En Defensa de la Fe


Casi todo tema repulsivo en Francisco tiene su raíz en Juan Pablo II

Los peores atropellos del Papa Francisco están en línea y son la continuación del trabajo de sus predecesores. El toque personal de Francisco es que ha sido mucho menos cauteloso y «prudente» que sus predecesores para llevar a cabo la revolución del Vaticano II. Hoy en día se hace obvio que la maleza que ahoga a la Iglesia fue plantada en el Concilio Vaticano II y fue alimentada por Juan Pablo II.



Mientras los católicos conservadores no reconozcan que la raíz de la crisis actual de la Iglesia Católica pasa por Benedicto XVI, Juan Pablo II y llega hasta el Concilio Vaticano II, las futuras generaciones de católicos estarán condenadas a permanecer en la oscuridad y, lo que es peor, a perder sus almas, asfixiadas por los errores anticatólicos propagados por Francisco desde Roma.



Mientras los católicos conservadores no reconozcan que la raíz de la crisis actual de la Iglesia Católica pasa por Benedicto XVI, Juan Pablo II y llega hasta el Concilio Vaticano II, las futuras generaciones de católicos estarán condenadas a permanecer en la oscuridad y, lo que es peor, a perder sus almas, asfixiadas por los errores anticatólicos propagados por Francisco desde Roma.

Mientras los católicos conservadores no reconozcan que la raíz de la crisis actual de la Iglesia Católica pasa por Benedicto XVI, Juan Pablo II y llega hasta el Concilio Vaticano II, las futuras generaciones de católicos estarán condenadas a permanecer en la oscuridad y, lo que es peor, a perder sus almas, asfixiadas por los errores anticatólicos propagados por Francisco desde Roma.




(nota: esta página está basada en una traducción libre del artículo de Robert Morrison en The Remnant, titulado, “Las raíces del legado anticatólico de Francisco se preservarán por la adulación a Juan Pablo II”)



Para pretender erradicar el pecado de nuestra vida debemos identificar sus raíces

Los peores atropellos del Papa Francisco están en línea y son la continuación del trabajo de sus predecesores. El toque personal de Francisco es que ha sido mucho menos cauteloso y «prudente» que sus predecesores para llevar a cabo la revolución del Vaticano II. Hoy en día se hace obvio que la maleza que ahoga a la Iglesia fue plantada en el Concilio Vaticano II y fue alimentada por Juan Pablo II.


«¡Santo Subito! Santo Subito!» (los gritos de “santidad ya” de los católicos tras la muerte de Juan Pablo II, que no se repetirán con Francisco).


En estas primeras semanas de la Cuaresma de 2025, es probable que muchos de nosotros hayamos oído o leído textos sagrados sobre la necesidad de arrancar las raíces del Pecado. En su obra clásica, “Combate espiritual”, Dom Lorenzo Scupoli (1530-1610) aportó la siguiente intuición sobre esta necesaria tarea:


«Mientras la raíz de esta mala hierba no sea arrancada, brotará de nuevo, y tu virtud perecerá. Con el tiempo, puedes llegar a descubrir que estás despojado de buenos hábitos y en continuo peligro de volver a caer en tus antiguos desórdenes. Nunca esperes adquirir una virtud sólida a menos que destruyas tus propios defectos particulares, realizando con frecuencia actos que se opongan directamente a tales defectos.»


Este proceso sería mucho más sencillo si no fuera por el hecho de que a menudo estamos muy apegados a las raíces del pecado y no podemos arrancarlas fácilmente. Sin embargo, si tenemos la determinación de erradicar los pecados, primero tendremos que identificar sus raíces.



Así mismo, para pretender erradicar los males que aquejan a la Iglesia debemos identificar sus raíces

Lo mismo podría decirse de los grandes males que afligen actualmente a la Iglesia católica. Si nos limitamos a atacar las manifestaciones superficiales de estos males, sin llegar a las verdaderas raíces, nuestros esfuerzos rara vez se traducirán en un progreso duradero.


