En Defensa de la Fe


22 Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)

Te comparto la reflexión correspondiente al 22 Domingo del  Tiempo Ordinario (ciclo A), sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.



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Nota acerca de la fecha: En el 2014, corresponde al Domingo 31 de Agosto.



Libro de Jeremías 20,7-9.

¡Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir! ¡Me has forzado y has prevalecido! Soy motivo de risa todo el día, todos se burlan de mí. Cada vez que hablo, es para gritar, para clamar: "Violencia, devastación!". Porque la palabra del Señor es para mí oprobio y afrenta todo el día. Entonces dije: "No lo voy a mencionar, ni hablaré más en su Nombre". Pero había en mi corazón como un fuego abrasador, encerrado en mis huesos: me esforzaba por contenerlo, pero no podía.



Carta de San Pablo a los Romanos 12,1-2.

Por lo tanto, hermanos, los exhorto por la misericordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer. No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto.




Evangelio según San Mateo 16,21-27.

Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá". Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres". Entonces Jesús dijo a sus discípulos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras.

 

 

Te comparto algunas reflexiones acerca de las lecturas anteriores:

 

La liturgia de hoy nos invita a meditar (desde la experiencia del profeta Jeremías y desde el itinerario comprometido de Jesús) en la dimensión dolorosa y dramática de la experiencia de fe. Con frecuencia buscamos experiencias religiosas Light o buscamos sólo la dimensión placentera de la fe. Incluso, algunas personas, cuando encuentran un texto bíblico que los confronta con el dolor, el sufrimiento y la incomodidad prefieren pasar la página y buscar un relato “más agradable” o – como suelen decir muchos – más “bonito”, es decir, menos “exigente”.

 

Pero la experiencia espiritual, vivida como una relación profunda con Dios, también comporta una dimensión conflictiva y dramática. Este conflicto y este drama resultan de la transformación que la persona creyente va viviendo y de la progresiva percepción de que – en el mundo – existen fuerzas negativas, destructivas y perversas que destruyen la creación, la humanidad y se oponen radicalmente a Dios y a su proyecto. Cuando el creyente percibe esto, se produce un choque entre lo que se presenta como desafío de cambio y los valores que brotan y sostienen su experiencia espiritual. Dicho de otra manera, la experiencia de fe revela la incompatibilidad entre los valores del evangelio y los antivalores que históricamente hemos producido los seres humanos y nuestras sociedades a través de estructuras y prácticas injustas y excluyentes. La confrontación es, pues, inevitable y el cuestionamiento se hace necesario. Esto es claro tanto en la historia de Jeremías como en la de Jesús: ellos percibieron las contradicciones que se presentaban y se decidieron a hablar y actuar. Al hacerlo se fueron generando muchos conflictos no sólo con estructuras y mentalidades sino con los grupos humanos que las encarnaban y sostenían. Su compromiso y su postura desencadenaron confrontación, persecución, rechazo y, hasta, la muerte violenta (en el caso de Jesús).

 

A Jeremías le tocó vivir la época en que el pueblo antiguo de Israel debió enfrentar la experiencia del exilio en Babilonia. Este fue un momento doloroso en la vida del pueblo. Este momento lo obligó a hacer una relectura de su historia (así nos sucede a todos tanto a nivel personal como a nivel colectivo). Desde esta dura experiencia de exilio, el pueblo de Israel, que vio la decadencia de su monarquía, que perdió la tierra y que vio su templo destruido se vio obligado a replantear su fe en el Dios de la Alianza. Varias preguntas surgieron: ¿Qué nos ha pasado? ¿Por qué nos ha pasado esto? ¿Cómo seguir viviendo? ¿De dónde “agarrarnos” ahora? En este contexto se ubica el Profeta Jeremías.

 

La vida de Jeremías no fue menos dura: en un primer momento vivió en su vida la presencia seductora de Dios: experiencia dulce, extraordinaria. Pero el proceso avanzó y – fruto de esta experiencia – debió asumir la misión: Se trataba de abrirle los ojos al pueblo sobre la situación que estaba viviendo. Tuvo que decirle al pueblo cosas que no quería oír (este es otro de nuestros males: con frecuencia aceptamos bien lo que queremos oír, pero lo que nos cuestiona, lo que nos duele, lo que nos exige cambios radicales lo rechazamos). Esta ingrata misión fue tomando un sabor amargo para el profeta… y la reacción del pueblo (especialmente la de ciertos grupos que se burlaron de él y lo persiguieron) le hizo la experiencia aún más amarga. Es desde aquí que podemos comprender el texto propuesto en la primera lectura, en el que la seducción y, posteriormente, el paso a la amargura ocupan un lugar clave. Estas dos experiencias (seducción maravillosa y amargura) no se excluyen, coexisten en el camino de la vida y, sin duda, en la experiencia de fe (claro, cuando se trata de una fe comprometida y no simplemente una práctica religiosa acomodada).

