En Defensa de la Fe


Ayuda concedida a las almas del Purgatorio - La Santa Misa - San Agustín y Santa Mónica

Este pasaje de San Agustín nos muestra su convicción respecto de los sufragios por los difuntos. Allí deja claro que el primero y más poderoso de todos los sufragios es el Santo Sacrificio de la Misa.





Este pasaje de San Agustín nos muestra su convicción respecto de los sufragios por los difuntos. Allí deja claro que el primero y más poderoso de todos los sufragios es el Santo Sacrificio de la Misa.Este pasaje de San Agustín nos muestra su convicción respecto de los sufragios por los difuntos. Allí deja claro que el primero y más poderoso de todos los sufragios es el Santo Sacrificio de la Misa.




SEGUNDA PARTE



Capítulo 10 - Ayuda concedida a las almas - La Santa Misa - San Agustín y Santa Mónica

En la Nueva Ley tenemos el Sacrificio Divino de la Misa, del que los diversos sacrificios de la Ley Mosaica no eran más que débiles figuras. El Hijo de Dios lo instituyó, no solo como un digno homenaje rendido por la criatura a la Majestad Divina, sino también como una propiciación por los pecados de los vivos y los muertos, es decir, como un medio eficaz para aplacar la Justicia de Dios, irritada por nuestros pecados.

 

La Santa Misa se ha celebrado por los difuntos desde el principio de la Iglesia. "Celebramos el aniversario del Triunfo de los Mártires, escribió Tertuliano en el siglo III, y siguiendo la tradición de nuestros Padres, ofrecemos el Sacrificio por los difuntos en el aniversario de su fallecimiento”.

 

"No cabe duda -escribe San Agustín- de que las oraciones de la Iglesia, el saludable Sacrificio de la Misa y las limosnas entregadas por los difuntos, alivian a las almas y hacen que Dios las trate con más clemencia de la que merecen sus pecados. Esta es la práctica universal de la Iglesia, que ella conserva como si la hubiese recibido de sus Padres, es decir, de los santos Apóstoles.

 

Santa Mónica, la digna madre de San Agustín, solo pidió una cosa a su hijo al momento de morir: que se acordara de ella ante el Altar del Señor. Y el santo Doctor, al relatar este conmovedor momento en el libro de sus Confesiones, suplica a todos sus lectores que se unan a él para encomendarla a Dios durante el Santo Sacrificio.

 

Deseando volver a África, Santa Mónica vino con Agustín hasta Ostia para embarcarse; pero ella cayó enferma y pronto sintió que su muerte estaba próxima. Entonces le dijo a su hijo: “Aquí es donde vas a enterrar a tu madre. Lo único que os pido es que os acordéis de mí ante el Altar del Señor, ut ad altare Domini memineritis mei”.

 

“Que se me perdonen -añade San Agustín- las lágrimas que derramé en aquel momento, pues no debería haber llorado por esta muerte, la cual no era más que la entrada a la Verdadera Vida”.

 

“Sin embargo, considerando con los ojos de la Fe, la miseria de nuestra naturaleza caída, podría derramar ante ti Señor, otras lágrimas que las de la carne, las que fluyen al pensar en el peligro en que se encuentra toda alma que ha pecado como Adán".

 

"Ciertamente, mi madre vivió de tal manera que glorificó Tu nombre por la vivacidad de su fe y la pureza de su comportamiento; sin embargo, ¿me atrevería yo a afirmar que no salió de sus labios ninguna palabra contraria a la santidad de tu Ley? ¡Ay!, ¿en qué se convierte la vida más santa, si la examinas con el rigor de Tu Justicia?”

 

"Por eso, oh Dios de mi corazón, de mi gloria y de mi vida, dejo de lado las buenas acciones que hizo mi madre, para pedirte solo el perdón de sus pecados. Escúchame por intercesión de las heridas sangrantes de Aquel que murió por nosotros en la Cruz, y que ahora se sienta a Tu derecha y es nuestro Intercesor”.

 

"Sé que mi madre fue siempre misericordiosa, que perdonó de todo corazón las ofensas, así como las deudas contraídas con ella; perdónale Señor sus deudas, si durante los largos años de su vida las contrajo contigo”.

 

Perdónala, Señor, perdónala, y no entres en juicio con ella, porque Tus palabras son verdaderas: has prometido misericordia a los misericordiosos.

 

"Tu misericordia, creo que ya se la concediste, oh Dios mío; sin embargo, acepta el homenaje de mi oración. Recuerda que, cuando falleció, tu sierva no pensó en pomposos funerales ni en preciosos perfumes para su cuerpo; no pidió un magnífico sepulcro, ni que se la trasladara al que había construido en Tagaste, su tierra natal; sino solo que la recordáramos en tu Altar, cuyos Misterios amaba”.

 

Tú sabes, Señor, que todos los días de su vida participó en estos Divinos Misterios, que contienen la Santa Víctima cuya sangre borró la Maldición de nuestra Condena”.

 

"Descanse, pues, en paz junto con mi padre, su esposo, al que le fue fiel durante los días de su unión y en las penas de su viudez; con aquel del que se hizo humilde servidora para ganarlo para ti, Señor, con su dulzura y paciencia”.

 

Y tú, oh Dios mío, inspira a tus siervos que son mis hermanos, inspira a todos los que lean estas líneas, para que recuerden en tu Altar a Mónica, tu sierva, y a Patricio su esposo. Por lo tanto, que todos los que aún viven en la luz engañosa de este mundo, recuerden devotamente a mis padres, para que la última oración de mi madre moribunda sea atendida, incluso más allá de sus deseos”.

 

Este hermoso pasaje de San Agustín nos muestra la convicción de este gran Doctor respecto de los sufragios por los difuntos; y deja claro que el primero y más poderoso de todos los sufragios es el Santo Sacrificio de la Misa.








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