Hoy en día, casi todos los católicos serios pueden identificar fácilmente muchas de las manifestaciones más prominentes de los males que afligen a la Iglesia, más sin embargo existe un desacuerdo generalizado y profundamente arraigado en relación con las raíces de dichos males.



Monseñor Lefebvre tenía la certeza de que el Concilio Vaticano II era la raíz de la crisis que comenzó a aquejar a la Iglesia

Muchos de los católicos que asistían a la Misa Tradicional en Latín antes del motu propio Summorum Pontificum de Benedicto XVI en 2007 estaban de acuerdo, al menos en términos generales, con la identificación de las raíces de la crisis (de la Iglesia) que expuso el arzobispo Marcel Lefebvre en su famosa “Declaración de 1974”. Dicha declaración comenzaba así:


«Nos aferramos, con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma, a la Roma Católica, Guardiana de la Fe Católica y de las tradiciones necesarias para preservar esta fe, a la Roma Eterna, Señora de la Sabiduría y de la Verdad. Nos negamos, en cambio, y nos hemos negado siempre a seguir a la Roma de tendencias neomodernistas y neoprotestantes que se manifestaron claramente en el Concilio Vaticano II y, después de este, en todas las reformas que de él se derivaron. Todas estas reformas, en efecto, han contribuido y siguen contribuyendo a la destrucción de la Iglesia, a la ruina del sacerdocio, a la abolición del Sacrificio de la Misa y de los sacramentos, a la desaparición de la vida religiosa, a una enseñanza naturalista y teilhardiana en las universidades, seminarios y catequesis; enseñanza derivada del Liberalismo y del Protestantismo, muchas veces condenada por el Magisterio solemne de la Iglesia. Ninguna autoridad, ni siquiera la más alta de la jerarquía, puede obligarnos a abandonar o disminuir nuestra Fe Católica, tan claramente expresada y profesada por el Magisterio de la Iglesia durante diecinueve siglos».


El arzobispo Lefebvre y los sacerdotes que formó, fueron perseguidos porque aseguraban que las raíces de la crisis de la Iglesia comenzaban por la aceptación y promoción, por parte del Concilio Vaticano II, de errores que habían sido condenados previamente.



Juan Pablo II se dedicó a atacar a Monseñor Lefebvre por su no aceptación del Concilio Vaticano II


No fue hasta catorce años después de la “Declaración de 1974” cuando Juan Pablo II excomulgó al arzobispo Lefebvre y a los cuatro obispos que consagró en 1988. Esos catorce años estuvieron plagados de esfuerzos por perseguir y socavar a los católicos tradicionales, por el hecho de negarse a secundar la revolución del Concilio Vaticano II. Durante ese tiempo, Roma dedicó mucho más esfuerzo a pisotear la religión que todos los católicos conocían antes del Concilio que a intentar, por el contrario, controlar los diversos horrores de la crisis: apostasía generalizada, abusos blasfemos contra la Santa Misa y la Sagrada Eucaristía, toma homosexual de muchos seminarios, etc.


El motu proprio de Juan Pablo II de 1988, “Ecclesia Dei”, confirmó de manera indirecta la certeza del arzobispo Lefebvre de que el Concilio Vaticano II era la raíz de la crisis:


Dice el motu propio de JuanPablo II: «La raíz de este acto cismático puede discernirse en una noción incompleta y contradictoria de la Tradición. Incompleta, porque no tiene suficientemente en cuenta el carácter vivo de la Tradición, que, como enseñó claramente el Concilio Vaticano II, 'procede de los apóstoles y progresa en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo'. Crece la comprensión de las realidades y las palabras que se transmiten. Esto ocurre de varias maneras. A través de la contemplación y el estudio de los creyentes que meditan sobre estas cosas en sus corazones. Proviene del sentido íntimo de las realidades espirituales que experimentan. Y viene de la predicación de quienes han recibido, junto con su derecho de sucesión en el episcopado, el carisma seguro de la verdad'».



