En Defensa de la Fe


El daño causado por Francisco fue consecuencia directa de las atrocidades del Concilio Vaticano II

Francisco fue un hijo fiel de la revolución del Vaticano II. Si consiguió salvar su alma, seguro que estará rezando para que aprendamos la lección más importante de lo que fue su toma hostil del papado: todo el daño que él causó, estaba directamente relacionado con los cambios implementados a partir del Concilio.



El principal opositor a la revolución del Vaticano II, el arzobispo Marcel Lefebvre, había sido censurado por Pablo VI y excomulgado por Juan Pablo II, dos hombres canonizados por Francisco. Y los católicos conservadores que deberían haberse opuesto a la revolución del Concilio Vaticano II dirigieron y han dirigido su energía a apoyar las innovaciones del Concilio y a declararse en contra de cualquiera que se haya puesto del lado del arzobispo Marcel Lefebvre.



Francisco y los obispos se atrevieron a "rezarle" a la "diosa de la fertilidad", la Pachamama, dentro de la iglesia en el mismo VaticanoFrancisco y los obispos se atrevieron a "rezarle" a la "diosa de la fertilidad", la Pachamama, dentro de la iglesia en el mismo Vaticano




(nota: esta página está basada en la traducción libre del artículo de Robert Morrison en The Remnant, titulado, “Francisco fue un hijo fiel de la revolución del Vaticano II”)



La mala influencia sobre Francisco comenzó desde Juan XXIII, pasó por Pablo VI, Juan Pablo II y terminó con Benedicto XVI

Jorge Mario Bergoglio fue ordenado sacerdote el 19 de diciembre de 1969, cuatro años después de la clausura del Concilio Vaticano II. Sus predecesores inmediatos, Juan Pablo II y Benedicto XVI, habían jugado un papel influyente bajo el cargo de “expertos” en el Concilio. Por otra parte, Francisco fue el primer aspirante a Papa que se formó como sacerdote durante la época de cambio revolucionario que había iniciado el Concilio Vaticano II.


Aunque esto lo no exime de la responsabilidad por sus acciones, nos debería ayudar a formar nuestro criterio acerca del papel de Francisco en la historia de la Iglesia y a aprender las lecciones que Dios quiere que aprendamos acerca de los daños que causó.



El daño causado por el Concilio Vaticano II sobre las almas de millones y millones de católicos es de proporciones catastróficas

En su libro, ¿Es la misma Iglesia?, sobre las secuelas que dejó el Concilio, publicado en 1968, Frank Sheed presentó el tema describiendo el modo en que el mundo católico cambió tras el Concilio:


«Mi opinión es que todos los cambios introducidos por el Papa Juan XXIII fueron posibles gracias a los cuarenta años que le precedieron. Pero con qué rapidez y furia se han producido. Imaginemos lo que pensaría un católico que, luego de quedar varado en una isla desierta a consecuencia de un naufragio en 1957, acabase de volver a su tierra. Sus amigos católicos lo invitan a sus casas. En todas ellas encuentra que la conversación lo desborda por completo. Dicha conversación, a veces acalorada, gira en torno de dos palabras que no significan nada para él: Ecumenismo y píldora». (p. xi)


Sheed se refería, por supuesto, a los debates entre católicos acerca de la anticoncepción (la cual se convertiría en el tema de la encíclica Humanae Vitae de Pablo VI) y del falso ecumenismo que promovió el Concilio Vaticano II.


Sheed prosiguió en su ejercicio de imaginación:


«Para el recién regresado a casa, las semanas siguientes están llenas de sobresaltos. Le cuesta acostumbrarse al sacerdote de cara a los fieles, y mucho más a la misa en inglés. Recuerda discusiones que había tenido antaño con protestantes en las que su argumento había sido el uso del latín como prueba de la catolicidad de la Iglesia - 'un mismo idioma en todo el mundo' ... Se mire por donde se le mire, el mundo católico que él conocía parece haber dado un vuelco, y de forma súbita: al fin y al cabo, solo había estado alejado de la civilización durante diez años. Se entera de curas que se casan y de otros curas que celebran tales matrimonios. Se entera de monjas que participan en protestas políticas, otras que se unen a manifestaciones de afrodescendientes y comunistas en Alabama, de seminaristas que arman protestas contra cardenales, que rehúsan ir a la Misa diaria y que declaran al Papa incompetente para el cargo». (pp. xi-xii)


Lo anterior es lo que precisamente Jorge Mario Bergoglio experimentó durante su formación como sacerdote. No se trataba simplemente de nuevas creencias, prácticas y disciplinas: a su alrededor, el mundo católico era inestable y lo único cierto fue el alejamiento radical de lo que había sido la norma a los ojos de la mayoría de los católicos antes del Concilio.


