En Defensa de la Fe


La nefasta influencia del Cardenal Bea sobre el Concilio Vaticano II se remonta al papado de Pío XII y llega hasta nuestros días

La nefasta influencia del Cardenal Agustín Bea sobre el Concilio Vaticano II se remonta hasta el papado de Pío XII. El papa Pío XII, fue el último bastión que resistió los embates de la herejía del Modernismo (la cual había sido condenada por todos los Papas anteriores a él y que San Pío X la denominó “la síntesis de todas las herejías”). En resumidas cuentas, tal herejía pretende decir que Cristo no es Dios y colocar al catolicismo al nivel de las demás expresiones religiosas en el mundo.



Después de la muerte de Pío XII en 1958, Juan XXIII, su sucesor, demolió el muro de contención que detenía la herejía del Modernismo y está penetró de lleno a la Iglesia. La convocatoria del Concilio Vaticano II por parte de Juan XXIII permitió la entrada en pleno de Satanás al interior de la Iglesia. Esto ha traído consecuencias devastadoras para la salvación de millones y millones de almas hasta el día de hoy.



La influencia del Cardenal Bea (segundo de izquierda a derecha) sobre Juan XXIII y el Concilio Vaticano II para promover la herejía del falso ecumenismo, se vio favorecida por su cercanía con el anterior Papa, Pío XII, de quien fue su confesor por casi trece añosLa influencia del Cardenal Bea (segundo de izquierda a derecha) sobre Juan XXIII y el Concilio Vaticano II para promover la herejía del falso ecumenismo, se vio favorecida por su cercanía con el anterior Papa, Pío XII, de quien fue su confesor por casi trece años




(nota: esta página está basada en la traducción libre del artículo de Robert Morrison en The Remnant, titulado, “Analizando el camino de la destrucción trazado por el cardenal Agustín Bea: De Pío XII al Sínodo y más allá”)



La influencia del Cardenal Agustín Bea comenzó con Pío XII, abarcó todo el espectro del Concilio Vaticano II y se extiende hasta nuestros días, en particular el Sínodo sobre la Sinodalidad de Francisco

En su discurso del 25 de febrero de 2019, en el quincuagésimo aniversario de la muerte del cardenal Agustín Bea, Francisco elogió la capacidad de Bea para fomentar la unidad entre todos los pueblos, así como su inmensa influencia en el Concilio Vaticano II:


«El Centro Cardenal Bea de Estudios Judaicos, en colaboración con el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los cristianos, el Pontificio Instituto Bíblico y el Centro para el Estudio del Cristianismo de la Universidad Hebrea de Jerusalén, conmemoran al cardenal Agustín Bea con una serie de conferencias, para marcar el quincuagésimo aniversario de su muerte. Tendrán así la oportunidad de valorar a esta figura excepcional, así como también su influencia decisiva en una serie de documentos importantes del Concilio Vaticano II. Los temas de la relación de la Iglesia con el judaísmo, la unidad de los cristianos y la libertad de conciencia y de religión, siguen siendo significativos y extremadamente actuales».


Incluso quienes están familiarizados con el papel de Bea en el Concilio Vaticano II pueden no apreciar lo determinante que este fue en relación con casi todas las facetas de la actual crisis de la Iglesia.


Como se analiza más adelante, su influencia comenzó con Pío XII y se extiende hasta el Sínodo sobre la Sinodalidad, de Francisco. Si queremos entender realmente cómo hemos llegado a este punto, y adónde quieren llevarnos Francisco y sus colaboradores, debemos conocer la obra de Bea.


