La gravedad del actual Sínodo de la Sinodalidad es de proporciones catastróficas. Este pretende ser el catalizador de la transformación de la Iglesia en una que esté vaciada del Depósito de la Fe. Recordemos que dicho Depósito había sido confiado a Pedro y los Apóstoles por Nuestro Señor Jesucristo mismo, y protegido durante cientos de años por los Papas y obispos, hasta que llega el Concilio Vaticano II en 1962.
Es entonces cuando se consuma el ataque del Modernismo, se infiltran las ideas protestantizantes, se instaura la misma moderna en 1969 (y por consiguiente se inician los ataques a la Misa Tradicional, para acabarla) y se empiezan a desmoronar las columnas de la Fe, todo ello con la aquiescencia de Pablo VI y de los Papas posteriores.
Este es en síntesis el panorama que analiza el artículo a continuación, del cual presentamos su traducción libre.
Escrito por Robert Morrison | Columnista de Remnant
Los Papas Benedicto XV y Pío XII alabaron las obras del Beato Dom Columba Marmion (1858-1923) por su santidad y sabiduría. Pocos escritores de los últimos 100 años han ofrecido algo de tanto provecho espiritual como los libros de este Abad de la Abadía de Maredsous.
Su libro “Cristo: El ideal del monje” (1922) no es una excepción (su gran amor a Dios y a la Fe brilla en cada página); pero es la descripción que hace de las diferencias entre católicos y protestantes lo que merece especial atención en relación con la actual crisis de la Iglesia.
Su santa sabiduría nos muestra por qué nunca podremos aceptar el “espíritu del Vaticano II” y por qué debemos oponernos enérgicamente al Sínodo de Francisco sobre la Sinodalidad.
Dom Marmion comienza con una simple declaración que expone la "esencia del catolicismo":
«La Iglesia está investida de la autoridad de Jesucristo; habla y ordena en nombre de Nuestro Señor. La esencia del catolicismo consiste en la sumisión de la inteligencia a la autoridad de Cristo ejercida por la Iglesia».
Por otra parte, si bien debemos someternos a lo que la Iglesia enseña, tal sumisión depende menos del gusto que tengamos por sus enseñanzas particulares que de nuestra determinación a creer por la Fe que Jesús otorgó a la Iglesia la autoridad para hablar y mandar en Su Nombre.
Tal como lo explicó Dom Marmion, la diferencia crucial entre católicos y protestantes se refiere a esta actitud de obediencia a la Iglesia más que a la aceptación de un conjunto de creencias:
«En esto radica la diferencia entre protestantes y católicos. Esta diferencia, en efecto, no se mide por el mayor o menor número de verdades reveladas que sean aceptadas por unos u otros; algunos protestantes aceptan incluso casi todos nuestros dogmas y sin embargo siguen siendo protestantes hasta la médula de los huesos. La diferencia es mucho más profunda y radical. En la práctica tal diferencia radica en la actitud de sujeción, de obediencia del intelecto y de la voluntad respecto a la autoridad viva de la Iglesia, la cual enseña y gobierna en nombre de Cristo, Hijo de Dios».
Todo esto es sin lugar a dudas cierto y nos ayuda a comprender mejor la grave crisis actual de la Iglesia. A pesar de los esfuerzos perniciosos de personas como Francisco, la misión de la Iglesia seguirá siendo enseñar la Fe Católica (tal y como Nuestro Señor mismo la enseñó). Sin embargo, las verdades de la Fe son cada vez más rechazadas por la mayoría de los católicos de nombre. Dichos católicos (incluido Francisco y casi toda la jerarquía eclesiástica) no solo han rechazado la enseñanza católica pura, sino que también han abandonado la actitud de obediencia a lo que la Iglesia enseña. Por lo tanto, la descripción de Dom Marmion sobre lo que significa ser católico ya no aplica a estos de nombre; su religión en cambio se asemeja a la de los protestantes:
«El protestante admite tal o cual verdad porque la descubre (o se imagina que lo hace) gracias a sus luces particulares. Reclamando el derecho de interpretación privada y leyendo la Biblia según su sola razón, toma o deja lo que quiere: cada uno entonces, conservando su facultad de escoger, se convierte a sí mismo en soberano pontífice. El protestante admite, el católico cree. En cuanto la Iglesia habla, el católico se somete en toda obediencia como a Cristo mismo».
