En Defensa de la Fe


Domingo 17 del Tiempo Ordinario Ciclo B 2018

Te comparto la reflexión correspondiente al Domingo 17 del Tiempo Ordinario Ciclo B 2018, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.


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Nota acerca de la fecha: En el 2018, corresponde al Domingo 29 de Julio.



La liturgia de hoy nos invita a meditar en el hambre que millones de personas están obligadas a experimentar día a día. Nos pide pasar de la constatación del problema a un cambio de actitud y a prácticas solidarias concretas. Finalmente, nos pide no perder de vista el hambre espiritual y el pan que Dios da para saciarla.


“Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado”“Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado”


 
Veamos las lecturas:




II Reyes 4,42-44

Comerán y sobrará

 

En aquellos días, uno de Baal-Salisá vino a traer al profeta Eliseo el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo: "Dáselos a la gente, que coman." El criado replicó: "¿Qué hago yo con esto para cien personas?" Eliseo insistió: "Dáselos a la gente, que coman. Porque así dice el Señor: Comerán y sobrará." Entonces el criado se los sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor.

 

 

  • Contra la lógica de la acumulación: ‘Dáselos a la gente, que coman.’

 

  • Cuando somos capaces de compartir descubrimos que hay suficiente para todos e incluso puede sobrar.

 

Efesios 4,1-6

Un solo cuerpo, un Señor, una fe, un bautismo

 

Hermanos: Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.

 

 

  • ¿Cuál es nuestra vocación y cómo nos pide ella que andemos?

 

  • Algunas cualidades que podríamos trabajar: humildad, amabilidad, comprensión, paciencia, esfuerzo por mantener la unidad.

 

  • Tomar conciencia del bautismo: ¿Sabemos qué significa el bautismo? ¿Qué hemos recibido con él y a que nos hemos comprometido con Dios?

 

Juan 6,1-15

Repartió a los que estaban sentados todo lo que quisieron

 

En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea. Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: "¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?" Lo decía para tentarlo, pues bien sabía Él lo que iba a hacer. Felipe contestó: "Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo." Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: "Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?" Jesús dijo: "Decid a la gente que se siente en el suelo." Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; solo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: "Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie." Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: "Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo." Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña Él solo.

 

 

  • Lo sigue mucha gente, porque han visto lo que hace con los enfermos.

 

  • Aquí hay alguien que tiene esto y aquello…hay otro que tiene otras cosas… Con frecuencia nos quedamos paralizados, solo lamentándonos por lo que nos falta, pero no vemos lo que tenemos.

 

  • Debemos aprender a gestionar y salir adelante con los recursos de que disponemos y no caer en una mentalidad dependiente, que siempre está esperando que sean otros los que nos resuelvan los problemas.

 

  • Con frecuencia se nos olvida que todo es don de Dios y no vivimos en actitud de agradecimiento. Notemos que Jesús, antes de repartir lo que solidariamente es puesto a disposición, lo primero que se le ocurre es dar gracias a Dios Padre.

 

Algunas reflexiones

 

La liturgia de hoy está centrada en una de las necesidades mayores de la humanidad: comer. Alimentarse es una necesidad básica, fundamental. Sin embargo, en pleno siglo XXI, millones de personas padecen hambre mientras, en ciertos círculos, la abundancia raya con el desperdicio.

 

A través del problema de la comida (de su abundancia o de su escasez) se nos invita a reflexionar sobre las estructuras sociales, sobre las condiciones de justicia y equidad que requiere el mundo, sobre la atención que, en nuestras sociedades, se debe prestar a los pobres y excluidos, sobre la actividad o el adormecimiento de la solidaridad.

 

Las lecturas nos sitúan ante un fenómeno muy particular: Aunque parece que no van a alcanzar para toda la gente, al repartir lo que hay, percibimos que alcanza y sobra. Las lecturas nos introducen en la raíz del problema: el problema no es de real falta de recursos, sino de inadecuada distribución, de falta de solidaridad, de falta de organización, de compromiso y esfuerzo de todos y – sobre todo – de falta de sensibilidad y de fraternidad.  Claro, si seguimos maltratando al planeta, el problema sí será de falta de recursos (comenzando por el agua).  

 

Pero el hambre que hay en la humanidad no se reduce solo a lo material. Hay hambre de paz, hambre de justicia, hambre de respeto, hambre de amor, hambre de trascendencia, hambre de sentido, hambre de Dios. Para ese tipo de hambre se requiere de otro tipo de alimento, que forme el corazón, eduque el espíritu y estructure la mente. Hay, en este ámbito, muchísimo por hacer.

  

El profeta Eliseo desarrolló su misión en el Reino del Norte, hacia el siglo VIII a.C.  A través de su predicación y de sus signos (milagros) intentó conducir al pueblo de vuelta a Dios y hacer brotar la justicia y el derecho al interior de la sociedad en la que le correspondió vivir.