(Nota del editor: las referencias a Francisco en tiempo presente se deben a que este artículo fue originalmente publicado el 10 de octubre de 2023)



El Cardenal Agustín Bea fue confesor del Papa Pío XII, en los años previos al Concilio Vaticano II

Como lo relató el Padre Stjepan Schmidt, secretario del Cardenal Bea durante muchos años, en su libro, “Agustín Bea: Cardenal de la Unidad”, Pío XII necesitaba un confesor de lengua alemana: «Como tenía tres monjas alemanas que le cuidaban la casa, decidió llamar a un sacerdote de lengua alemana que pudiera actuar como confesor, tanto para las hermanas como para él». Los dos primeros confesores de lengua alemana de Pío XII habían muerto, por lo que Pío XII eligió al Padre Bea como confesor en 1945. A partir de ese momento, Bea ejerció una influencia significativa sobre Pío XII:


«A partir del momento en que lo eligió como confesor, el Papa empezó a pedirle consejo cada vez con mayor frecuencia. Quería poder discutir con el Cardenal Bea los graves problemas que le eran sometidos a consideración por parte del Santo Oficio. Por tanto, quiso que Bea se implicara plenamente como consultor [en el Santo Oficio] para que conociera a fondo estos asuntos, tanto a través del estudio personal como de la participación en las reuniones semanales regulares de ese departamento». (p. 144)



¿Pudo el Cardenal Bea haber influido en la postura del Papa Pío XII con respecto a la Santísima Virgen María?

Aunque no tenemos confirmación definitiva de la influencia del Padre Bea sobre Pío XII, el Padre Karl Stehlin especuló que Bea pudiera haber tenido algún impacto en las posturas del Papa respecto a la Santísima Virgen María:


«Alrededor del año 1952, Pío XII empezó a cambiar su posición respecto a Fátima y prácticamente no volvió a hablar de este grandioso milagro . . . En su encíclica Mystici Corporis de 1943, el Papa Pío XII presenta a Nuestra Señora como Corredentora, Nueva Eva y Mediadora de todas las gracias. Sin embargo, a partir de 1950 evita estos términos e insiste más en su poder de intercesión. Cabe agregar que el Padre Bea tenía ya una actitud muy “ecuménica” hacia los protestantes, y ciertamente quería agradarles. Quizá su influencia sobre el Papa pudo provocar este cambio de actitud». (P. Stehlin, El Gran Secreto de Fátima, Tomo III, p. 42)


Por supuesto, esto, como hecho aislado, no prueba que el Cardenal Bea hubiese tenido una influencia adversa en el papado de Pío XII. Es al examinar la implicación de Bea en tantos cambios destructivos para la Fe que comenzaron a tener lugar, que nos parece poco probable que Pío XII hubiese podido escapar a la influencia tóxica de este cardenal.



Bea jugó un papel fundamental en los significativos cambios litúrgicos que comenzaron a tener lugar antes del Concilio Vaticano II

Todos conocemos los desastrosos frutos de la reforma litúrgica que tuvo lugar tras el Concilio Vaticano II (la suplantación de la Santa Misa Tradicional y de los Sacramentos). No obstante, ya durante el papado de Pío XII se produjeron cambios litúrgicos significativos, incluyendo los tocantes a la Semana Santa. Como lo escribe el Padre Schmidt, Bea desempeñó un papel importante en dicho proceso:


«Aunque no era un 'liturgista profesional', tuvo la oportunidad de dar un impulso decisivo al inicio de la reforma litúrgica. Y esta fue una de las razones por las que Pío XII lo destinó a la 'Comisión de los Ocho' que se encargó de dicha reforma en los diez años anteriores al Concilio». (p. 216)


Como lo describió el tristemente célebre (y acusado de pertenecer a la Masonería) Annibale Bugnini, secretario de la «Comisión de los Ocho», la importancia de Bea para que se pudiera llevar a cabo la reforma litúrgica resultó, al menos en parte, de su relación con Pío XII:


«A medida que pasaba el tiempo, todo el mundo llegó a estar expectante y a acoger sus aportes, mediante los cuales hacía observaciones siempre pertinentes, sólidamente fundamentadas y muy prudentes. Sugería además orientaciones en las que muchos a menudo creían reconocer o al menos vislumbrar el pensamiento del Santo Padre Pío XII, de quien Bea era uno de los pocos que tenía acceso frecuente». (p. 146)


