En Defensa de la Fe


Epifania del Señor Ciclo B

Te comparto la reflexión correspondiente a la Solemnidad de la Epifania del Señor ciclo B, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.

 



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Nota acerca de la fecha: En el 2015, corresponde al Domingo 4 de Enero.

 

 



Isaías 60, 1-6

La gloria del Señor amanece sobre ti

 

¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos; pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora. Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti: tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos. Te inundará una multitud de camellos, los dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor.

 



 

 

Efesios 3, 2-6

Ahora ha sido revelado que también los gentiles son coherederos

 

Hermanos: Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor vuestro. Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio.


 

 

 

Mateo 2, 1-12

Venimos de Oriente para adorar al Rey

 

Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: "¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo". Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: "En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: "Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel"". Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: "Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo". Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.

 



 

Te comparto algunas reflexiones acerca de las lecturas anteriores:

 

La palabra epifanía significa “manifestación”. Hay epifanía porque Dios quiere revelar algo radicalmente importante. Durante la historia de la humanidad, Dios mismo se ha manifestado, de muchas formas: a través de la naturaleza, mediante los acontecimientos, a través de las personas. Todas estas son diversas formas de epifanía. El Antiguo Testamento está lleno de testimonios de ello.

 

La fe cristiana afirma, dentro de esta misma lógica, que la mayor epifanía de Dios se realizó y continua realizándose en la persona de Jesús de Nazaret, por eso la teología cristiana da a este Jesús los títulos de Cristo (Ungido por Dios) y de Mesías (Enviado de Dios).

 

La primera lectura del día de hoy es un llamado para que nos dispongamos al encuentro con Dios: “Levántate y enciende las luces, porque llegó tu Luz, aparecerá sobre ti la gloria del Señor”. Es curioso, que en este texto, el profeta Isaías pida al pueblo que encienda las luces para recibir otra LUZ. Se trata, entonces, de una luz más fuerte, más profunda y capaz de iluminar lo que las luces meramente humanas no pueden… Se trata de una luz que tiene el poder de vencer las tinieblas que torturan el corazón humano y le impiden amar. De esa luz – en la lógica de la fe y de la liturgia cristiana – nos habla el evangelista Juan, al comenzar su Evangelio: La Palabra de Dios (el logos), que se hace humano (Jesús de Nazaret) es la luz para toda la humanidad… Y las tinieblas (muerte violenta) no vencieron esta luz (porque hubo resurrección).

 

La imagen de la luz aparece muchísimas veces en la Biblia. Esto no debe extrañarnos, pues la experiencia humana nos muestra la permanente tensión entre luz y tinieblas. De hecho, en la vida cotidiana, evitamos caminar por calles tenebrosas. Preferimos aquellas que están iluminadas. Sin embargo, con el ser humano ocurre algo curioso, pues cuando se trata de la vida, con frecuencia, olvidamos este reflejo tan natural de buscar la luz y nos adentramos por caminos oscuros, que terminan pervirtiendo, maltratando y devorando nuestra humanidad. Es necesario optar por los caminos de luz. Por eso, en el mismo evangelio de Juan, Jesús se presenta como EL CAMINO propuesto por Dios. Él es la luz y, al mismo tiempo, el camino claro que Dios nos da. Necesitamos estar despiertos para buscar la verdadera luz, que sólo puede ser encontrada en la integración profunda entre verdad, justicia, solidaridad y caridad.

