimo merito a los ojos de Dios. ¿No se parece entonces al acto de Caridad Suprema que realizan los mártires, muriendo por Jesucristo, y que tal como el Bautismo, borra todos los pecados y las deudas?
“Nadie -dice el Salvador- puede mostrar mayor amor que dando la vida por sus amigos”.
Para que este acto, preciosísimo en el caso de la enfermedad, produzca efectos de Vida Eterna, es útil y por no decirlo necesario, que el enfermo conozca su estado y sepa que su fin se acerca.
Por lo tanto, es un gran perjuicio para él cuando, por un errado concepto de delicadeza, se le mantiene bajo una falsa ilusión.
San Alfonso dice en la Práctica del Confesor: "Debemos tener el cuidado en hacer que el paciente sea consciente de la gravedad de su condición.
Si el enfermo se engaña a sí mismo y en lugar de ponerse en la Manos de Dios piensa solo en curarse, aunque reciba todos los Sacramentos, se hace un daño deplorable”.
Leemos en la Vida de la Venerable Madre Francisca del Santísimo Sacramento, monja de Pamplona, que un alma había sido condenada a un largo Purgatorio por no haberse sometido a la Divina Voluntad en su lecho de muerte.
Era una persona joven, llena de piedad. Pero cuando la gélida mano de la muerte quiso arrancar su juventud en flor, ella experimentó la más fuerte resistencia de su naturaleza, y no tuvo el valor de entregarse en las Manos siempre Bondadosas de nuestro Padre Celestial: no quería morir aún...
Sin embargo, murió. Y la venerable Madre Francisca, tan frecuentemente visitada por las almas de los difuntos, sabía que esta alma debía expiar su falta de sumisión a los designios de su Creador, a través de prolongados sufrimientos.
La vida del Padre Caraffa nos ofrece un ejemplo más consolador.
El Padre Vicente Caraffa, general de la Compañía de Jesús, fue llamado a preparar para la muerte a un joven noble que había sido condenado a la pena capital y quien se creía condenado a muerte injustamente.
Hay que reconocerlo: morir en la flor de la vida, cuando uno es rico, feliz y el futuro le sonríe, es muy duro. Por otro lado, un criminal, presa de los remordimientos de su conciencia, podría resignarse y aceptar el castigo para expiar su crimen; ¡pero un inocente!
Por lo tanto, el Padre tenía una difícil tarea que cumplir. Sin embargo, ayudado por la Gracia, supo encauzar muy bien al desdichado. Le habló con una gran unción, acerca de las faltas de su vida pasada y de la necesidad de repararlas ante la Justicia Divina. Le hizo comprender de tal manera cómo Dios permitía este castigo temporal para su beneficio, que el condenado domó su naturaleza rebelde y cambió por completo los sentimientos de su corazón.
El joven reo, considerando su ejecución como una expiación que obtendría el perdón de Dios, subió al cadalso, no solo con resignación, sino con una alegría completamente cristiana.
Hasta el último instante, incluso bajo el hacha del verdugo, estuvo bendiciendo a Dios e implorando Su Misericordia, para la mayor edificación de la gente que asistía a su muerte.
Mientras su cabeza caía, el Padre Caraffa vio su alma elevarse triunfante al Cielo. Inmediatamente se dirigió a la madre del condenado y, para consolarla, le contó lo que había visto. Estaba tan exultante que, al volver a su celda, no dejaba de exclamar: "¡Oh, el bendito, oh, el bendito!
La familia quería hacer celebrar un gran número de Misas por el descanso de su alma. Sin embargo, el Padre les dijo: "Es superfluo. Más bien debemos dar gracias a Dios y alegrarnos, pues os digo que esta alma ni siquiera tuvo que pasar por el Purgatorio”.
Otro día, mientras estaba ocupado en algún trabajo, el Padre se detuvo de repente, cambió su rostro y miró hacia el cielo como si estuviese viendo un espectáculo maravilloso; entonces se le oyó exclamar: "¡Oh, el feliz destino! ¡Oh, el feliz destino!