El P. Schmidt también proporcionó dos citas del liturgista alemán J. Wagner, que nos dan una apreciación más profunda del trabajo de Bea:


«Puedo suponer ciertamente que dos grandes servicios y por tanto méritos [del padre Bea] en lo que concierne a la renovación litúrgica son conocidos en círculos más amplios: su posición de liderazgo en la preparación de la nueva traducción latina del Salterio, que puso en marcha la reflexión sobre la reforma del Breviario, y luego su trabajo sobre la reforma de la Vigilia Pascual, la cual actuó como señal para la reforma litúrgica general». (p. 235)


«Fue un momento inolvidable para mí cuando [Bea], durante la discusión sobre el Ordo Missae y la necesidad de la reforma del Canon Romano, afirmó con total claridad y sin andarse con rodeos que la lengua vernácula también era necesaria en el contexto de la Plegaria Eucarística; y esto sucedió antes de que cualquiera se hubiera imaginado algo parecido». (p. 544)


Así pues, aunque otorguemos con toda razón a Bugnini la pérfida distinción de haber causado el mayor daño a la Liturgia (porque lideró la “confección” de la misa moderna con el propósito de acabar con la Santa Misa Tradicional), parece ser que Bea fue un cómplice muy capaz, y quizá incluso esencial.



Bea persuadió al Papa Pío XII para acortar la duración del Ayuno Eucarístico

El Padre Schmidt también señaló el papel de Bea en persuadir a Pío XII para que permitiera la Misa vespertina y acortase la duración del Ayuno Eucarístico. En relación con este último cambio, podemos ver la habilidad de Bea para subvertir la tradición antigua:


«[Bea] dijo que, en vista del hecho de que se trataba de un cambio radical en una tradición muy antigua, debían moverse con mucha cautela y examinar los resultados prácticos antes de dar nuevos pasos. Sin embargo, inmediatamente después se refirió a tales pasos ulteriores: “Lo principal es el hecho de que la piedra ha rodado; todo lo demás es simplemente una cuestión de tiempo. Debemos orar fervientemente para que el desarrollo de lo que sigue no se demore demasiado”». (p. 221)


Dicha habilidad permitiría más tarde a Bea convertirse en una de las figuras más nefastas del Concilio Vaticano II y en el causante de gran parte de la crisis que vivimos hoy en día.



Bea se opuso veladamente a la encíclica Humani Generis (de Pío XII, sobre los ataques contra los fundamentos de la Doctrina católica por parte de los enemigos de la Iglesia, sintetizados en la herejía del Modernismo)


El último tema a considerar en relación con el Papa Pío XII es su importante encíclica, Humani Generis, del año 1950, sobre los gravísimos errores que amenazaban a la doctrina católica. Como lo describió el P. Schmidt, Bea hizo lo que estuvo a su alcance para “ayudar a otros a desestimar lo «negativo» de la encíclica”:


«Un compañero jesuita confiesa su amargura por el hecho de que 'algún censor romano' de la orden sea hostil a la publicación de ciertos trabajos. Bea le contesta con una larga carta, diciendo que no se trata de hostilidad o de mala voluntad, sino del hecho de que “todavía estamos bajo la sombra de la encíclica Humani Generis, y como la orden ha sufrido considerablemente sus efectos, los superiores - y por consiguiente también los censores - deben ser doblemente prudentes y cautelosos». (pp. 256-257)


Evidentemente, Bea comprendió que no podía desafiar abiertamente a Pío XII. Como lo expresó, el mejor camino era proceder con cautela, con la esperanza de no permanecer mucho tiempo “bajo la sombra” de Humani Generis.



Tras la muerte de Pío XII (en 1958), Bea se dedicó abiertamente a promover la herejía del falso ecumenismo, denunciada por Pío XII en su encíclica Humani Generis

Nota del editor: el falso ecumenismo consiste en promover la “unión de las diferentes creencias religiosas” pero sin pretender convertirlas a la Fe enseñada por Nuestro Señor Jesucristo y transmitida fielmente a través de los siglos por la Iglesia que Él fundó.