Pío XII y sus antecesores habían intentado detener la cizaña del error. Pero esta logró ser sembrada por los enemigos del catolicismo en el Concilio Vaticano II

La «raíz» de la desobediencia del arzobispo Lefebvre fue que se negó a aceptar las novedades del Concilio Vaticano II. El «crecimiento en comprensión» del Concilio fue semejante a la cizaña plantada en el campo de trigo de la parábola del Trigo y de la Cizaña dada por Nuestro Señor (Mateo 13:24-30):


«Y viniendo los criados del padre de familia, le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, tiene la cizaña? Y él les dijo: Un enemigo ha hecho esto. Y los criados le dijeron ¿Quieres que vayamos a recogerla?».


Juan Pablo II tenía razón al afirmar que había algo nuevo en el campo sembrado de la Tradición, que el arzobispo Lefebvre no supo apreciar. Pero lo nuevo no era trigo, sino la cizaña del error que había sido sembrada por los enemigos del catolicismo, los mismos a los que Pío XII y sus antecesores habían intentado detener.



Los católicos conservadores que aman a Benedicto XVI y a Juan Pablo II, no han comprendido que Francisco es la continuación de sus predecesores

Los desastres de la toma hostil del papado por parte de Francisco no han sido una sorpresa para aquellos que habían comprendido, y estaban de acuerdo, con la lucha del arzobispo Marcel Lefebvre contra la cacofonía emitida por el Concilio Vaticano II. Sin embargo, para aquellos católicos conservadores que amaban a Juan Pablo II y a Benedicto XVI, los últimos doce años han sido tan impactantes y devastadores como lo fueron los años setenta y ochenta para el arzobispo Lefebvre.


Dado que los católicos conservadores ya habían rechazado la posibilidad de que el arzobispo Lefebvre pudiera tener razón en la disputa con Juan Pablo II, tuvieron que buscar la raíz de la crisis en otra parte.


Lamentablemente, esta búsqueda de otra raíz de la crisis no solo es inútil, sino que se constituye en inmenso obstáculo para poder entender con claridad las acciones heréticas de Francisco.



Casi todas las ideas más repulsivas promovidas por Francisco también fueron promovidas por Juan Pablo II

Como podemos ver a continuación, casi cada una de las ideas más repulsivas promovidas por Francisco (aparte del apoyo a la agenda LGBTQ) también fue promovida por Juan Pablo II. De hecho, fue la gran popularidad de Juan Pablo II la que permitió que algunas de esas ideas fueran ampliamente aceptadas (o al menos toleradas) en seminarios, facultades de teología y parroquias de todo el mundo. Si Juan Pablo II no hubiese sido tan popular y respetado, esas ideas heterodoxas seguramente habrían encontrado una desaprobación mucho más fuerte.

 

Es por eso que para el católico conservador, que ama el legado de Juan Pablo II, es prácticamente imposible condenar plenamente las herejías de Francisco sin herir simultáneamente la memoria de su amado Papa.



El Sínodo sobre la Sinodalidad se basó en gran medida en los documentos del Concilio Vaticano II y en los escritos de Juan Pablo II

Esta parálisis se hizo trágicamente evidente durante el Sínodo sobre la Sinodalidad, que se basó en gran medida en los documentos del Concilio Vaticano II y en los escritos de Juan Pablo II. El ejemplo más evidente de esto fue el infame documento “Obispo de Roma”, que se publicó fuera del proceso sinodal a pesar de estar íntegramente relacionado con él:


«San Juan Pablo II no sólo reafirmó esta vía ecuménica, sino que invitó oficialmente a los demás cristianos a reflexionar sobre el ejercicio del ministerio del Obispo de Roma. En su trascendental carta encíclica “Ut unum sint” (1995), san Juan Pablo II utilizó la noción bíblica de 'episkopein' ('vigilar') para describir este ministerio (UUS 94), cuya primacía se define como un ministerio de unidad (UUS 89) y un servicio de amor (UUS 95). Asumiendo su particular responsabilidad ecuménica, y «atendiendo a la petición que se le hizo», el Papa Juan Pablo II reconoció la necesidad de «encontrar un modo de ejercer el primado que, sin renunciar en absoluto a lo esencial de su misión, esté abierto a una nueva situación» (UUS 95). Convencido de que no se puede definir unilateralmente un ministerio de la unidad mutuamente aceptable, extendió una invitación abierta a todos los pastores y teólogos de las distintas tradiciones eclesiales, repitiendo una petición ya formulada en 1987 en la basílica de San Pedro, en presencia del Patriarca ecuménico Dimitrios I . . .»


Este documento emitido por el Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos en 2024, y aprobado por Francisco, es casi con toda seguridad el documento más blasfemo y herético desde la declaración “Fiducia Supplicans”; y sin embargo relativamente pocos críticos de Francisco condenaron la participación de los protestantes en la elaboración del documento cuyo objetivo es remodelar el papado.


La razón parece bastante obvia: los católicos conservadores no podían denunciar el documento sin denunciar que esta había sido una de las iniciativas teológicas más importantes de Juan Pablo II.


La conexión entre Juan Pablo II y las iniciativas ecuménicas de Francisco (incluidas las reuniones de oración interreligiosas -en Asís-, el Sínodo sobre la Sinodalidad y el documento “Obispo de Roma”) es más clara, porque la reunión de oración de Juan Pablo II en Asís en 1986 consolidó su legado ecuménico (reunión que fue posteriormente repetida por Benedicto XVI).



Cuatro ejemplos que confirman que casi todo tema repulsivo en la agenda de Francisco tiene sus raíces en el trabajo de Juan Pablo II

Como se señaló anteriormente, sin embargo, esencialmente cada tema repulsivo en la agenda de Francisco, aparte de la agenda pro-LGBTQ, tiene sus raíces en el trabajo de Juan Pablo II. Los siguientes cuatro ejemplos se encuentran entre los más importantes:


1.       “Amoris Laetitia” y “Desiderio Desideravi”: Los esfuerzos de Francisco para permitir que aquellos en pecado mortal reciban la Sagrada Comunión serían más revolucionarios si no fuese por el hecho de que los “católicos de cafetería” han estado recibiendo la Sagrada Comunión en estado de pecado mortal durante muchas décadas, con pocos esfuerzos reales de Roma por abordar la crisis. Además, Juan Pablo II no hizo nada para reducir eficazmente los principales abusos relacionados con la Misa del Novus Ordo, como por ejemplo la recepción de la Sagrada Comunión en la mano. El Código de Derecho Canónico de 1983, de Juan Pablo II, introdujo incluso el escandaloso canon 844, que la SSPX describió acertadamente como la apertura de la puerta a la participación activa con los no católicos, incluso a través de la Sagrada Comunión:


«Este canon es el más escandaloso de todo el Código de Derecho Canónico de 1983. Es la puerta abierta a la “communicatio in sacris” activa, es decir, a la participación religiosa activa con los no católicos».


En contradicción, el canon 1258 del Código de Derecho Canónico de 1917 prohibía muy estrictamente tal participación. El Rev. P. Dominicus M. Prümmer, O.P., profesor suizo de la Universidad de Friburgo, da una razón muy simple: «En efecto, (tal acto) no es otra cosa que la negación de la Fe católica y el reconocimiento de un culto heterodoxo». La participación en los Sacramentos es la parte más importante del culto, especialmente en el caso de la Santa Comunión. Ahora bien, Cristo ha fundado y desposado una sola Iglesia, y solo la voz de la Esposa es agradable al Esposo. Solo la voz del Hijo es agradable al Padre. La participación activa en cultos no católicos es la negación práctica de la naturaleza de la Iglesia».


