El mundo moderno es rehén de la mentira. Todo lo que teoriza la élite, afirman las instituciones y vuelven propaganda los medios de comunicación, es mentira, falsedad y engaño.
Lo más desconcertante es que este fraude contra los pueblos (perpetuado por quienes tienen autoridad y deberían protegerlos y defenderlos) ha infectado también al cuerpo eclesial, donde otras falsedades no menos graves corrompen la pureza de la Fe, ofenden a la Majestad Divina y causan la condenación de muchas almas (que el Señor ha pagado muy caro, redimiéndolas con su Preciosísima Sangre).
Estas reflexiones hacen parte de la Homilía de Monseñor Viganò para el Domingo de Pascua, de la cual presentamos a continuación una traducción libre.
Hermanos: Purificaos de la antigua levadura,
para convertiros en nueva masa,
como ázimos (sin levadura) que sois.
Pues ha sido inmolado Jesucristo, nuestro Cordero pascual.
Por tanto, hagamos fiesta: no con la vieja levadura
ni con levadura de malicia y de perversidad,
sino con ázimos de sinceridad y de verdad.
I Corintios 5: 7-8
El mundo moderno es rehén de la mentira.
Todo lo que teoriza la élite, afirman las instituciones y vuelven propaganda los medios de comunicación, es mentira, falsedad y engaño.
La emergencia psicopandémica es una mentira, todo por culpa de un virus creado en un laboratorio en aras de una vacunación masiva, tan ineficaz como perjudicial para la salud.
La teoría de género es una mentira, que niega la distinción de los sexos querida por el Creador, y que pretende anular la imagen y semejanza de Dios en el hombre.
El cambio climático es una mentira, basada como está en la falsa premisa de la crisis climática provocada por el hombre y en la quimera aún más falsa de que la reducción de las emisiones de dióxido de carbono en ciertos países puede cambiar mínimamente la temperatura de la Tierra.
La crisis ucraniana es una mentira, provocada para destruir el tejido social y económico de las naciones europeas, mediante sanciones irracionales contra la Federación Rusa.
La Agenda 2030 es una mentira, impuesta por una banda de subversivos para esclavizar a la humanidad.
La ideología “woke” es una mentira, que provoca la anulación de nuestra identidad, nuestra Historia y nuestra Fe para imponer la religión infernal del Nuevo Orden Mundial y la barbarie del Gran reinicio.
Lo más desconcertante es que este fraude contra los pueblos (perpetuado por quienes tienen autoridad y deberían protegerlos y defenderlos) ha infectado también al cuerpo eclesial, donde otras falsedades no menos graves corrompen la pureza de la Fe, ofenden a la Majestad Divina y causan la condenación de muchas almas (las cuales el Señor ha pagado con un precio muy alto, redimiéndolas con su Preciosísima Sangre).
El Ecumenismo es una mentira, que rebaja al Dios Vivo y Verdadero al nivel de los ídolos de las naciones.
La Vía sinodal es una mentira, que subvierte la constitución divina de la Iglesia querida por Cristo, bajo el falso pretexto de “escuchar al Pueblo de Dios”.
La reforma litúrgica es una mentira, introducida con la excusa de hacer comprensible la Misa a los fieles, pero con la única intención de quitarle honor a Dios y complacer a los herejes.
El diaconado femenino es una mentira: con la coartada de dar un papel a la mujer, atenta contra la Misa y los Sacramentos y manosea el Orden Sagrado instituido por Nuestro Señor.
La posibilidad de que los divorciados y parejas de hecho reciban la Sagrada Comunión es una mentira.
La bendición de las uniones homosexuales es una mentira.
La entrada de transexuales en el seminario es una mentira: La moral no sigue las modas del momento, diga lo que diga Bergoglio.
La aceptación de la sodomía es una mentira, que con demasiada frecuencia parece querer legitimar la conducta de muchos prelados y clérigos, en lugar de salvar las almas de los pobres pecadores.
Estas mentiras tienen el descaro de manifestarse como falsedades evidentes, desprovistas de todo argumento racional o creíble.
No son las mentiras con las que torpemente se intenta ocultar algo: son la afirmación arrogante de la falsificación, de la subversión de la lógica, de la negación de la verdad.
Pero, ¿por qué tanta gente opta voluntariamente por renunciar a su propio juicio crítico y aceptar las mentiras descaradas como racionales y verdaderas?
Porque la adhesión al error es el precio que el mundo pide a sus adoradores, a quienes no quieren ser marginados, criminalizados y perseguidos.
¿Y quién es el príncipe de la mentira sino Satanás, el padre de la mentira, el asesino desde el principio?
Satanás, quien tentó a nuestros primeros padres con una mentira no menos descarada: Si coméis de este fruto, seréis como dioses. Era una falsedad descarada y, al creerla, Adán y Eva optaron por renunciar a la capacidad de raciocinio y prefirieron desobedecer a Dios, para seguir una falsa promesa hecha por una criatura repugnante.
Lo que Satanás prometió a Nuestro Señor cuando le tentó en el desierto también era mentira: Todo esto será tuyo… por algo de lo que Cristo no solo era ya el dueño, sino también el Creador.
En la Epístola de la Misa de este día santísimo en el que celebramos la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos, el Apóstol nos exhorta a eliminar la vieja levadura: expurgate vetus fermentum.
Quien conoce los antiguos métodos de elaboración del pan sabe que la masa madre es aquella porción de harina y agua que, dejada fermentar, se convierte en la masa leudante. Puede conservarse durante décadas, volviéndose a amasar periódicamente con nueva harina y nueva agua, de modo que el pan de hoy está sustancialmente vinculado a todos los panes precedentes que se remontan en el tiempo.