Con la muerte de Pío XII, la «sombra» de Humani Generis desapareció y Bea comenzó en firme su verdadero trabajo en torno a la «unidad de los cristianos». Como lo describió el P. Schmidt, la posición de Bea en el Santo Oficio desempeñó un papel importante en este trabajo:


«En cuanto al contexto general en el que Bea abordó la cuestión de la unidad de los cristianos, debemos comenzar con una observación que sorprenderá a más de un lector: el contexto inmediato que condujo a la implicación cada vez más estrecha de Bea fue, de hecho, su trabajo en el Santo Oficio... en aquella época (es decir, antes de la creación de la Secretaría para la Unidad de los Cristianos), el departamento vaticano tenía autoridad exclusiva en todas las cuestiones relativas a cristianos no católicos ('herejes' o 'cismáticos', como se les llamaba entonces). Las relaciones y contactos de Bea, tanto oficiales como extraoficiales, con los hermanos de otras iglesias o comunidades eclesiales se debían, pues, a su cargo de consultor de esta congregación». (p. 237)


El P. Schmidt también señaló la forma en que la implicación de Bea con el Santo Oficio coincidió con un cambio en el enfoque acerca del ecumenismo:


«Fue durante los primeros meses de trabajo de Bea en el Santo Oficio cuando este publicó su primer documento favorable, en relación con el movimiento ecuménico. Dicho documento fue escrito en forma de instrucción y publicado en diciembre de 1949. Cabe resaltar que apenas un año antes, con vistas a la primera (y constituyente) asamblea del Consejo Mundial de Iglesias en Ámsterdam, el mismo departamento vaticano había emitido una «advertencia» tajante y decididamente negativa, según la cual los católicos que desearan asistir a tales “reuniones ecuménicas” debían contar con la autorización explícita de la Santa Sede; e incluso, en el caso de que obtuvieran tal permiso, tales católicos solo podrían asistir bajo la apariencia neutral de «periodistas». La nueva instrucción de Bea, en cambio, reconocía que el movimiento ecuménico había nacido bajo la inspiración del Espíritu Santo . . .» (pp. 237-238)


El P. Schmidt admitió que no tenía pruebas directas de que Bea hubiese sido el artífice del cambio de postura del Santo Oficio sobre el ecumenismo. Sin embargo, se puede decir que el involucramiento de Bea en el Santo Oficio acerca de este tema, le permitió comprender mucho mejor los obstáculos a los que se enfrentaría al intentar cambiar los puntos de vista de la Iglesia sobre la unidad de los cristianos.



Por iniciativa de Bea, Juan XXIII (el sucesor de Pío XII) creó el Secretariado para la Promoción de la Unidad de los cristianos, el cual jugó un papel fundamental en promover la herejía del falso ecumenismo al interior del Concilio Vaticano II

Por iniciativa de Bea, Juan XXIII (el sucesor de Pío XII a partir de 1958) creó el Secretariado para la Promoción de la Unidad de los cristianos y nombró a Bea su presidente. En el quincuagésimo aniversario de la muerte de Bea, una de las conferencias que hizo memoria de su vida destacó la gran importancia de este rol:


«(Bea) no solo fue miembro de la comisión preparatoria central, sino que también ejerció una influencia significativa a través del Secretariado para la Unidad de los Cristianos en la creación de importantes documentos conciliares, como la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación, 'Dei verbum', el Decreto sobre el Ecumenismo 'Unitatis redintegratio', la Declaración sobre la Relación de la Iglesia con las Religiones no Cristianas, 'Nostra aetate' y la Declaración sobre la Libertad Religiosa, 'Dignitatis humanae'».


Dado que Juan XXIII presentó la Unidad de los Cristianos como el objetivo primordial del Concilio Vaticano II, Bea fue innegablemente una de las figuras más importantes del Concilio.