 

La experiencia de sufrimiento que se deriva del compromiso y de la fidelidad no es fácil de asumir y de cargar. Esta afirmación es válida para cualquier misión y para cualquier proyecto de vida “serios”. El profeta sintió el peso de la burla, de la persecución, de la tensión, del rechazo (al igual que Jesús en su momento) y experimentó el deseo de abandonarlo todo. Sin embargo, Dios lo continuó seduciendo intensa y profundamente. Así, Jeremías vivió, simultáneamente y durante muchos años, la seducción de Dios y el rechazo de la gente de su pueblo. La historia – a largo plazo – nos muestra lo fundamental: “Por sus frutos los conoceréis”. El profeta continuó su misión hasta las últimas consecuencias (al igual que Jesús). La presencia amorosa de Dios y la Palabra divina fueron como un fuego ardiente que alimentó, sostuvo, orientó y mantuvo al profeta en el horizonte de su opción fundamental (esto es lo que debe suceder en nosotros, que escuchamos, acogemos e interiorizamos la Palabra de Dios cada domingo).

 

Pues bien, en este contexto comprendemos el llamado (la exhortación) que hace Pablo a los cristianos de Roma (en su carta a los Romanos – ver la segunda lectura). Este llamado sigue vigente para todos nosotros: el Apóstol los llama a ofrecerse (así como lo hicieron Jeremías y Jesús). Si no hay esta actitud de ofrecimiento (de donación, de entrega) transformada en práctica no podremos vivir a fondo la fe. Este es una de las ideas centrales de la liturgia de este domingo. Pero, ¡atención!, en el texto de san Pablo, la palabra cuerpo (soma, en griego) no significa la estructura física de la persona, sino su vida, su existencia toda. De este modo entendemos por qué la traducción que se nos propone es: yo los exhorto por la misericordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos: pero ese ofrecimiento es algo que debe transformarse, entonces, en una actitud permanente y en un deseo-opción que hay que renovar permanentemente, que hay que actualizar cada día. Este ejercicio de ofrecimiento constante – que es la conversión – va acompañado de una transformación fundamental: la transformación de la mente (o mejor, de la mentalidad, de la manera de pensar). Esto es lo que debemos examinar. Cabe preguntarnos: el camino espiritual que vengo realizando ¿está provocando en mí esta transformación de la mentalidad y, como consecuencia de ello, la transformación de mi manera de vivir? En efecto, si cambia la mentalidad cambia también la forma de vivir, porque la persona ha conectado su vida con aquello que Dios quiere (con aquello que llamamos la “Voluntad de Dios”) y se vuelve capaz de vivir en correspondencia con lo que es bueno, lo que le agrada a Dios, lo que es perfecto (en el amor). Este es el punto clave.

 

Si el creyente ha logrado comprender el compromiso que exige la fe; si ha logrado integrar la dimensión gozosa y la dimensión dramática; si ha logrado descubrir el camino espiritual como una experiencia de entrega personal constante, si ha permitido que la relación con Jesús lo transforme, entonces podrá entender la experiencia teológica de la cruz, que es de lo que trata el evangelio. En efecto, el texto que nos propone el evangelista Mateo es una catequesis sobre el discipulado entendido como seguimiento de Jesús hasta la cruz. Jesús pone de manifiesto a sus discípulos que el camino de la resurrección está estrechamente vinculado a la experiencia dolorosa de la cruz. Pero no es fácil aceptar esto (aceptar que no hay misterios gozosos sin misterios dolorosos… Claro, nos gustarían sólo los gozosos y los gloriosos).

 

Pedro (que encarna el estado de no-comprensión de los discípulos) rechaza esta dimensión de sufrimiento, de tragedia, de dolor. Aún no la entiende. En este sentido Pedro aparece como un obstáculo a la misión, por eso Jesús – en el lenguaje de la época – le responde: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres". Lo que Jesús le quiere decir es que hay que madurar aún más, comprender que la cruz expresa el amor pleno que lleva a la persona a la donación total. La cruz no es ni un adorno ni tiene valor en sí misma como aprecio al sufrimiento por el sufrimiento (eso es masoquismo). El sufrimiento que se asume porque se ama y que se acoge como consecuencia del compromiso de amor maduro es el que tiene sentido. ¿Cómo nos situamos delante de todos estos aspectos que nos propone la liturgia de hoy?

 

 

Terminemos nuestra reflexión orando con el...



Salmo 63(62).

Señor, tú eres mi Dios,
yo te busco ardientemente

 

Señor, tú eres mi Dios,
yo te busco ardientemente;
mi alma tiene sed de ti,
por ti suspira mi carne
como tierra sedienta, reseca y sin agua.



Sí, yo te contemplé en el Santuario
para ver tu poder y tu gloria.
Porque tu amor vale más que la vida,
mis labios te alabarán.



Así te bendeciré mientras viva
y alzaré mis manos en tu Nombre.
Mi alma quedará saciada
como con un manjar delicioso,
y mi boca te alabará
con júbilo en los labios.


Veo que has sido mi ayuda
y soy feliz a la sombra de tus alas.
Mi alma está unida a ti,
tu mano me sostiene.

 

 

Por último, te invito a que hagamos juntos la siguiente oración:

 

Oh Dios, Amor eterno, que has engendrado a todos los seres y los envuelves en tu inmensa ternura. Acrecienta en nosotros una actitud de confianza radical en la bondad de la Vida, para que seamos también creadores y defensores de Vida. Llena nuestros corazones de atención a tu voluntad y de confianza plena en Ti, para que así seamos valientes testigos de tu amor. Amén

 



¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?

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