En otra parte del libro «¿Es la misma Iglesia?», Sheed enumera diez asuntos que cambiaría si fuese Papa:


«(1) La elección del Papa por parte de los Cardenales;


(2) El nombramiento de todos los obispos desde Roma;


(3) El celibato del clero;


(4) La obligatoriedad de la Misa dominical;


(5) Los seminarios diocesanos;


(6) La comunión en una sola especie;


(7) La custodia del Santísimo Sacramento;


(8) El matrimonio en presencia del sacerdote;


(9) Los ornamentos, las vestimentas especiales del clero, los diferentes títulos e insignias;


(10) La censura, el Índice, los Imprimaturs, etc.». (p. 9)


En la actualidad, Sheed sigue siendo muy respetado en los círculos católicos tradicionales, y sus libros permanecen en las librerías católicas tradicionales y en los catálogos en línea. Sin embargo, como podemos ver, la lista que compiló cuando Bergoglio era todavía seminarista incluyó algunos puntos que la mayoría de los católicos tradicionales considerarían como cambios inadmisibles. Es por ello que no debería sorprendernos que un sacerdote formado durante aquella época abrazara de todo corazón el “espíritu revolucionario” que Sheed adoptó claramente tras el Concilio.



Juan XXIII introdujo como “expertos” del Concilio a aquellos que Pío XII había denunciado por herejía. En época reciente, Benedicto XVI y Francisco alabaron por ejemplo lo “inspirador” que fue uno de estos "expertos": Yves Congar

Como otro marco de referencia, podemos considerar a Yves Congar, uno de los expertos más importantes del Concilio Vaticano II. En su discurso de despedida al clero de Roma, Benedicto XVI incluyó a Congar entre las «grandes figuras» del Vaticano II:


«Y esto prosiguió durante todo el Concilio: encuentros a pequeña escala con colegas de otros países. Así llegué a conocer a grandes figuras como el Padre de Lubac, Daniélou, Congar, etc.».


Por eso Benedicto XVI habló bien de Congar, quien había sido nombrado cardenal por Juan Pablo II. Pero Congar comprendía muy bien el espíritu revolucionario del Vaticano II porque había contribuido a encenderlo:


«Por la franqueza y la apertura de sus debates, el Concilio ha puesto fin a lo que puede calificarse como “inflexibilidad del sistema”. Por «sistema» entendemos un conjunto coherente de enseñanzas codificadas, reglas de procedimiento casuísticamente especificadas, una organización detallada y muy jerárquica, medios de control y vigilancia, rúbricas que regulan el culto: todo ello es el legado de la Escolástica, la Contrarreforma y la Restauración católica del siglo XIX, sometido a una eficaz disciplina romana. Cabe recordar que Pío XII supuestamente había dicho: 'Seré el último Papa que mantenga todo esto'». (Congar, Desafío a la Iglesia: el caso del arzobispo Lefebvre, pp. 51-52)


En otras palabras, el Vaticano II no solo produjo determinados cambios reconocibles en la creencia y la práctica, sino que también fomentó un entorno en el que casi todo lo demás estaba sujeto a cambios. No debería sorprender, por tanto, que Francisco citara a Congar como inspiración para el proyecto más revolucionario de su toma hostil del papado, el Sínodo sobre la Sinodalidad:


“El Espíritu Santo nos guía hacia donde Dios quiere que estemos, no hacia donde nos llevarían nuestras propias ideas y gustos personales. El Padre Congar, de bendita memoria, dijo una vez: «No hay necesidad de crear otra Iglesia, sino de crear una Iglesia diferente» (Verdadera y falsa reforma en la Iglesia). Ese es el reto.  Para una 'Iglesia diferente', una Iglesia abierta a la novedad que Dios quiere sugerir, invoquemos con mayor fervor y frecuencia al Espíritu Santo y escuchémosle humildemente, caminando juntos como Él (que es fuente de comunión y misión) así lo desea: con docilidad y valentía»”.


Congar había sido sospechoso de herejía durante el pontificado de Pío XII y, por lo mismo, nunca se le ha debido permitido desempeñar un papel fundamental en el Concilio Vaticano II. Fue un insulto al Espíritu Santo que Juan XXIII nombrara a Congar (al igual que a Karl Rahner, Hans Kung, etc.) como “experto” en el Concilio. Las ideas tienen consecuencias: una vez que se rompe con la Tradición y se apoya un cambio radical en la Iglesia, se reducen los límites a la cantidad de destrucción que puede ocurrir.



El arzobispo Marcel Lefebvre, el principal opositor a las atrocidades del Concilio, fue censurado por Pablo VI y excomulgado por Juan Pablo II

¿Quién debía convencer a Francisco de que Congar y los demás revolucionarios del Concilio Vaticano II estaban equivocados? El principal opositor a la revolución del Vaticano II, el arzobispo Marcel Lefebvre, había sido censurado por Pablo VI y excomulgado por Juan Pablo II, dos hombres canonizados por Francisco. Y los católicos conservadores que deberían haberse opuesto a la revolución del Concilio Vaticano II dirigieron y han dirigido su energía a apoyar las innovaciones del Concilio y a declararse en contra de cualquiera que se haya puesto del lado del arzobispo Marcel Lefebvre.


Francisco fue un hijo fiel de la revolución del Vaticano II. Si consiguió salvar su alma, seguro que estará rezando para que aprendamos la lección más importante de lo que fue su toma hostil del papado: todo el daño que él causó, estaba directamente relacionado con los cambios implementados a partir del Concilio. Sin embargo, independientemente de si Francisco salvó su alma o no, parece evidente que Dios quiere que abandonemos las ideas anticatólicas que han plagado la Iglesia desde el Concilio. Si nos negamos a hacerlo, entonces merecemos que el próximo aspirante al papado sea aún más anticatólico que Francisco. Que Dios se apiade de él y de nosotros.


Corazón Inmaculado de María, ruega por nosotros.





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