Es un hecho que muchos de los llamados católicos de hoy ni "admiten" ni "creen" las verdades de la Fe: las "rechazan"; y, sin embargo, se llaman a sí mismos católicos, como si tal identificación tuviese algún efecto de “talismán” que les permitiese salvar sus almas independientemente de lo que crean y hagan.
Pero, como muy bien lo explica Dom Marmion, la Biblia ofrece una ilustración cada vez más clara y relevante acerca del hecho de que rechazar las enseñanzas de Cristo es rechazar la salvación que Él ofrece:
«Recordemos la escena del Evangelio descrita por San Juan en su capítulo 6º (Juan 6, 51 y ss). Jesús habla a la muchedumbre que había alimentado milagrosamente el día anterior. Les anuncia el Pan eucarístico: (Ego sum panis vivus) "Yo soy el Pan vivo bajado del cielo. Si alguno come de este Pan, vivirá para siempre". Ante estas palabras, sus oyentes se dividen en dos grupos.
El primero comienza a razonar como lo harían hoy los protestantes: ¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne? Sin embargo, ¿qué hace Jesús ante tal forma de pensar? ¿Da alguna explicación? No; se contenta con afirmar lo que acaba de decir con más insistencia. “(Amen, amen, dico vobis). Amén, amén os digo: Si no coméis la Carne del Hijo del Hombre y bebéis su Sangre, no tendréis vida en vosotros”. Entonces, los del primer grupo, no encontrando 'razonables' las palabras de Jesús (Durus est hic sermo et quis potest eum audire), lo abandonan (Jam non cum illo ambulabant).
Pero hay otro grupo formado por los Apóstoles y discípulos. Ante las mismas circunstancias, ¿cuál es su actitud? ¿Tienen una mejor comprensión que el primer grupo? No; pero gracias a su fe en la palabra de Cristo, permanecen con Él, siguiendo sus pasos en todo (Domine, ad quem ibimus? Verba vitae aeternae habes)».
Jesús no intentó explicar o matizar su anuncio sobre la Eucaristía cuando vio que algunos oyentes lo rechazaban, sino que afirmó lo que había dicho y les dejó decidir por sí mismos si continuaban siguiéndole. Al rechazar sus enseñanzas, se ganaron la sentencia que había proclamado: "Si no coméis la Carne del Hijo del Hombre y bebéis su Sangre, no tendréis vida en vosotros".
¿Cómo puede ser que la mayoría de los que hoy en día se identifican en apariencia como católicos ya no crean en la Presencia Real de Nuestro Señor, siendo que la Iglesia ha enseñado claramente (al menos hasta antes del Concilio Vaticano II) que Jesús quiso decir lo que dijo, sin ambigüedades?
Como lo describió la "Intervención Ottaviani" de 1969, las diversas maneras en que el Novus Ordo Missae (la misa moderna, instaurada en 1969) se aparta de la Misa Tridentina (la Misa Tradicional), sirven para que se repudie la creencia en la Presencia Real de Nuestro Señor en la Eucaristía:
"Todas estas cosas solo sirven para enfatizar cuán escandalosamente se repudia implícitamente la fe en el dogma de la Presencia Real".
Tal vez un escéptico podría haber dudado de la anterior conclusión en 1969; sin embargo, hoy en día no podemos negarla, siendo que sus frutos se han hecho tan evidentes. La Iglesia siempre enseñó que Nuestro Señor está verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento, más sin embargo el Novus Ordo Missae (la misa moderna) lo hace supremamente difícil de creer.
Una vez que uno rechaza conscientemente así sea una sola enseñanza de la Iglesia, ha adoptado el enfoque protestante del cristianismo y ha dejado de creer como católico.