Pero si el fermentum es vetus, si la levadura es vieja, esto afecta a la nueva masa y al nuevo pan.
Limpiar la vieja levadura significa comenzar de nuevo, desde el comienzo, realizando un verdadero "gran reinicio" de cada alma y del cuerpo social, cancelando el fermento de la malicia y de la perversidad, y comenzando de nuevo con pan ázimo (sin levadura), figura de la Sagrada Eucaristía y Santísimo Sacramento de la nueva y eterna Alianza hecha por Cristo con su Iglesia, hecha nueva en la Gracia y no sujeta a los cambios del tiempo, de las modas y de las circunstancias.
Por eso San Pablo habla de los azymes, del pan ázimo (sin levadura). Un pan de austeridad, el pan de los que no tienen tiempo de conservar viva la masa madre, el pan de los que se preparan con los lomos ceñidos para comer el Cordero sin mancha y las hierbas amargas antes de abandonar la tierra de Egipto y cruzar el Mar Rojo.
El reinicio, la Nueva Creación, la Nueva Pascua, se cumple en Cristo, la Verdad única, indispensable, eterna, la Palabra Viva y Verdadera del Padre Eterno.
El verdadero reinicio es volver a la Verdad de Cristo, de Aquel que dijo de Sí mismo: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Una Verdad que “es”, mientras que el error en cambio no tiene existencia. Una Verdad que exige sinceridad por nuestra parte (in azymis sinceritatis) como respuesta necesaria a la luz de la Verdad (et veritatis).
Satanás, el simio de Dios, imita grotescamente la Creación, incurriendo en monstruosidades que cualquier persona sensata reconoce como tales.
Imita aún más grotescamente la Redención, prometiendo a los hombres un bien que le es desconocido y que él mismo no posee en primer lugar, pidiendo a cambio que los hombres le reconozcan como su dios.
Debemos reconocer esta ley suya por lo que es; debemos rechazarla y luchar contra ella.
Si luchamos por la Verdad (por cualquier verdad, no solo la teológica) nos alineamos del lado de Cristo; del lado de Aquel que no mentía cuando anunció a sus Apóstoles su propia Muerte y Resurrección.
Si, por el contrario, optamos por no luchar por la Verdad, o incluso por permitir que se proclame el error o por difundirlo nosotros mismos, nos alineamos en el bando de Satanás, el príncipe de la mentira, en el bando de aquel que hace promesas y no las cumple.
(¿Con qué fin?) Con el único fin de arrastrarnos a ese abismo de condenación en el que él eligió hundirse cuando, cometiendo el pecado de soberbia, creyó poder ponerse en el lugar de Dios y decidir lo que es y lo que no es, es decir, lo que es verdadero y lo que es falso, lo que es bueno y lo que es malo, lo que es bello y lo que es feo.
De hecho, el mundo infernal al que nos precipitamos hoy en día, está compuesto de mentira, malicia y fealdad. No podría ser de otro modo.
No es casualidad que Satanás sea llamado príncipe de este mundo: no es rey; su poder es efímero y permitido por Dios solo hasta que llegue el momento de poner fin al período de prueba y el momento del Juicio.
No es diferente para los siervos de Satanás. Aunque su poder parezca desbordarnos, aunque los medios de que disponen parezcan ilimitados y abrumadores, su fin se acerca inexorablemente cuando Cristo retome Su Reino Universal.
Oportet illum regnare, es necesario que esto suceda, está en el orden querido por Dios, y nadie, ni siquiera todo el Infierno junto, podrá prolongar un solo instante el aparente triunfo del mal.
Hace apenas dos días contemplábamos los Misterios de la Pasión y Muerte del Señor, tras las maniobras del Sanedrín, el alboroto de la multitud y las torturas de los verdugos. Junto con José de Arimatea y las Piadosas Mujeres, acompañamos el Cuerpo sin vida de Jesús hacia el Sepulcro. Permanecimos en oración en el silencio desnudo de nuestras iglesias.
Pero "Consummatum est" no significa "Todo está perdido", sino más bien: "Todo ha llegado a su cumplimiento", es decir, "La obra de la Redención se ha cumplido".
Χριστὸς ἀνέστη es el saludo griego de Pascua: Cristo ha resucitado. A lo que se responde: Ἀληθῶς ἀνέστη (Verdaderamente ha resucitado) Surrexit Dominus vere.
Ese ἀληθῶς, ese vere, contiene la realidad de la Resurrección del Salvador, la verdad de ese acontecimiento histórico en el que la Misericordia del Hombre-Dios ha reparado el pecado de Adán causado por la mentira de Satanás, quien siguió mintiendo cuando acusó a Cristo con falsos testigos, y quien sigue mintiendo hoy, tratando de frustrar los frutos de la Redención.
Hoy, después de que las notas solemnes del Exsultet hayan anunciado la gloria de la Resurrección, celebremos el triunfo de Cristo sobre la muerte y el pecado, su victoria sobre Satanás.
Celebremos también la victoria de la Iglesia y de la civilización cristiana sobre los enemigos terrenales, porque el destino del Cuerpo místico fue decretado en el momento en que su Cabeza divina clavó la antigua serpiente en la Cruz.
Mors et vita duello conflixere mirando: Dux vitæ mortuus, regnat vivus.
+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
9 abril 2023
Dominica Paschatis, in Resurrectione Domini
(este es el enlace al artículo original)
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