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El Purgatorio -Ventajas de la devoción a las almas - Enseñanzas saludables - Santa Magdalena de Pazzi y Sor Benedicta - Padre Paul Hoffée - El Venerable Padre de la Colombière - Luis Corbinelli

Pensar en el Purgatorio nos impulsa a trabajar arduamente y a buscar no cometer la más pequeña de las faltas, con el propósito de evitar las terribles expiaciones en la otra vida. Esto supone que debemos sentir temor de caer en él.


Pero, ¿es justificado sentir dicho temor?


Si reflexionamos por una parte acerca de la santidad necesaria para entrar en el Cielo y por la otra sobre la debilidad humana, fuente de tantas manchas sobre nuestra alma, comprenderemos fácilmente que dicho temor está más que bien fundado.





Pensar en el Purgatorio nos impulsa a trabajar arduamente y a buscar no cometer la más pequeña de las faltas, con el propósito de evitar las terribles expiaciones en la otra vida.Pensar en el Purgatorio nos impulsa a trabajar arduamente y a buscar no cometer la más pequeña de las faltas, con el propósito de evitar las terribles expiaciones en la otra vida. Esto supone que debemos sentir temor de caer en él. Pero, ¿es justificado sentir dicho temor? Si reflexionamos por una parte acerca de la santidad necesaria para entrar en el Cielo y por la otra sobre la debilidad humana, fuente de tantas manchas sobre nuestra alma, comprenderemos fácilmente que dicho temor está más que bien fundado.





SEGUNDA PARTE



Capítulo 56 - Ventajas - Enseñanzas saludables - Santa Magdalena de Pazzi y Sor Benedicta - Padre Paul Hoffée - El Venerable Padre de la Colombière - Luis Corbinelli

Santa Magdalena de Pazzi recibió las más bellas instrucciones acerca de las virtudes religiosas, gracias a la aparición de una difunta.

 

En su convento había una Hermana llamada María Benedicta, que se distinguía por su piedad, su obediencia y todas las demás virtudes que son el ornamento de las almas santas.

 

Esta hermana era tan humilde, dice el Padre Cépari, y tenía tal desprecio por sí misma, que, sin consultar el criterio de las superioras, realizaba extravagancias, con el único fin de ganarse la reputación de una persona sin prudencia ni juicio.

 

A este respecto, ella había dicho que no podía evitar sentir celos de San Alexis, quien había encontrado la manera de llevar una vida oculta y despreciable a los ojos del mundo.

 

Era tan flexible y tan rápida para obedecer, que corría como una niña a la menor señal de que era requerida por sus superioras. Y en las órdenes que estas le daban, debían ser muy prudentes, no fuera que María Benedicta se sobrepasase en el cumplimiento de sus deseos.

 

Finalmente, ella había logrado ejercer tal dominio sobre sus pasiones y sus apetitos que sería difícil imaginar una mortificación más perfecta.

 

Esta buena Hermana murió casi de repente, tras solo unas pocas horas de enfermedad.

 

Al día siguiente de su fallecimiento, un día sábado, cuando se celebraba la Santa Misa por su alma, las monjas comenzaron a cantar el Sanctus. En ese momento, Magdalena entró en éxtasis.

 

Durante tal arrebatamiento, Dios le hizo ver el alma de la Hermana en la Gloria, bajo una forma corporal. Estaba adornada con una estrella de oro, la cual había recibido como recompensa por su ardiente caridad. Todos sus dedos llevaban anillos preciosos, como signo tanto de su fidelidad a las reglas de su comunidad, como del cuidado con que había santificado sus acciones más ordinarias. Llevaba una corona muy valiosa en su cabeza, como recompensa por su gran obediencia y sufrimiento por Jesucristo.

 

En síntesis, ella superó en Gloria a una gran multitud de vírgenes y contempló a Jesucristo con singular familiaridad, porque había amado en gran medida la humillación, según aquella palabra del Salvador: <<El que se humilla será exaltado>>.

 

Esta fue la sublime lección que la santa recibió como premio a su Caridad con los difuntos.

 

Pensar en el Purgatorio nos impulsa a trabajar arduamente y a buscar no cometer la más pequeña de las faltas, con el propósito de evitar las terribles expiaciones en la otra vida.

 

El Padre Paul Hoffée, quien murió santamente en Ingolstadt en 1608, utilizaba este estímulo consigo mismo y con los demás.  Nunca perdía de vista el Purgatorio y tampoco dejaba de aliviar a las almas,  las cuales se le aparecían con frecuencia para pedir su ayuda.

 

Como fue durante mucho tiempo superior de sus Hermanos de comunidad, a menudo los exhortaba, por una parte a que se santificaran primero ellos con el fin de poder santificar mejor a los demás, y por la otra a no descuidar en lo más mínimo la observancia de las reglas.

 

Luego, añadía con gran sencillez: "Me temo que si no cumplen con esto, vendrán a mí un día, como muchos otros, a pedirme oración para salir del Purgatorio”.

 

En sus últimos instantes en esta Tierra, no hizo más que hablar con Nuestro Señor, su Santa Madre y los santos.

