En Defensa de la Fe


Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C

Te comparto la reflexión correspondiente al Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.



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Nota acerca de la fecha: En el 2016, corresponde al Domingo 31 de Enero.



Desafortunadamente, tanto en la catequesis como en la predicación litúrgica hemos olvidado los textos del Antiguo Testamento. Por eso, en estas reflexiones de la liturgia del domingo, vamos a centrar nuestra atención (por lo menos por un buen tiempo) en tales textos, buscando con ello contribuir al conocimiento de la Biblia en su conjunto.

 

Al abrir la Biblia nos encontramos con un conjunto de libros atribuidos a unos personajes llamados profetas. Hablamos de ellos, pero no siempre tenemos claridad sobre lo que estas personas hacían. Es muy posible que no tengamos clara la concepción de profeta, propia de la Biblia.

 

La liturgia de este domingo está centrada, precisamente en la figura y misión del profeta. El profeta es, ante todo, una persona llamada por Dios para desarrollar una misión específica en un contexto particular. Esta misión consiste fundamentalmente en hablar en su nombre, cuestión bastante delicada para cualquier creyente. Hablar en nombre de Dios es una acción de altísima responsabilidad. Hay muchas personas que se presentan como comunicadoras de mensajes de Dios sin haber sido realmente llamadas e inspiradas por Él. Otras, hablan en nombre de Dios, pero sin medir las consecuencias de sus afirmaciones, llegando a confundir e incluso a exponer las comunidades (que siempre serán el pueblo de Dios) a peligros innecesarios.

 

El profeta, llamado por Dios para su servicio, debe anunciar aquello que Dios inspira realmente en su corazón: algunas veces, su anuncio es de esperanza, de alegría, de paz. Otras veces el anuncio del profeta es una radical denuncia de situaciones, fenómenos y acciones contrarios a Dios (injusticia, hipocresía, falsa religión, abuso de poder de las autoridades, corrupción, explotación del pobre, etc.).

 

Lo anterior nos permite ver que el camino del profeta no es fácil. Su existencia es dura, difícil y, con frecuencia llena de sufrimiento. Otras veces, una profunda alegría invade el corazón y el alma del profeta. En todo caso, la última palabra siempre es de Dios y esa palabra afirma el triunfo del bien sobre el mal. El profeta deberá, entonces, confiar y abandonarse totalmente en las manos de Dios, que le dice “No temas, yo estoy contigo”. Si recordamos, estas son las palabras que Jesús tuvo siempre para sus discípulos.




Jeremías 1, 4-5.17-19

Te nombré profeta de los gentiles

 

En los días de Josías, recibí esta palabra del Señor: "Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles. Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos. Mira; yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo. Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte." Oráculo del Señor.

 

 

Algunas reflexiones

 

En la primera lectura el profeta Jeremías nos cuenta su experiencia y nos ayuda a comprender lo que significa ser escogido, consagrado, constituido profeta por Dios. Al mismo tiempo nos permite aproximarnos a su misión. A través de Jeremías entendemos que, con frecuencia, la misión del profeta encuentra muchos obstáculos y oposiciones. Entendemos igualmente que la fe en Dios no nos garantiza que no van a sobrevenir problemas. La fe no es para que no existan problemas sino para que encontremos caminos para afrontarlos.

 

La actividad profética de Jeremías comenzó alrededor del año 627 antes de Cristo y se prolongó hasta después de la caída de Jerusalén a manos del Imperio Babilónico, alrededor del año 586 antes de Cristo. Jeremías desarrolló la mayor parte de su misión en la región de Judá, sobretodo en la ciudad de Jerusalén.

 

La época en que vivió Jeremías fue una época difícil, turbulenta y compleja tanto en lo religioso como en la situación política del pueblo. Judá acababa de salir de dos reinados considerados impíos por los autores sagrados (Manasés y Amón). Estos reyes facilitaron el desarrollo de la idolatría, que llevó al pueblo al desajuste moral y a una especie de sincretismo religioso. Además, en el terreno político y social, el maltrato a los pobres fue una nota característica de estos dos periodos.

