En Defensa de la Fe


26 Domingo del Tiempo Ordinario ciclo A

Te comparto la reflexión correspondiente al 26 Domingo del  Tiempo Ordinario ciclo A, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.

 

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Nota acerca de la fecha: En el 2014, corresponde al Domingo 28 de Septiembre.

 



Libro de Ezequiel 18,24-28.

Esto dice el Señor: Si el justo se aparta de su justicia y comete el mal, imitando todas las abominaciones que comete el malvado, ¿acaso vivirá? Ninguna de las obras justas que haya hecho será recordada: a causa de la infidelidad y del pecado que ha cometido, morirá. Ustedes dirán: "El proceder del Señor no es correcto". Escucha, casa de Israel: ¿Acaso no es el proceder de ustedes, y no el mío, el que no es correcto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete el mal y muere, muere por el mal que ha cometido. Y cuando el malvado se aparta del mal que ha cometido, para practicar el derecho y la justicia, él mismo preserva su vida. Él ha abierto los ojos y se ha convertido de todas las ofensas que había cometido: por eso, seguramente vivirá, y no morirá.

 

 

Carta de San Pablo a los Filipenses 2,1-11.

Hermanos: Si la exhortación en nombre de Cristo tiene algún valor, si algo vale el consuelo que brota del amor o la comunión en el Espíritu, o la ternura y la compasión, les ruego que hagan perfecta mi alegría, permaneciendo bien unidos. Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagan nada por espíritu de discordia o de vanidad, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás. Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: Al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame que  "Jesucristo es el Señor" para gloria de Dios Padre.

 

 

Evangelio según San Mateo 21,28-32.

Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: "¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: 'Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña'. El respondió: 'No quiero'. Pero después se arrepintió y fue. Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: 'Voy, Señor', pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?". "El primero", le respondieron. Jesús les dijo: "Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él".

 

 

Te comparto algunas reflexiones acerca de las lecturas anteriores:

 

La Conversión parece ser el tema central de la liturgia de la Palabra de este domingo. Convertirse ¿Qué es eso?  Por lo menos, inicialmente, nos viene la idea de transformarse en algo o en alguien. En el contexto cristiano, se trata de un proceso de cambio que busca una sintonía cada vez más profunda entre el creyente y Dios. Esta sintonía se logra por la comunión con Jesucristo, con su vida, sus valores, su proyecto, sus opciones.

 

Si ser cristiano es “continuar en la propia vida la vida de Jesucristo” (J. Eudes), entonces, convertirse es entrar en un proceso de transformación que nos haga cada vez más parecidos a Él. Por eso san Pablo escribió de manera muy clara: “Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús”. Y nos muestra, en el himno cristológico que sigue a estas palabras, que el abajamiento, la humildad y el servicio son la metodología propia de la conversión.

 

Pero este camino de transformación es complejo: tiene muchas aristas, compromete todas las dimensiones de la persona y tiene – también – consecuencias en la vida social. Podemos confundir conversión con la observancia de normas y prácticas religiosas, pero puede haber desarticulación entre una y otra cosa, es decir, una persona puede ser muy piadosa, observadora de normas y ritos, pero ello no indica necesariamente que ha entrado en un proceso de transformación de la propia vida, de la manera de sentir, de ver, de pensar, de relacionarse…de vivir.

 

Convertirse (en cristiano) es cambiar la manera de ser. Convertirse es configurar la propia vida siguiendo los sentimientos, las tendencias, las intuiciones, los valores de Jesucristo.  Para ello se requiere una profunda, seria y crítica experiencia de Dios y de su acción.