Entonces, el Sínodo sobre la Sinodalidad de Francisco tiene sus raíces en el Concilio Vaticano II y en la prominente influencia que tuvo el Cardenal Bea, en particular en cuanto a implantar en la Iglesia la herejía del falso ecumenismo

Como cada vez más fieles católicos se han dado cuenta, los males que vemos ahora, provenientes del Sínodo sobre la Sinodalidad, de Francisco, tienen sus raíces en el Concilio Vaticano II. A este respecto, el P. Schmidt enumeró cuatro áreas del enfoque eclesiológico de Bea, tres de las cuales son piedras angulares de la Iglesia Sinodal de Francisco:


«Desde el comienzo de los trabajos preparatorios (del Concilio), el Secretariado (para la promoción de la Unidad de los cristianos) había incluido en su programa diversos temas eclesiológicos:


1.       La pertenencia a la Iglesia por parte de los bautizados no católicos

2.       La estructura jerárquica de la Iglesia

3.       El sacerdocio común de los fieles y la posición de los laicos en la Iglesia

4.       El espinoso tema de los matrimonios mixtos.» (p. 364)


En lo que respecta al Sínodo sobre la Sinodalidad, este no parece haberse centrado en los matrimonios mixtos. Sin embargo, los otros tres ámbitos (la pertenencia a la Iglesia de los no católicos, la estructura jerárquica de la Iglesia y el sacerdocio común de los laicos) son elementos fundamentales de la Iglesia sinodal de Francisco.


Además, el Cardenal Bea también ayudó a impulsar en ese entonces la introducción del concepto de «Pueblo de Dios», el cual ocupa hoy en día un lugar destacado en los documentos del sínodo de Francisco:


«Empecemos por el concepto de “Pueblo de Dios”. Refiriéndose a los dos primeros capítulos del proyecto de constitución sobre la Iglesia presentado por la Comisión Doctrinal (bajo la dirección del cardenal Ottaviani), el presidente del Secretariado comenzó subrayando que el tema era de la mayor importancia para todos los bautizados. . . [Bea observó que] 'es el pueblo mismo (y cada miembro del pueblo, según su propia posición y vocación) el que como tal, como “pueblo de Dios”, ha recibido las promesas; es al “pueblo de Dios” al que se le ha confiado la tarea de dar testimonio del Evangelio; es al “pueblo de Dios” al que le corresponde la tarea de consagrar el mundo'». (pp. 364-365)


Es difícil enfatizar la importancia de este concepto de “Pueblo de Dios”: si la Iglesia sinodal de Francisco está realmente compuesta por todas las personas bautizadas, la mayoría de las cuales se oponen activamente al catolicismo (pertenecen a diferentes denominaciones cristianas), entonces no debería sorprendernos en absoluto que Francisco quiera que la Iglesia sinodal esté abierta a asuntos como la bendición del matrimonio entre personas del mismo sexo, la Comunión para todas las personas o cualquier otra cosa que vemos al interior de las denominaciones protestantes.


Debemos comprender además que Bea subrayó el hecho de que cambiar los temas disciplinarios de la Iglesia para acomodar a los no católicos era una forma en la que la Iglesia debía “manifestar su amor por otros cristianos”:


“Una expresión particular de la «actitud amorosa del Concilio» será su enfoque en relación con lo que se denomina «cuestiones disciplinarias», es decir, cuestiones relativas al Derecho Canónico, la Liturgia y diversas formas de piedad». A este respecto, el cardenal observa: 'Tampoco se olvidará en el Concilio que todas estas cuestiones de lengua, rito, canto eclesiástico y cosas semejantes son cuestiones marginales y no deben constituir un escollo en el que naufrague la gran causa de la unidad'». (p. 405)


Esta misma mentalidad es la que anima el Sínodo sobre la Sinodalidad, con Francisco y sus colaboradores dispuestos a cambiar las «cuestiones disciplinarias» para acomodar a los no católicos, todo en nombre de la “inclusividad”.