 

Afortunadamente, después de estos dos reinados apareció en el panorama político el rey Josías. Según la tradición, se trató de un rey bueno que emprendió una reforma político religiosa profunda: procuró eliminar el culto a los dioses extranjeros, restauró la vida litúrgica en el templo de Jerusalén y buscó reorganizar la actividad política.

 

La reforma de Josías, como era de esperarse, levantó algunas resistencias (siempre hay resistencias cuando se plantea una reforma seria. Esto sucede también en la Iglesia, en las comunidades cristianas, en los movimientos, en las parroquias, en las comunidades religiosas, etc. Sabemos que las reformas profundas requieren además de elementos administrativos, técnicos y metodológicos  - que son secundarios - , una sincera transformación del corazón, de la mente y de las prácticas. Las verdaderas transformaciones no suceden por decreto ni de un día para otro). Es en este ambiente de reforma que Jeremías es llamado por Dios y enviado en misión.

 

El texto que nos es propuesto en la primera lectura se centra en el llamamiento que Dios hace a Jeremías. No se trata de un reportaje exacto de las cosas, sino de un testimonio de vida. En él debemos descubrir aspectos claves de la experiencia espiritual y, a través de ellos, examinar nuestra propia experiencia. En realidad, el texto es una catequesis sobre la vocación.

 

A continuación subrayaremos algunos aspectos claves:

 

1.    La vocación profética es, en primer lugar un encuentro con Dios y con su Palabra (“La palabra del Señor me fue dirigida…”). Aún más, la vocación consiste en ser encontrado por Dios que toma la iniciativa.

 

2.    La Palabra marca la vida del profeta: la Palabra de Dios (su comunicación) que penetra el corazón del profeta y transforma su manera de percibir el mundo. La palabra humana (la del profeta) que debe ser fiel a Dios, verdadera y clara. Debe ser una palabra orientadora, que anuncia y denuncia.

 

3.    La vocación profética es un designio divino: Dios es quien escoge y consagra a la persona transformándola en profeta o profetiza. La verdadera vocación no es un invento o una construcción simplemente humana. Sin embargo, esta elección es para que la persona constituida como profeta se coloque al servicio del pueblo y busque su bien.

 

4.    Estar al servicio del pueblo no significa hacer lo que el pueblo dice o decir lo que el pueblo quiere oír. Muchas veces amar significa precisamente lo contrario.

 

5.    La relación que se establece entre Dios y el profeta es profunda, intima, viva y transformadora. Así, el profeta, viviendo en la órbita de Dios, aprende a discernir su proyecto, su voluntad y aprende a percibir en su entorno cuando los hombres (el pueblo) actúan sin tener en cuenta a Dios.

 

6.    El envío del profeta hace parte de su vocación. En este sentido vocación y misión no se deben separar. Dios escoge, llama y consagra para hacer una misión, es decir, una tarea específica en un contexto específico. Esta tarea debe ser desarrollada sin miedo (“No temas…”), sin servilismos (siempre que se es servil se traiciona la misión) y sin uso de medios fraudulentos (la ética es un componente esencial de toda vocación).

 

7.    El camino profético está lleno de peligros y afectado por el sufrimiento (así lo muestran las vidas de Jeremías y de Jesús). El profeta debe asumir riesgos, confrontarse con la soledad y lidiar con los conflictos, pues así como hay quienes escuchen la voz del profeta, siempre habrá otros que lo rechacen y actúen contra la voluntad de Dios.

 

La vida de Jeremías realizó íntegramente el proyecto de Dios: Jeremías denunció lo que estaba mal, destruyó las falsas imágenes de Dios y sembró la semilla necesaria para rescatar y fortalecer la alianza con Dios. Sin embargo, Jeremías no tuvo mucho éxito (no siempre una vida integra es reconocida y la categoría “éxito”, impuesta por la mentalidad actual no llega a ser el verdadero criterio para evaluar una vida según Dios). Jeremías, rechazado y perseguido, nunca renunció a su vocación. Dios lo acompañó de tal forma que el profeta vivió intensamente su vocación- misión.