 

Recibió un gran consuelo con la visita de un alma muy santa, quien lo había precedido dos o tres días en su llegada al Cielo, y lo invitaba a venir a gozar por fin de la Visión de Dios y de Su Amor Eterno.

 

Cuando decimos que pensar en el Purgatorio nos hace emplear los medios para evitarlo, suponemos evidentemente que tenemos que temer caer en él.

 

Pero, ¿es justificado sentir dicho temor?

 

Si reflexionamos por una parte acerca de la santidad necesaria para entrar en el Cielo y por la otra sobre la debilidad humana, fuente de tantas manchas sobre nuestra alma, comprenderemos fácilmente que dicho temor está más que bien fundado.

 

Además, ¿no demuestran los hechos que hemos leído anteriormente que las almas más santas muy a menudo tienen que sufrir alguna expiación en la otra vida?

 

El Venerable Padre Claudio de la Colombière murió santamente en Paray el 15 de febrero de 1682, tal y como lo había predicho la Beata Margarita María.

 

En cuanto expiró, una muchacha devota vino a anunciar su muerte a la Hermana Margarita.  La santa monja, sin conmoverse y sin expresar su pesar, se limitó a decir a esta persona: "Ve y reza a Dios por él, y procura que en todas partes se rece por el descanso de su alma".

 

El Padre murió a las cinco de la mañana. El mismo día, por la tarde, ella escribió una nota a la misma persona en estos términos: "Deja de afligirte; en cambio invócale.  No temas nada.  Él se encuentra con mayor poder que nunca para ayudarte”.

 

Estos dos consejos nos hacen suponer que ella había sido advertida sobrenaturalmente del fallecimiento de este santo varón y de su estado en la otra vida.

 

La paz y la tranquilidad de la hermana Margarita ante la muerte de un director que le había sido de tanta ayuda, fue otra especie de milagro. La bendita mujer no amaba nada que no fuese en Dios y para Dios. Dios lo era todo para ella, y consumió en ella, por el Fuego de Su Amor, toda clase de apego.

 

La superiora misma se sorprendió de su tranquilidad ante la muerte del santo misionero. Más aún, estaba perpleja de que no le hubiese pedido permiso a ella para realizar alguna penitencia extraordinaria por el descanso del alma del difunto, tal y como acostumbraba a hacerlo cuando se producía el fallecimiento de conocidos o por aquellos que creía que debía tener una especial preocupación.

 

La Madre Superiora le preguntó a la Sierva de Dios la razón de aquello, y ella se limitó a responder: "Él no lo necesita.  Está en condiciones de rogar a Dios por nosotros ya que está bien situado en el Cielo, por la Bondad y la Misericordia del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo”.

 

“Solo -añadió-, para reparar alguna pequeña falta que le había quedado pendiente en el ejercicio del Amor Divino, su alma se vio privada de ver a Dios desde el momento en que dejó su cuerpo, hasta el instante en que fue depositado en la tumba”.

 

Añadiremos otro ejemplo, el del famoso Padre Corbinelli.  Este personaje santo no estuvo exento del Purgatorio.  Es cierto que no se detuvo allí, pero necesitó pasar por él antes de ser admitido en la Presencia de Dios.

 

Luis Corbinelli, de la Compañía de Jesús, murió en olor de santidad en la casa profesa de Roma en 1591, casi al mismo tiempo que San Luis Gonzaga.  La trágica muerte de Enrique II, rey de Francia, lo hizo desilusionarse del mundo y decidirse a dedicar su vida por completo a Dios.

 

En 1559 se celebraban en París grandes festejos por el matrimonio de la princesa Isabel, hija de Enrique II.  Entre tantos festejos, se había organizado un torneo en el que participaba la flor de la nobleza y la élite de la caballería francesa. El rey apareció en medio de una espléndida corte.

 

Entre los espectadores, llegados del extranjero, se encontraba el joven Luis Corbinelli, quien había venido desde Florencia, su tierra natal, para asistir a estas fastuosas celebraciones. Corbinelli contemplaba con admiración la gloria del monarca francés, en el apogeo de su grandeza y prosperidad, cuando de pronto lo vio caer repentinamente, herido mortalmente por un jinete descuidado. La lanza mal dirigida de Montgomery había atravesado el cuerpo del rey, quien expiró bañado en sangre. En un abrir y cerrar de ojos toda esta gloria se desvaneció, y la magnificencia real se cubrió con un sudario.

 

Tal acontecimiento causó una impactante y saludable impresión en Corbinelli: al darse cuenta de la vanidad de la grandeza humana, renunció al mundo y abrazó la vida religiosa en el seno de la Compañía de Jesús.

 

Su vida fue la de un santo y su fallecimiento llenó de alegría a quienes fueron testigos de ella.  Su deceso se produjo unos días antes que el de San Luis Gonzaga, quien se hallaba enfermo en el Colegio Romano. El joven santo anunció al cardenal Belarmino que el alma del Padre Corbinelli había entrado en la Gloria. El cardenal le preguntó si su alma no había pasado por el Purgatorio. La respuesta fue: "Pasó por él, pero sin detenerse”.





 

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