Por lo tanto, las raíces de los abusos de Francisco contra la Santa Misa y la Sagrada Eucaristía pasan por el papado de Juan Pablo II.



2.       Traditionis Custodes: Muchos católicos alaban a Juan Pablo II por su documento “Ecclesia Dei” de 1988, que permitió la Misa Tradicional en latín a los sacerdotes y fieles que se separaron de la SSPX después de que el arzobispo Lefebvre consagrara a los cuatro obispos sin su aprobación.


Pero el propósito de este documento obviamente no tenía nada que ver con el deseo de que más personas disfrutaran de la Misa Tradicional en latín. Por el contrario, al igual que “Summorum Pontificum” y “Traditionis Custodes” (documentos de Francisco), los esfuerzos de Juan Pablo II en este sentido formaban parte de la estrategia del “palo y la zanahoria”, para evitar que los católicos «apegados a la Misa tradicional en latín» se opusieran abiertamente a la revolución del Vaticano II.


Por lo tanto, las raíces de la persecución de Francisco a los católicos tradicionales pasan por el papado de Juan Pablo II.



3.       La Salvación universal y el “infierno vacío”: Además del enérgico apoyo de Juan Pablo II al falso ecumenismo, podría decirse que hizo más que nadie en la historia de la Iglesia para promulgar las herejías de la Salvación universal y del “infierno vacío”. Como se discutió en un artículo anterior, las herejías más peligrosas promovidas por Francisco no son más que sombras de las que Juan Pablo II promovió con respecto a la Salvación universal. Fue Juan Pablo II -no Francisco- quien dijo lo siguiente (como se cita en el libro “Papa Juan Pablo II: dudas sobre una beatificación”):


  • «En el Espíritu Santo, todo individuo y todo pueblo se han convertido, por la Cruz y la Resurrección de Cristo, en hijos de Dios, partícipes de la naturaleza divina y herederos de la vida eterna.» (p. 3)


  • «Jesucristo nos hace partícipes de lo que Él es. Por su encarnación, el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo ser humano. En lo más íntimo de nuestro ser Él nos ha recreado; en lo más íntimo de nuestro ser Él nos ha reconciliado con Dios, nos ha reconciliado con nosotros mismos, nos ha reconciliado con nuestros hermanos y hermanas: Él es nuestra Paz». (p. 5)


  • «[L]a Iglesia cree que la dignidad humana se basa en el hecho de que Dios ha creado a cada persona, que hemos sido redimidos por Cristo y que, según el Plan Divino, gozaremos con Dios para siempre». (p. 6)


  • «En nombre de la solidaridad que nos une a todos en una humanidad común, proclamo de nuevo la dignidad de toda persona humana: el rico y Lázaro son ambos seres humanos, ambos igualmente creados a imagen y semejanza de Dios, ambos igualmente redimidos por Cristo.» (p. 7)


  • «Cada uno está incluido en el misterio de la Redención y con cada uno Cristo se ha unido para siempre por medio de este misterio.» (p. 8)


  • «Este es el hombre en toda la plenitud del misterio en el que se ha hecho partícipe Jesucristo, el misterio en el que cada uno de los cuatro mil millones de seres humanos que viven en nuestro planeta se ha hecho partícipe desde el momento en que es concebido.» (pp. 8-9)


  • «Las personas cuyos nombres figuran en [El Libro de los Muertos de Auschwitz] fueron incineradas, sufrieron torturas y finalmente fueron privadas de la vida únicamente, en la mayoría de los casos, por pertenecer a una determinada nación y no a otra. . . A la luz de la fe, vemos que este testimonio de fidelidad heroica a su identidad étnica se convirtió en el Holocausto que los unió a Dios en la eternidad, y en una semilla de paz para las generaciones futuras». (p. 10)


  • «[L]a condenación eterna sigue siendo una posibilidad real, pero no se nos concede, sin una revelación divina especial, el conocimiento de si los seres humanos están efectivamente implicados en ella o no.» (p. 25)


Por lo tanto, las raíces de las ideas blasfemas de Francisco sobre la Salvación universal y sobre un “infierno vacío” pasan por el papado de Juan Pablo II (ideas que no fueron corregidas en ningún sentido por Benedicto XVI).