Entonces, el compañero que tenía cerca, le pidió la explicación de estas palabras: "¡Oh! Padre”, respondió. “Es el alma del joven decapitado que la acabo ver en la Gloria. ¡Oh! qué provechosa para su alma fue la resignación que experimentó!"
Sor María de San José, una de las cuatro primeras carmelitas que abrazaron la Reforma de Santa Teresa, fue una religiosa de gran virtud. Se acercaba el final de su carrera, y Nuestro Señor, deseando que su Santa Esposa fuese recibida triunfantemente en el Cielo justo después de su último aliento, completó la purificación y el embellecimiento de su alma a través de los sufrimientos que marcaron el final de su vida.
Durante los últimos cuatro días de su vida en la Tierra, perdió el habla y el uso de sus sentidos; estaba experimentando una dolorosa agonía; las monjas estaban desconsoladas al verla en ese estado.
La Madre Isabel de Santo Domingo, priora del convento, se acercó a la enferma y le sugirió que hiciese muchos actos de renuncia y abandono en las Manos de Dios.
Sor María de San José la escuchó e hizo tales actos interiormente, pero sin poder dar ninguna señal externa.
La Hermana murió en medio de estas santas disposiciones. El mismo día de su muerte, mientras la Madre Isabel escuchaba la Misa y rezaba por el descanso de su alma, Nuestro Señor le mostró a su Fiel Esposa coronada de Gloria y le dijo: "Ella hace parte de las almas que siguen al Cordero".
María de San José, por su parte, agradeció a la Madre Isabel todo el bien que le había hecho en la hora de la muerte. Añadió que los actos de renuncia que le había sugerido, le habían valido una gran Gloria en el Paraíso y la habían eximido de las penas del Purgatorio.
¡Qué felicidad es el dejar esta vida miserable, para entrar en la Vida Verdadera y Bienaventurada!
Todos nosotros podemos alcanzar esta felicidad, empleando los medios que Jesucristo en su Infinita Misericordia nos proporciona, con el fin de reparar las faltas en este mundo y de preparar perfectamente nuestras almas para comparecer ante Su Presencia.
El alma así preparada se llena en su última hora de la más dulce confianza: degusta como un anticipo del Cielo; experimenta lo que San Juan de la Cruz escribió acerca de la muerte de un santo en su libro, Llama de Amor Viva: "El perfecto Amor de Dios hace agradable la muerte, y permite encontrar en ella las mayores dulzuras. El alma que ama, se inunda de un torrente de deleite cuando ve acercarse el momento en que gozará de la plena posesión de su Amado. A punto de liberarse de la prisión del cuerpo que se deshace, le parece que ya contempla la Gloria Celestial, y que todo lo que hay en ella se transforma en Amor".
FIN DEL LIBRO
IMPRIMATUR
Malinas (Bélgica), 15 de abril de 1888
† Pierre Lambert,
Arzobispo de Malinas
APROBACIONES
Ego Josephus Van Reeth, Praepositus Provincialis
Societatis Jesu in Belgio, potestate ad hoc mihi facta ab Admodum Reverendo
Patre Antonio Anderledy, ejusdem Societatis Praeposito Generali, facultatem
concedo, ut opus cui titulus Le Dogme du purgatoire, illustré par
des faits et des révé-lations particulières, a Patre
F.X. Schouppe S. J. con-scriptum, et a deputatis censoribus rite recognitum
atque approbatum, typis mandetur.
In quorum fidem has litteras manu mea subscriptas
et sigillo meo munitas dedi.
Brugis, die 14 aprilis 1888.
DECLARACIÓN DEL AUTOR
De conformidad con el decreto Sanctissimum del Santo Padre Urbano VIII, del 15 de marzo de 1525, declaramos que si bien es cierto en este libro
hemos citado hechos que presentamos como sobrenaturales, nuestra
opinión se debe circunscribir únicamente al contexto personal y privado;
la valoración de esta clase de hechos pertenece a la autoridad suprema
de la Iglesia.
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