Aparte de los católicos tradicionales, parece que la gran mayoría de las almas que se identifican como católicas rechazan al menos una enseñanza de la Iglesia, ya sea sobre anticoncepción, temas LGTBQ, la Presencia Real de Jesús en la Eucaristía o la necesidad de que las almas pertenezcan a la Iglesia (es decir, el falso ecumenismo o la relativización de la supremacía de la Iglesia como instituida por Dios mismo).
Pero Francisco y sus colaboradores globalistas no se conforman con que la gran mayoría de los católicos de nombre hayan abandonado la verdadera comprensión de la Fe. Por ello han ideado el Sínodo sobre la Sinodalidad.
El enfoque completo del Sínodo es cuestionar las enseñanzas de la Iglesia (los dogmas de Fe, las enseñanzas de Nuestro Señor) y ponerlas en consonancia con lo que "fieles" creen.
Más aún, a pesar de que el resultado final del Sínodo fuese una reafirmación total de la auténtica enseñanza católica, el proceso mismo del Sínodo hace que la religión católica se convierta desde una que "cree, porque la Iglesia siempre ha transmitido fielmente las enseñanzas de Cristo" en otra que "acepta, porque la Iglesia representa una colección de creencias que los fieles han acogido a la fecha". En resumidas cuentas, el Sínodo convierte el catolicismo en protestantismo.
Por esta y otras razones, es comprensible que muchos nos hayamos impacientado con los escándalos de Francisco. Pero parece que la mayor parte del daño ya está hecho en cuanto a la promoción de la protestantización de los católicos por parte de un buen número de pastores de la Iglesia y ello viene ocurriendo desde hace varias décadas.
Protestamos porque los católicos de solo nombre de hoy en día (como Nancy Pelosi, el presidente Biden, el Padre James Martin y otros) estructuran las tergiversaciones más malsanas y nauseabundas de la Fe.
Sin embargo, Pablo VI y Juan Pablo II fueron quienes institucionalizaron el modelo de “creer a la carta” (es decir, “esto sí, esto no”). El remedio a la crisis no consiste en limpiar el “menú de creencias a disposición” de los católicos, sino en volver a la verdadera Fe, aquella según la cual los católicos creen en todas las enseñanzas verdaderas de la Iglesia.
Como escribió Dom Marmion, este modo de pensar, decir y actuar es el que salva las almas:
«Tal es la actitud que procura la salvación: escuchar a Cristo, escuchar a la Iglesia, aceptar su doctrina y someterse a lo que ella dirige: quien la desprecia, desprecia a Cristo. Por eso los protestantes no pertenecen al rebaño de Cristo; estas ovejas se obedecen a sí mismas, siguen sus caprichos personales y no escuchan la voz del Pastor. Por eso Cristo no las reconoce (Non estis ex ovibus meis)».
No sería incorrecto ni injusto colocar "católicos de nombre" en reemplazo de "protestantes", aquí y en toda la explicación de Dom Marmion acerca de la diferencia entre católicos y protestantes. «Se obedecen a sí mismos, obedecen a sus caprichos personales».
Y, por supuesto, los infiltrados modernistas que han presionado para que se materialice la unidad de todas las religiones cristianas, aplauden el hecho de que muchos (quizás la mayoría) de los católicos del Novus Ordo (es decir, los católicos modernistas) se hayan convertido (incluso sin ser conscientes de ello) en "protestantes con Papa". Tal vez por esta razón, la versión abreviada de 2014 del libro de Dom Marmion, “Cristo: el ideal del monje”, ya no incluye esta reflexión acerca de la diferencia entre protestantes y católicos. Ha sido "actualizada y abreviada para el siglo XXI", un siglo de apostasía masiva.
Sin embargo, gracias a Dios, no tenemos que seguir a los falsos pastores. Tenemos los ejemplos de la Santísima Virgen María y de todos los santos; además, Dios nos dará la gracia de seguir su ejemplo mientras los falsos pastores llevan a los católicos protestantizados a la perdición. Que la Santísima Virgen María nos ayude a permanecer siempre fieles y obedientes a Su Hijo.
¡Corazón Inmaculado de María, ruega por nosotros!
(este es el enlace al artículo original)
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