Juan XXIII y el Cardenal Bea extendieron desde antes del Concilio el concepto de “unión de la Iglesia”, para incluir a los judíos

Hasta ahora hemos visto cómo Juan XXIII y Bea centraron los esfuerzos del Concilio Vaticano II en hacer lo que fuese necesario para unir a todos los cristianos. Desde esa perspectiva, la descripción que hace el P. Schmidt del papel que Bea jugó en el fomento de las relaciones con el pueblo judío puede resultar sorprendente:


«Apenas se acababa de crear el Secretariado (para la Promoción de la Unidad de los cristianos) y nombrar a su presidente, cuando ya se estaba preparando otro importante campo de acción: el de las relaciones con el pueblo judío. La imagen bíblica del Grano de Mostaza puede aplicarse muy acertadamente al nacimiento de este frente de actividad. Al comienzo de semejante empresa histórica, no había ni grandes organizaciones ni movimientos de masas, sino tan solo tres ancianos: Jules Isaac, el Papa Juan XXIII y el Cardenal Bea». (p. 332)


Podemos evaluar los frutos de la labor de Bea en este sentido, si nos limitamos a considerar la descripción asociada con el «Centro Cardenal Bea de Estudios Judaicos»:


«El Centro Cardenal Bea de la Universidad Gregoriana (el cual ha tomado su nombre e inspiración de la visión clarividente del jesuita Agustín Bea, principal artífice de la Declaración Nostra Aetate), promueve el conocimiento del judaísmo y su aspecto teológico partiendo tanto de una perspectiva judía como cristiana. Esto tiene lugar a través de la enseñanza, la investigación y el intercambio académico entre cristianos y judíos, con el fin de fomentar relaciones que produzcan un enriquecimiento mutuo».


Según el Padre Schmidt, el trabajo de Bea sobre las relaciones con los judíos implicaba no solo eliminar las sugerencias de culpabilidad judía en relación con la muerte de Nuestro Señor, sino también subrayar los horrores del Holocausto.



Más aún, el Sínodo sobre la Sinodalidad se inspiró en el concepto de “unidad completa”, emanado de la idea del Cardenal Bea de “unir a toda la humanidad” sin necesidad de convertirla a la Fe católica

Nota del editor: desde el primer momento en que Bea comenzó a promover abiertamente el concepto de “unir a toda la humanidad”, tal concepto nunca contempló la “conversión de la humanidad” al catolicismo. Esto es una herejía inconmensurable ya que es contrario a la Misión de la Iglesia dada por Nuestro Señor mismo. Sin embargo, tal concepto herético quedó plasmado en los documentos del Concilio Vaticano II y ha sido implementado por todos los Papas, desde Juan XXIII hasta nuestros días.


Quienes hayan seguido el Sínodo sobre la Sinodalidad habrán notado que una serie de declaraciones se refieren a la unión de toda la humanidad y no simplemente de todos los cristianos. De hecho, el Instrumentum Laboris del Sínodo cita la Constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II para sugerir que la Iglesia se define a sí misma en términos de unir a toda la humanidad:


«En una Iglesia que se define a sí misma como signo e instrumento de la unión con Dios y de la unidad de toda la humanidad (cf. LG 1), el discurso sobre la misión se centra en la lucidez del signo y la eficacia del instrumento, sin los cuales cualquier anuncio carece de credibilidad».


El P. Schmidt citó al cardenal Johannes Willebrands sobre cómo el Cardenal Bea vislumbraba lo anterior, como parte de su visión global del ecumenismo:


«Incluso en su trabajo ecuménico, el Cardenal Bea no tenía en mente solo a los cristianos, sino a toda la humanidad. Insistió incansablemente en el hecho de que la unidad de los cristianos no era un fin en sí misma, sino que estaba al servicio del género humano». (p. 572)



El Cardenal Bea promovió desde antes del Concilio su visión herética de “unir a toda la humanidad” pero sin pretender convertirla a la Fe, desconociendo así la Misión encomendada a la Iglesia por el mismo Dios Nuestro Señor

Nota del editor: dicha Misión está plasmada en los Evangelios. El mismo Nuestro Señor, justo antes de Su Ascensión le dijo a Sus discípulos: San Mateo 28:18-20, “Id pues y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a conservar todo cuanto os he mandado”.