 

Su multiplicación de los panes, más que hacernos pensar en un acto maravilloso (y casi mágico) debe orientarnos a las condiciones sociales de la época: había mucha inequidad social y los pobres sufrían no solo la falta de recursos, sino el desprecio de muchos acomodados, que – de paso – habían ya olvidado la relación entre fe en Dios y justicia social.   ¿Cómo pretender que una comunidad, un pueblo un país logre la unidad si hay condiciones de desigualdad escandalosas?

 

El evangelista Juan nos sitúa en la época en que Jesús de Nazaret desarrollaba su actividad misionera. Mucha gente acudía a Él, porque habían visto sus signos, sus actitudes, su compromiso, la manera de acercarse y de tratar a las multitudes…Habían experimentado la autoridad de su palabra, la profundidad de su enseñanza y el amor que lo habitaba…Amor de Dios distribuido generosamente a todos.

 

Jesús aprovechaba la presencia de la multitud para enseñar, para hablar de Dios, de su Reino. Y es aquí, en este contexto de multitud donde Jesús propone una de sus mayores enseñanzas sobre el Reino de Dios: Reino de Dios es aprender a compartir, a no acumular innecesariamente, a ser sensible a las necesidades de otros, a sentir a los otros como próximos, como hermanos.

 

Quizá todo el dinero del mundo no sea suficiente para comprar la comida que se requiere para saciar el hambre de todos. Y si se espera que el gasto lo haga una sola persona el problema se vuelve insoluble. Pero quizá el problema no se solucione comprando, sino compartiendo, activando la solidaridad. Para ello, es necesario cambiar de corazón, de mentalidad, de chip. Por eso, el primer milagro no es la distribución de los recursos de que se dispone, sino el cambio que se opera al interior de cada persona y en los modos de relacionarnos, de convivir.

 

El egoísmo es el principal obstáculo y este se anida silenciosamente en el corazón. Hay que transformar el corazón: recordemos las palabras del profeta Ezequiel (Ez 26,24-27), que pueden ser actualizadas a nuestros contextos:

 

Yo los sacaré a ustedes de todas esas naciones y países; los reuniré y los haré volver a su tierra. 25 Los lavaré con agua pura, los limpiaré de todas sus impurezas, los purificaré del contacto con sus ídolos; 26 pondré en ustedes un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Quitaré de ustedes ese corazón duro como la piedra y les pondré un corazón dócil. 27 Pondré en ustedes mi espíritu, y haré que cumplan mis leyes y decretos;

 

Si hay hambre en el mundo no es solo porque hay estructuras injustas, políticas económicas perversas, macro-fenómenos económicos, etc., todo esto es cierto…pero a la base de todo está el problema del egoísmo humano.

 

Pues bien, los cristianos no debemos olvidar el compartir: ésta es la clave para hacer realidad la fraternidad, para reconocernos hijos de un mismo Padre y testigos de una misma fe. Esto es lo que celebramos en la eucaristía donde TODOS comemos de un mismo PLATO el PAN de la VIDA.   No hay por qué oponer hambre material y hambre espiritual. Las dos afectan a la humanidad y las dos deben ser saciadas.

   

Pero el problema de la unidad no se registró solo en la época del profeta Eliseo. También afectó a la Iglesia naciente. Los seres humanos somos muy creativos para crear divisiones. Ante una comunidad cristiana afectada por las divisiones, el Apóstol Pablo, en su carta, hace un llamado a la unidad. Por eso les recuerda que el fundamento de esa unidad es que nos une el mismo Dios (que es Padre de todos), que constituimos un solo pueblo, que hemos sido introducidos en la misma alianza, que confesamos una misma fe y participamos de un mismo bautismo.

 

Estos elementos son la base sobre la cual construimos ese ‘edificio vivo’ llamado Iglesia. Esa base es el ‘fundamento’ de la unidad. Parece que sobre esto nos falta mayor claridad, porque las divisiones al interior de la Iglesia subsisten.  Con frecuencia, los creyentes cristianos tendemos a perder la fuerza del Espíritu y la claridad de la fe y terminamos haciendo ‘componendas’ con el ambiente que nos rodea.   El resultado es una fe acomodada y una Iglesia tibia.  Por eso, el llamado que san Pablo hace en la carta (a los efesios) sigue siendo muy actual:    Les pido que marchen como pide la vocación a la que han sido llamados.

 

 

Terminemos nuestra reflexión orando con el…



 

Salmo 145

Abres tú la mano, Señor, y nos sacias.

 

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, / que te bendigan tus fieles; / que proclamen la gloria de tu reinado, / que hablen de tus hazañas. R.

 

Los ojos de todos te están aguardando, / tú les das la comida a su tiempo; / abres tú la mano, / y sacias de favores a todo viviente. R.

 

El Señor es justo en todos sus caminos, / es bondadoso en todas sus acciones; / cerca está el Señor de los que lo invocan, / de los que lo invocan sinceramente. R.

 


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