 

Los profetas, (entre ellos Ezequiel) y Jesús hicieron caer en cuenta – con su enseñanza y con sus críticas, a todos (incluso a muchos de los representantes de la religión de su tiempo (sacerdotes judíos, fariseos, escribas, etc.) que, con frecuencia, confundían las cosas y - al considerarse perfectos - no sólo se negaban a ver su propia necesidad de conversión sino que se transformaban en jueces de los demás, con derecho a excluir de la comunidad (de vida y de fe) a quienes no  estuvieran “a su medida”. Su principal error consistía no solo en considerarse perfectos,  sino en pensar que ya el mal no los podía tocar y que eran dueños de la salvación. Se les olvidó que eran simplemente mortales, mediadores de salvación. Se les olvidó que quien salva es Dios. También hoy puede haber personas que piensen y actúen así. Hay que tener cuidado.

  

Vale la pena volver a recordar las palabras del profeta Ezequiel: “Cuando el justo se aparta de su justicia, comete el mal y muere, muere por el mal que ha cometido. Y cuando el malvado se aparta del mal que ha cometido, para practicar el derecho y la justicia, él mismo preserva su vida.”

 

La parábola que se nos propone, hoy, en el texto del evangelio según Mateo denuncia la falsa conciencia religiosa. La viña es el mundo. Un mundo en el que las cosas no son blancas o negras solamente (tienen muchos matices); un mundo que es responsabilidad de todos; un  mundo que es don (pues Dios lo creo) pero también es tarea (ya que Dios lo entregó en las manos de los seres humanos para que vivan en él y lo perfeccionen). El Padre de la parábola es Dios que envía a los seres humanos a ese mundo. Esos seres humanos están representados en estos dos hijos, que pueden tomar caminos distintos. El ser humano puede decir una cosa y hacer otra; puede tomar inicialmente una decisión y, luego, cambiar esta decisión (sea para bien o  para mal). Lo cierto es que el ser humano termina definiendo todo en y desde su acción.  No son tanto las palabras las que pesan, sino las acciones.

 

Lo anterior no quiere decir que no debamos cuidar la calidad de nuestras palabras. Lo que quiere acentuarse es que el compromiso real debe transformase en acción o simplemente se queda en verborrea.  Tal vez, al hablar de esta manera, Jesús buscaba de sus interlocutores una auténtica conversión. Es una invitación para que no nos quedemos sólo diciendo que amamos a Dios, sino para que nos decidamos a entrar en un proceso de conformación de nuestra vida con su Palabra con sus valores, con su propuesta, con su plan de salvación. En este sentido, “La conversión no es un asunto de solemnes proclamas o de prolongados ejercicios piadosos, sino un llamado impostergable a la justicia y al discernimiento” (Servicios Koinonía).

 

 

Te propongo las siguientes preguntas para la reflexión:

  

  • ¿Nos hemos dado cuenta que estamos en la viña de Dios?

 

  • ¿Somos capaces de volver sobre nuestras palabras para sopesar su verdad, su profundidad, su grado de compromiso?

 

  • ¿Qué podemos decir de nuestra capacidad para discernir la voluntad de Dios en nuestra vida?

 

  • ¿Somos más palabra que acción? ¿Qué tiene la primacía en nuestra vida: la palabra o la acción?

 

 

Terminemos nuestra reflexión orando con el…

 


Salmo 25(24).

Haz, Señor, que conozca tus caminos, muéstrame tus senderos.
Guíame por el camino de tu fidelidad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y mi salvador,
Yo espero en ti todo el día.

Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu amor,
porque son eternos.
No recuerdes los pecados ni las rebeldías de mi juventud:
por tu bondad, Señor, acuérdate de mí según tu fidelidad.

El Señor es bondadoso y recto:
por eso muestra el camino a los extraviados;
Él guía a los humildes para que obren rectamente
y enseña su camino a los pobres.

 

 

Por último, te invito a que hagamos juntos la siguiente oración:

 

Oh Dios, que nos llamas a la coherencia de vida.  Danos el valor de asumir la experiencia espiritual como un auténtico proceso de cambio. Ayúdanos – con la asistencia de tu Espíritu – a purificar nuestro corazón del egoísmo y a fortalecer nuestra fuerza de voluntad para permanecer en tus caminos. Amén.

 

¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?

Escríbenos aquí ...

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