Para que no considerásemos este deseo de unir a toda la humanidad como puramente aspiracional, podemos analizar la forma en que Bea describió el «deber» de la Iglesia de apreciar los asuntos «moralmente honestos y sanos» de las falsas religiones, en lugar de intentar convertir a quienes pertenecen a ellas:


«Dado que, en el curso normal de las cosas, la conversión de los no cristianos es una tarea muy difícil, lenta y que a menudo concierne a un número relativamente reducido de conversos, se deduce que, de hecho, para muchas personas (en la práctica, para la mayoría) la única vía de Salvación es la de vivir de buena fe según la religión que han heredado de sus padres y seguir el código moral que conocen. Por eso, si la Iglesia quiere ayudarles (como es su deber), en razón de su misión de ser la Salvación de todos los hombres (sobre la base de posibilidades reales), el trabajo que ella realice a través del nuevo Secretariado (para la Promoción de la Unidad de los cristianos) se concentrará en la confirmación de lo que es naturalmente bueno, verdadero y moralmente honesto y sano en las religiones y en la vida práctica de esos no cristianos.» (p. 607)


Traducción de las palabras de Bea: es demasiado difícil convertir a las personas al catolicismo; por tal razón debemos en cambio enseñarles por qué es tan bueno (conveniente) para ellos mantener sus falsas religiones.


Todas estas ideas son un sofisma blasfemo, y sin embargo vemos tantos reflejos de ello en Francisco y su Sínodo.



IMPORTANTE: Debemos comprender que la herejía de la “hermandad universal” es masónica. Equivale a decir: “Jesucristo no es Dios, por lo cual todas las religiones están al mismo nivel”. El arzobispo Marcel Lefebvre lo tenía claro

Si queremos encontrar el denominador común en todo esto, vale la pena considerar el punto que Michael Matt hizo recientemente: el enfoque del Sínodo sobre la Sinodalidad en la hermandad de todos los hombres es masónico.


Asombrosamente, esto nos recuerda las palabras del arzobispo Marcel Lefebvre acerca del Cardenal Bea en su escrito, “Le han quitado la corona”:


«'Masones, ¿qué queréis? ¿Qué nos pedís? Tal es la pregunta que el Cardenal Bea fue a hacer a la B'nai B'rith antes de comenzar el Concilio. La entrevista fue anunciada por todos los periódicos de Nueva York, ciudad donde tuvo lugar. Y los francmasones respondieron que lo que querían era «libertad religiosa», es decir, que todas las religiones estuvieran en pie de igualdad. La Iglesia ya no debe ser llamada la única religión verdadera, el único camino de salvación, la única aceptada por el Estado.» (p. 214)



Hoy estamos viendo el cumplimiento de la obra demoledora de Bea y el sueño francmasónico, demoníaco, de pretender destronar a Cristo como el Único Hijo de Dios

Nota del editor: todos los Papas, sin excepción, después de Juan XXIII, han promovido la herejía de la “hermandad universal” (el también llamado falso ecumenismo).


Sabemos que Dios aplastará a estos enemigos de la Iglesia que están liderando el Sínodo sobre la Sinodalidad, pero queda por ver cuánto daño más pueden infligir al Cuerpo Místico de Cristo.


¡Que Dios recompense a los fieles pastores que luchan contra la maldad sinodal, y pronto dé a la Iglesia muchos otros pastores que se unan a sus filas!


Nuestra Señora, Reina del Santísimo Rosario, ruega por nosotros.




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