 

El profeta Isaías (en la primera lectura) hace referencia al exilio del pueblo antiguo de Israel en Babilonia y a la nueva etapa de reconstrucción y de unidad (del pueblo), que se inaugura después de esta dura experiencia. Isaías insiste en el poder de la LUZ que va a llegar (la presencia amorosa y providente de Dios). Insiste en la capacidad que esta luz tiene de reunir y de llamar a todos a la unidad. Entonces, Jerusalén (capital del país y símbolo de toda la nación) vibrará de emoción: “Todos se reunirán; tus hijos vienen de lejos con tus hijas, cargadas en los brazos. Al verlas, quedarás radiante, con el corazón vibrando y batiendo fuerte”. El profeta Isaías (y también otros profetas de la época), siguiendo la metáfora de la LUZ, recuerda al pueblo antiguo de Israel que es un pueblo amado e iluminado por Dios. Pero, el mismo profeta - en otros lugares de su libro –le advierte al pueblo que el hecho de ser bendecido con esta luz no debe llevarlo ni a la autosuficiencia ni al complejo de superioridad. Al contrario, esta luz de Dios le ha sido dada para conocerse mejor, para ser humilde, para conocer a Dios y para compartir sabiamente esta experiencia con los demás pueblos. Si el pueblo se deja llevar por la vanidad e interpreta esta luz como un derecho para sentirse superior a los demás y para dominar es porque la experiencia espiritual en él se ha pervertido. Esto sucede con frecuencia en todas las religiones y es una tentación constante en cada creyente.

 

El evangelista Mateo, a través de una narración pintoresca, quiere orientar nuestra atención hacia Jesús (el bebé que nació en un poblado insignificante del mundo antiguo. Acabamos de celebrar su nacimiento). Ya en el nacimiento de este niño encontramos una revelación fundamental: la revelación de lo verdaderamente grande en lo simple ¿Por qué no abrir nuestros “ojos espirituales” para captar la presencia amorosa de Dios en lo pequeño, en lo simple, en aquello que está desprovisto de espectacularidad? Dios está presente en aquel niño del pesebre… ¿Quién puede percibir esto? Dios continuará presente en el crucificado rechazado (el mismo niño 34 años más tarde) ¿Quién puede percibir esto?

 

Aprender a reconocer la presencia amorosa de Dios. ¿Quién puede? El evangelista Mateo nos da unas pistas al contraponer la figura de los magos de Oriente a la figura del rey Herodes: en los primeros (los reyes), se trata de hombres honestos, buscadores de Dios y dóciles a los signos que el mismo Dios les ofrece (la estrella). En el segundo caso (Herodes) lo que encontramos es un hombre endiosado, celoso de su poder, cruel y capaz de usar cualquier medio para conservar su puesto. Vemos, a través de estos personajes, dos actitudes de vida radicalmente diferentes. Contrasta, también, la alegría de los magos de Oriente con la amargura y terquedad de Herodes. Los primeros captaron los signos de Dios, hicieron camino, encontraron lo que buscaban (lo que Dios les mostró), adoraron y continuaron su camino (su vida) con alegría. El segundo quedó lleno de odio, con miedo de perder su poder y frustrado (por no haber podido deshacerse del rey que – según él - amenazaba su lugar). Vivir así (angustiado y con miedo) debe ser algo terrible. Así ha sucedido y sigue aconteciendo permanentemente en la historia humana, especialmente en aquellos escenarios y contextos en los que las relaciones se basan en la lucha por el poder.

 

No nos quedemos pensando que este Evangelio es, simplemente, una historieta piadosa para alimentar la ingenuidad de la fe de carbonero. No; es una reflexión profunda sobre lo que somos capaces de ver, sobre lo que buscamos y – en definitiva– sobre lo que somos. Los magos buscaron, descubrieron, se alegraron y volvieron a su tierra habiendo hecho una experiencia maravillosa que dio sentido a sus vidas… ¿Y nosotros?

 

 

Terminemos nuestra reflexión orando con la ayuda del...

 


Salmo 71.

Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes de la tierra.

 

Dios mío, confía tu juicio al rey; tu justicia al hijo de reyes: para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. R.

 

Que en sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; que domine de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra. R.

 

Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributos; que los reyes de Sabá y de Arabia le ofrezcan sus dones, que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan. R.

 

Porque él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres. R.

 




 

 

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