4.       Pachamama: Innumerables católicos se escandalizaron con justa razón por la adoración de Francisco al ídolo “Pachamama”. Pero Juan Pablo II había abierto la puerta a tal blasfemia a través de varios actos. El obispo Bernard Fellay de la SSPX describió algunos de los escándalos de Juan Pablo II en el prefacio del libro del P. Patrick de La Rocque “Papa Juan Pablo II: dudas sobre una beatificación”:


«Con respecto al Primer Mandamiento de Dios, por ejemplo, ¿cómo hemos de evaluar los gestos de un Papa que, con sus comentarios y besando el Corán, parece elevar dicho libro a la categoría de Palabra de Dios? ¿….O que ruega a Juan el Bautista que proteja al Islam? ¿Quién se complace en haber participado activamente en el culto animista en los bosques sagrados de Togo? Hace unas décadas, según las normas del derecho eclesiástico, tales gestos habrían bastado para arrojar la sospecha de herejía sobre quien los hubiera hecho. ¿Y hoy se han convertido supuestamente, como por arte de magia, en signos de la virtud de la fe practicada en grado heroico?».


Por lo tanto, las raíces de las violaciones públicas del Primer Mandamiento por parte de Francisco pasan por el papado de Juan Pablo II.



La diferencia entre Francisco y Juan Pablo II no es entonces doctrinal

Lo que realmente diferencia a los dos hombres no es de naturaleza doctrinal. Es, en cambio, algo relacionado con el comportamiento y la «prudencia». La respuesta de Francisco a la pregunta del padre Luigi Maria Epicoco en un libro con formato de entrevista de 2020 (en italiano) sobre Juan Pablo II, “San Giovanni Paolo Magno”, es reveladora a este respecto:


«¿Se siente protegido por san Juan Pablo II, por los tres papas que ha tenido la alegría de proclamar santos? Francisco responde: Creo que les doy mucho trabajo y alguno de ellos pensará: '¡Este chico se mete en demasiados líos! (sonríe, ed.). Sobre todo pienso en Pablo VI, a quien quiero tanto, y que tal vez sueña que tenga un poco de más de prudencia; pero en general me siento verdaderamente acompañado y protegido por su gran ejemplo y por su inmenso testimonio ante el cual me siento verdaderamente muy pequeño, simplemente un pecador perdonado».


Francisco imagina que Pablo VI «tal vez sueña con que tenga un poco de más prudencia». Pero Dios tenía otros designios, y ha permitido a Francisco ser mucho menos cauteloso y «prudente» que sus predecesores a la hora de llevar a cabo la revolución del Concilio Vaticano II.


En síntesis, tenemos sobradas pruebas de que los peores ultrajes de Francisco están en armonía y continuidad con el trabajo de sus predecesores.



Por no reconocer y denunciar cuál es la raíz de los problemas de la Iglesia, los católicos conservadores se están asegurando de que las futuras generaciones de católicos se pierdan (y pierdan sus almas) asfixiadas por los errores anticatólicos que se propagan desde el papado.

Hoy en día es obvio que la cizaña que ahoga a la Iglesia fue plantada en el Concilio Vaticano II y alimentada por Juan Pablo II. (Por no arrancar la cizaña desde la raíz) aquellos católicos conservadores que simplemente se limitan a recortar las puntas de las malas hierbas (que ahogan a la Iglesia) se están asegurando de que las futuras generaciones de católicos se vean aún más asfixiadas por los errores anticatólicos que se propagan desde Roma.


¡Corazón Inmaculado de María, ruega por nosotros!




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