 

La vida de Jesús de Nazaret también realizó plenamente estas dinámicas y estas características del profeta, por eso los primeros cristianos percibieron la dimensión profética de su personalidad y de sus palabras. De hecho no pocos contemporáneos de Jesús llegaron a pensar que Él era un nuevo Elías, un nuevo Jeremías o alguno de los profetas…

 

Para nuestra reflexión podemos considerar algunos aspectos:

 

  • 1.    Los profetas no son personas de otro mundo sino personas que se dejan transformar por Dios. Son personas con los pies en el piso y el corazón en Dios. Hoy el mundo necesita profetas.

 

  • 2.    En el bautismo, todos fuimos ungidos como profetas a imagen de Cristo. Debemos preguntarnos: ¿Somos conscientes de esta vocación profética? ¿Tenemos consciencia de que somos la boca a través de la cual la Palabra de Dios puede dirigirse a la humanidad?

 

  • 3.    El profeta vive con los ojos puestos en Dios y en el mundo y sabe articular lo uno con lo otro. ¿Somos capaces de vivir en comunión con Dios y, al mismo tiempo, capaces de analizar, interpretar, iluminar y actuar en el mundo con los valores de Dios?

 

  • 4.    La misión profética implica muchas veces ser perseguido y sufrir. ¿Estamos dispuestos a vivir plenamente nuestra fe a sabiendas de que el sufrimiento puede aparecer como consecuencia de nuestra misión?




I Corintios 12, 31-13,13

Quedan la fe, la esperanza, el amor; la más grande es el amor

 

Hermanos: Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional. Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber, podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca. ¿El don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se acabará. Porque limitado es nuestro saber y limitada es nuestra profecía; pero, cuando venga lo perfecto, lo limitado se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre acabé con las cosas de niño. Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora limitado; entonces podré conocer como Dios me conoce. En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor.

 

 

Algunas reflexiones

 

La segunda lectura nos ayuda a comprender el misterio que envuelve la dimensión profética: el profeta es amado por Dios, y está profundamente enamorado de Él. Desde esta experiencia cuida de la alianza y del bien del pueblo (el bien de la humanidad, el bien de la Iglesia). Esta segunda lectura nos habla del amor desinteresado y gratuito (un amor que es cada día más escaso). Para ser profeta se requiere amar, amar bien, amar sin medida, amar como Dios ama. Amar con la esperanza puesta en Dios. Este amor desinteresado es presentado por el apóstol Pablo como la esencia de la vida cristiana.




Lucas 4, 21-30

Jesús, como Elías y Eliseo, no es enviado sólo a los judíos

 

En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír." Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: "¿No es éste el hijo de José?" Y Jesús les dijo: "Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm." Y añadió: "Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio." Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.



Algunas reflexiones

 

El evangelio nos presenta a Jesús desde la perspectiva del profeta. Para los cristianos Jesús no es solo un profeta, sino EL PROFETA QUE HABÍA DE VENIR, es decir, aquel de quien hablan las escrituras. De hecho, en los evangelios podemos percibir que algunos hombres preguntan a Juan Bautista: “¿Eres tú el profeta que ha de venir o debemos esperar a otro?”. El bautista respondió con total firmeza que no era EL PROFETA, sino simplemente una voz que clama en el desierto: “Preparen el camino del Señor”.

 

En su momento, Jesús no fue reconocido por muchos. De hecho fue despreciado por los habitantes de Nazaret que esperaban un mesías espectacular y no entendieron la propuesta profética de Jesús. También fue rechazado por las autoridades judías, que vieron en Él un enemigo como consecuencia de las críticas que Jesús hizo a su manera de comprender la religión y de tratar a los más pobres. Este evangelio deja ver el rechazo del que Jesús fue víctima y, al mismo tiempo, nos permite captar la apertura del anuncio de la buena nueva a todas las personas dispuestas a acogerla, sin importar si eran habitantes judíos o extranjeros.

 

 

Terminemos nuestra reflexión orando con el…



Salmo 70

Mi boca contará tu salvación, Señor.

 

A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre; tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído, y sálvame. R.

 

Sé tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres tú, Dios mío, líbrame de la mano perversa. R.

 

Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías. R.,

 

Mi boca contará tu auxilio, y todo el día tu salvación. Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas. R.



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